El actual alcalde de Vigo, Abel Caballero, ha conseguido el mismo nivel de fama que un cantante de Rock and Roll o una estrella del cine. Los medios de comunicación, ya sean televisiones, emisoras de radio, periódicos e incluso el papel couché donde aparece las estrellas sociales, se lo rifan para entrevistas, para tertulias o para la participación en programas populares de enorme alcance. La gente lo para por la calle para saludarlo y para hacerse fotos de recuerdo con él, algo que no le ocurre a casi nadie. Su fama es indiscutible. Ha construido un personaje que ha triunfado y que ya aparece, incluso, en esos imanes que los visitantes de Vigo se llevan de recuerdo para luego rememorarlo a él y a la Navidad de Vigo cada vez que abren la nevera.
Sin embargo, Abel Caballero, en contra de esa imagen vacua e hilarante que a algunas personas les resulta esperpéntica, es una persona real con una excelente preparación académica y una enorme experiencia en el mundo de la política, que hasta ahora ha sabido controlar certeramente los tiempos a su favor, con sus aciertos y con sus errores —-que también los tiene—-, un ser controvertido, muy egocéntrico y personalista que sólo ve lo blanco y lo negro sin ningún matiz, sin grises, con un equipo municipal, salvo alguna honrosa excepción, que sólo figura en la plantilla y que lo anima a seguir porque así siguen cobrando mientras él les hace muy cómodo el trabajo, porque en realidad es él mismo quien asume todos los cargos.
Abel Caballero pasará a la historia de Vigo en un puesto muy destacado, luego de haber podido recuperar el orgullo del “viguismo”; después de conseguir poner a Vigo en el mapa y llenarlo de turistas de todas partes; con sus ascensores, rampas y escaleras mecánicas —-pagadas en parte con fondos del Gobierno de España o de Europa—-; con su Navidad de Vigo, con el Halo y el túnel de la Rúa Lepanto, con la Senda Verde; con sus anunciados proyectos que se pierden en el tiempo (Panificadora, Praza de España, Avenida de Madrid, AVE, la salida sur, etc.); con las arcas municipales en superávit —-y tantas cosas por hacer—-; con sus conflictos con los empleados de Vitrasa —-y la oportunidad de recuperar la compañía de transporte municipal—-; con su sempiterno enfrentamiento con la Xunta de Galicia; con sus numerosos votantes —-entre los que me encuentro—-, algunos de ellos totalmente indulgentes, sin sentido crítico.
No se debe perder la perspectiva de que en realidad se trata de un ser de carne y hueso, como toda la ciudadanía, y que llegará el momento en el que, de un modo u otro, como le ocurre a todos los mortales, tendrá que abandonar el protagonismo de sus responsabilidades públicas. Y antes de que llegue ese momento, cabe preguntarse cómo será la Navidad de Vigo sin Abel Caballero al frente, e incluso la gestión y el desarrollo de la propia ciudad. Un buen tema para el debate.