Matar es fácil, sobre todo para quien no supone un problema de conciencia y para aquellos que matan conscientes del dolor que quieren causar y multiplicar, sin temor a consecuencias. Los asesinos natos y los criminales autodidactas y de vocación, totalmente insensibles al mal que provocan, han existido siempre, pero la globalización y el mal uso de las tecnologías de la información y la comunicación, han sido herramientas que han nutrido copiosamente las raíces de esta semilla del diablo.
Con seguridad, la mayoría de los seres humanos abrazarán las ideas de la libertad, la igualdad, la tolerancia y el concepto de humanidad, con la misma fuerza que repudiarán la violencia y sus atroces consecuencias. Con absoluta certeza y toda la fuerza de la sociedad y las personas decentes, debemos acompañar y garantizar la justicia para las víctimas. Pero desgraciadamente existirá siempre alguien, en cualquier momento, en cualquier lugar, desde el rencor y el odio más salvaje e irracional, dispuesto a sobrecogernos con la crueldad de sus actos, en su propio nombre o en el de su malinterpretado credo. Y desgraciadamente –no nos engañemos-, ni toda la humanidad ni todo el poder del Estado será suficiente para impedir que germine esa ruin semilla. No hay consuelo para tanto mal. “Un mal que es vulgar y siempre humano, y duerme en nuestra cama y come en nuestra mesa (W.H. Auden)”.