La memoria es frágil y a veces conviene refrescarla, puesto que nadie parece molestarse en hacerlo en relación con algunas instituciones de la ciudad de Vigo, y considero necesario recordar las circunstancias en las que nació su Universidad y valorar el mérito de los protagonistas que la pusieron en marcha en una época que resultó heroica y que ahora parece olvidada.
La Universidad de Vigo nació del empeño de algunas personas que en su día apostaron por dotar a la ciudad de una oferta universitaria descentralizada de Santiago de Compostela, que fue fundada a finales del siglo XV por Lope Gómez de Marzoa y que tiene, por lo tanto, más de quinientos años de antigüedad.
La universidad gallega, con enorme tradición y prestigio en el mundo, estuvo asentada exclusivamente en Santiago de Compostela durante más de cinco siglos. Es fácil suponer, por lo tanto, la gran inercia de los comienzos de la universidad viguesa que nació como Colegio Universitario de Vigo (CUVI) en 1972 en As Lagoas, Marcosende, en la parroquia de Zamáns, aunque las clases no comenzaron allí hasta el curso 1977-1978, con la oferta de Filología, Económicas, Ciencias Químicas y Biológicas. Nació allí porque los terrenos, aunque muy desplazados del casco urbano, en pleno monte —en pleno monte, insisto—, eran mucho más asequibles, y es justo recordar y agradecer, también, que en aquellos principios difíciles se contó con el apoyo de la Caja Ahorros Municipal de Vigo, con Julio Gayoso al frente, a quien es preciso reconocer su mérito innegable en aquel proyecto.
A tenor de lo que contaban algunos de los padres de la idea primigenia, entre los que estaba el profesor Armando Priegue, a quien la Universidad de Vigo y la propia ciudad todavía le deben un merecido reconocimiento, todo eran dificultades. Pero el empeño de aquellas personas fue más fuerte que los inconvenientes, de tal modo que el sueño fue transformándose en una realidad que dio los frutos actuales.
Más tarde, en 1990, en base a la Ley 11/1989 del 20 de julio de ordenación del sistema universitario de Galicia, lo que había sido el Colegio Universitario de Vigo (CUVI), se constituyó la Universidad de Vigo, segregada de la Universidad de Santiago de Compostela, con el profesor Luis Espada como primer rector de la institución, cuyo cargo fue luego ocupado consecutivamente por los profesores José Antonio Rodríguez, Domingo Docampo, Alberto Gago, Salustiano Mato, y actualmente Manuel Reigosa, cada uno con su propio estilo.
Las instalaciones universitarias se construyeron en terrenos que hasta entonces eran montes, sin accesos adecuados y sin infraestructuras, que aún tardaron mucho tiempo en materializarse como ahora las conocemos. Muchas personas desconocen que algunas facultades compartieron espacio en los antiguos edificios de Lagoas-Marcosende —que todavía se conservan—, mientras algunas otras estaban ubicadas en el centro de la ciudad, como era el caso de la Escuela de Ingeniería Industrial, que durante años ocupó unos barracones colindantes a la Escuela de Ingeniería Técnica Industrial (Peritos), donde luego se construyó el edificio que ahora alberga la biblioteca, aulas y departamentos.
Sería tedioso referir aquí todos los pormenores y detalles históricos de la Universidad de Vigo, que pueden encontrarse en diversas publicaciones e incluso en Internet. Lo que sí me parece conveniente comentar es que durante años se intentó dotar a la Universidad de Vigo de un sello distintivo arquitectónico. Con tal objetivo, se llegaron a contratar los servicios de algunos arquitectos extranjeros para desarrollar edificios cuya firma resulta muy sonante, pero en los que el alumnado se encuentra con frío y con goteras, algo que por fuera no se percibe porque en su momento primó la autoría de la obra y su repercusión. Cierto que esto no ocurre en todos los edificios y que algunos, muy brillantes y de autoría viguesa, demostraron, una vez más, que el diseño y la calidad no hay que buscarla fuera de Vigo o incluso fuera de Galicia, porque aquí hay grandes profesionales de la arquitectura que, además, conocen muy bien el entorno geográfico y sus peculiaridades climatológicas.
Así fue como la Universidad de Vigo fue creciendo, totalmente alejada de la ciudad, siquiera de la ciudadanía, sin más vida que la que rodea a las actividades académicas o las prácticas deportivas cuando el tiempo lo permite. Porque, sobre todo en invierno, que es cuando se desarrolla la mayor parte del curso, cuando el alumnado está alejado del entorno universitario de Lagoas-Marcosende, el conjunto resulta muy desapacible e inhóspito y son los caballos salvajes los que ocupan los enormes espacios.
Hace poco tiempo, la Universidad de Vigo tuvo la oportunidad de acercarse al núcleo urbano con las ofertas de algunas instituciones, como Zona Franca, que ofrecieron edificios que resultaban próximos y adecuados para la actividad docente e investigadora. Sin embargo, una votación general en el ámbito universitario dio al traste con esa posibilidad. Quizá la negativa estuviera motivada porque, sobre todo, el personal que vive fuera de la ciudad e incluso en otras poblaciones, no estaba dispuesto a entrar en la ciudad y soportar su vorágine.
En mi opinión, la Universidad de Vigo puede seguir presumiendo de grandes edificaciones realizadas en su mayoría por arquitectos extranjeros de gran renombre, de espacios gigantescos —e inhóspitos—, de una buena plantilla de profesorado con brillantes investigadoras e investigadores, de incluso de buenas instalaciones en su conjunto, sin embargo, en mi opinión, repito, ha perdido la gran oportunidad de acercarse a la ciudad de Vigo y, a su vez, la urbe también ha perdido la oportunidad de convertirse en una auténtica ciudad universitaria, con todos los beneficios que eso conlleva, en un entorno mucho más amigable y alejado de las desagradables nieblas y de los fríos invernales que ocupan el espacio universitario de Lagoas-Marcosende la mayor parte del curso. Habría que preguntarse si las personas que en su momento votaron en contra del acercamiento de la Universidad de Vigo al núcleo urbano lo hicieron con auténtica objetividad al margen de intereses personales. Sea como fuere, lo cierto es que se ha perdido una oportunidad histórica.