Las viguesas y los vigueses que ya peinan canas aún recuerdan la barandilla del Náutico, la que hace décadas delimitaba el paseo junto al mar y que constituía el respaldo de un largo asiento de piedra. El mar se podía tocar prácticamente con la mano y el agua bañaba las inmediaciones de los edificios del Club Náutico, el social y el deportivo.
En los años sesenta del pasado siglo XX el número de yates que había en la ciudad de Vigo era muy limitado y no existían instalaciones adecuadas para albergar grandes embarcaciones de recreo. Las barcas y las contadas embarcaciones a motor se fondeaban en la única dársena existente. No existía la piscina y en su defecto había dos bateas instaladas en la parte exterior del malecón por el que se accede a lo que entonces era el club deportivo, con unas corchadas delimitando las calles para practicar la natación bajo la supervisión del inolvidable entrenador Ozores.
Una vez al año la ciudad recibía la visita del yate “Iduna”, de propiedad portuguesa y que atracaba en el malecón lateral del Club Náutico, mientras el personal del servicio viajaba en lujosos automóviles que aparcaban en las proximidades. Era todo un espectáculo porque la ciudad de Vigo aún no había experimentado la expansión motivada por la fábrica de Citroên. Eran los tiempos del Seat 600 y, como mucho, del Seat 1400, que en ambos casos pocas personas podían disfrutar.
Con el paso de los años se le fue ganando terreno al mar, alejándolo cada vez más a pesar de la engañosa publicidad: “Abrir Vigo al mar”. En mi opinión es muy positivo que Vigo construyera instalaciones para los deportes náuticos, sin embargo, el crecimiento —-en mi opinión, desmesurado—- de las nuevas dársenas y pantalanes ahora parece resultar insuficiente y, tal como se observa en la fotografía. Como consecuencia, se van adecuando nuevas instalaciones flotantes que van cubriendo ese mar al que la ciudad de Vigo estuvo realmente abierta en otros tiempos y que ahora, a medida que se va “abriendo al mar”, va quedando oculto y distante.