El jugador volvía a pisar tres meses después el césped de su querido estadio. Casi finalizando el partido con el Villarreal, un Iago Aspas reventado fue sustituido a los sones de una atronadora ovación y se sentó en el banquillo con sus compañeros.
Iago una vez más había sido el salvador del equipo marcando dos goles y dando un primer paso hacia la salvación. En ese momento toda la tensión y todo el sufrimiento de tres meses sin poder ayudar a sus compañeros afloraron en forma de lágrimas por su rostro y las imágenes dieron la vuelta por todos los telediario de España.
Ese jugador llamado Iago Aspas personifica la camiseta celeste con la cruz de Santiago en el pecho y se identifica absolutamente con un club como el RC Celta de Vigo.
Tuvo que volver Iago de su larga lesión para insuflar vida a un equipo moribundo que iba camino de segunda. Hoy el Celta cuando sale al campo juega con 12 porque Iago vale por dos, entonces sus compañeros adquieren un plus de calidad y la afición está mucho más confiada en la victoria de su equipo.
Hoy Iago con 31 años no tiene nada que demostrar, puede presumir de haber jugado en el mítico Anfield Road, al lado de grandes jugadores como Suárez o Sturridge escuchando como la afición cantaba “You never walk alone”. O como en el Sánchez Pizjuán pudo marcar en los pocos partidos que Emery le dio su confianza.
Pero Iago para ser feliz necesita “estar na casa”, en su Moaña natal al lado de su familia y sus amigos y profesionalmente en su club de toda la vida, al que llegó siendo un chaval soñando que algún día podría jugar y marcar goles en su querido Balaidos.
Ese sueño se ha cumplido y se seguirá cumpliendo, al menos hasta 2023, año en que el RC Celta cumplirá sus primeros 100 años de vida.
Estoy seguro que cuando Iago rubricó su nuevo contrato lo hizo convencido que era lo que más deseaba, porque para él no hay nada como ponerse la camiseta celeste y saltar al césped de Balaídos.
En ese momento Iago Aspas ya no es un futbolista, sino el hombre más feliz del mundo.