El acto de embellecer la ciudad es una gran llave para quedar en el recuerdo colectivo ¿Alguien recuerda una gestión de gran calado de la Alcaldía de Manoel Soto? Lo siento, pero no. Pero ahí quedaron sus últimos esfuerzos por sacar del letargo las grietas viguesas con obras de Silverio Rivas (Plaza América), Oliveira (Plaza de España), Ramón Conde (Gran Via-Urzaiz) o Paco Leiro (Puerta del Sol). Podemos opinar sobre sí nos gustan o no, pero no podemos ignorar que hablamos de creadores reconocidos a nivel internacional. Ahora pretenden encallar un barco en una rotonda de Coia, como hizo Mercero en aquella serie que nadie recuerda o quiere recordar, o aquel empresario burgalés que en plena estela castellana convirtió el yate Azor en un asador (después el artista Fernando Sánchez Castillo le dio un retiro más digno en su «Síndrome de Guernica»).
Estoy de acuerdo con que Vigo es una ciudad industrial que nació del mar, pero también sé que tenemos unas gamelas en el Berbés, una cabria en la confluencia de las calles Coruña, Beiramar y Jacinto Benavente, un monumento a los fallecidos y desaparecidos en el mar en la plaza del Puerto Pesquero, un remedo artístico de barcos pesqueros en el PAU de Navia, la colección visitable de embarcaciones tradicionales de la cofradía de pescadores de Bouzas y un Museo del Mar de titularidad autonómica que adolece de atractivos después de la primera visita.
Un barco, y más siendo tan simbólico en su historia y su tipo de construcción, no debe ser visto como un objeto ornamental, sino como una pieza de estudio y aprendizaje. Difícil será cuando muera y pierda significado en una rotonda.
A la postre Abel Caballero, aficionado a liderar a marchas forzadas movimientos que aún cuando tienen éxito quedan como tímidos triunfos, se recordará dentro de unos años como el alcalde que hizo el espantoso capta-bobos de Jenaro de la Fuente, de bajo valor estético y nulo valor artístico y por descontextualizar una joya del pasado reciente vigués.
«Bouzas mariñeira, Coia labrega», recuerdo que escribió Valentín Paz Andrade en los años 50. Como ejemplo Chanquete y su barco, simbolismo poético y teatral del pescador que pierde su patria, como el «Marinero en tierra», de Rafael Alberti. Antonio Ferrandis protagonizó un año después de la emisión de «Verano Azul», en 1981, una película de Garci que ganó un Óscar, pero murió en el 2000 siendo Chanquete.