Hace muchos años que Rubalcaba se había convertido en un sinónimo de respeto político, de eficacia, de inteligencia y de consenso. Rubalcaba es de los pocos políticos españoles de todos los tiempos que ha conseguido dejar un buen recuerdo personal no sólo en su partido, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), sino en todo el ámbito político y social de España.
Todo el mundo, incluso a pie de calle, ha sentido su fallecimiento y coincide en su valía personal, en su inteligencia, en su saber estar, en su discreción, y en su talante negociador y consensuador. Y es preciso resaltar que no todos los personajes públicos provocan tantas coincidencias, ni siquiera después de su fallecimiento, cuando resulta mayor la permisividad y se relajan las discrepancias. Por lo tanto, tampoco resulta extraño que los líderes de todas las formaciones políticas y sociales de España se hayan dado cita en su capilla ardiente. Toda España ha coincidido en la valoración positiva de un ser humano excepcional, algo que, en mi opinión, debe estar por encima de las diferencias.
A su capilla ardiente no ha faltado nadie, ni los Reyes de España, ni los representantes políticos, ni la gente de la calle, igual daba la tendencia política y la condición social. La excepción ha sido José María Aznar, que ha preferido mantener su coherencia —quizá hubiera sido más acertado decir intransigencia— y su orgullo acartonado por encima del merecido reconocimiento a una persona que ha pasado a la historia de España dejando un recuerdo agradable e inolvidable, el de un socialista de pro.