Siempre me pareció fascinante la prensa escrita. Cada mañana, el quiosco de mi barrio abría sus puertas como si fuera la entrada a un reino mágico, y allí mostraba cien productos, a cuál más sorprendente: pulseras de recuerdo, llaveros con los colores de equipos de fútbol, tarjetas postales, peluches, libros… De niño, mi padre me llevaba a revisar el quiosco y siempre encontrábamos algo que le gustara a cada uno: a mí se me iba la vista detrás de los cómics de Superman, Batman y los Nuevos Titanes, que publicaba entonces Ediciones Zinco, mientras que mi padre adoraba los periódicos. Siempre se llevaba tres o cuatro, de ideología política variada, porque opinaba que «para conocer realmente la verdad, hay que leer versiones distintas». Y entonces se pasaba horas y horas revisando los artículos, leyendo las noticias y recortando los textos que más le interesaban, que iba acumulando en carpetas dedicadas a temas diferentes. Esa era su pasión: la investigación de la actualidad a través de la lectura de los periódicos, y a eso dedicó una gran parte de su vida, nunca con la intención de decírselo a nadie, sino únicamente para estar informado y descubrir el mundo a través de lo que venía en la letra impresa.
Mi padre falleció en 2018 y dejó un piso lleno de recortes de periódico. Levantar esas habitaciones fue una manera de reencontrarme con él y con el recuerdo que tengo de verlo leyendo, subrayando frases y recortando páginas para luego guardarlas. Encontré cajas enormes en cada rincón, y en la tapa estaba escrito el tema de lo que podías consultar dentro: «IGLESIA», «GUERRA CIVIL», «EFEMÉRIDES», «CARICATURAS», «DROGA» o «ECOLOGÍA». No fue difícil darme cuenta de los temas que más le interesaban. Y, al revisar aquellas cajas llenas de papeles cuidadosamente colocados, entendí que mi padre había sido un intelectual de su época, un hombre profundamente culto que se preocupaba por lo que ocurría en su tiempo y que veía los periódicos como el mejor punto de acceso a la cultura, la actualidad y su visión de futuro. Y esa inquietud por lo que le rodeaba y esa visión de los periódicos me las supo enseñar a través de las décadas que pudimos compartir en esta vida. Yo no soy un intelectual como él, pero algo pude aprender de todo lo que sabía.
Por suerte, mi padre llegó a vivir la gran transformación de la prensa escrita: del quiosco y el papel grisáceo a las páginas web, las redes sociales, los vídeos, la inmediatez y ese nuevo término tan de moda de las fake news. Él pudo disfrutar de la comodidad de leer las noticias en la pantalla de un móvil, pero nunca renunció al enorme placer que le reportaba pasar las páginas de un periódico y recortar sus textos favoritos para que nunca se perdieran.
Y también pudo ver con sus propios ojos que su hijo escribía en un periódico. Yo tuve la enorme fortuna de empezar a publicar mis escritos en Vigo É el 8 de diciembre de 2016, y desde entonces no he parado. Relatos, críticas literarias, artículos de actualidad e incluso un serial de aventuras han aparecido con mi nombre en este diario valiente y vital que ama tanto la ciudad de Vigo como se preocupa por ella. Y me parece maravilloso poder participar en un proyecto así, porque yo no soy gallego, pero he encontrado en Vigo el pequeño tesoro de la geografía en el que quiero vivir. Y he encontrado en Vigo É un hermoso reducto de honestidad, compromiso, entrega y sabiduría que hace que me sienta muy orgulloso de formar parte de este equipo.
Y más orgulloso se sintió mi padre ese 8 de diciembre, cuando se puso a leer ese primer texto y me dio un abrazo de felicidad. No dijo nada, pero sonreía todo el rato.
Muchas felicidades a Vigo É y gracias por todo lo que me ha dado en estos años. Y que sean muchos muchos años más.