Sin embargo, una sombra amenazante se cierne por la izquierda, aunque podría ser, también, por la derecha, puesto que sólo depende del punto de vista del observador. Esas palomas y esa situación podría representar nuestra joven democracia, pacífica e incluso frágil, pues todavía necesita muchos años para estar a la altura de otras como la de Francia, Inglaterra, Alemania o Estados Unidos. Y nuestros representantes políticos tienen la enorme responsabilidad de conducirla adecuadamente, cosa que no parece acontecer.
Los últimos escándalos políticos, que parecen no tener límite, demuestran que los legisladores elaboran las leyes a su conveniencia, sin recato de ningún tipo, sin ética y, ni siquiera, estética. Los mecanismos democráticos sacan a la luz complejas maniobras mediante las que destacados miembros del Congreso, políticos de renombre, componentes de gobiernos autonómicos y municipales, y una nube de acólitos, se aprovechan de sus cargos para enriquecerse con rapidez, transformando lo que debiera ser una actividad política al servicio del pueblo en una productiva labor que, como poco, beneficia a quien la ejerce.
España está dejando de creer en la política y en quienes la ejercen, pagando justos por pecadores, puesto que la situación que comentamos demuestra ser cada vez más numerosa, pero tampoco deberíamos generalizar la situación, abriendo una fisura a la esperanza.
Las próximas elecciones generales deberían dar buena cuenta de lo que ahora comentamos, con un gran porcentaje de abstención, porque los votantes de izquierda son rigurosamente críticos, incluso con los suyos, y los escándalos políticos vinculados con los partidos de izquierda y con sindicatos influirán en esas cifras de abstención.
Por otra parte, los votantes de la derecha y los que dicen estar en el centro, suelen ser fieles en su tendencia, sin embargo, la carga de desprestigio de quienes representan esas tendencias, luego de los últimos acontecimientos, es muy poderosa. En mi opinión, a los votantes de la derecha sólo les caben dos posibilidades: la abstención o el voto a esa nueva formación política llamada Ciudadanos, que no deja de ser una prolongación del centro-derecha, pero mucho más prestigiosa y limpia. Así las cosas, es de prever que Ciudadanos consiga un enorme apoyo electoral.
Nos queda, por supuesto, la formación encabezada por Pablo Iglesias, Podemos, que irrumpirá con fuerza en las próximas elecciones generales, pero últimamente se han desinflado al encontrarse, de repente, en medio de dos frentes: por una parte, la realidad política y nacional española e internacional; y, por otra, las promesas y postulados —-teóricos e incluso románticos—- de una formación política que nace al amparo de la indignación, propiciada, por supuesto, por la mala gestión de las grandes fuerzas políticas oficiales: el Partido Popular y el PSOE, además de una campaña orquestada para desprestigiar una formación nueva que amenaza a los dos grandes partidos.
Nadie sabe, en realidad, lo que puede ocurrir en esas elecciones que están cada vez más cerca —-hasta ser rumorea que pueden adelantarse—-. Aunque las encuestas digan lo que digan, a veces no concuerdan con la realidad de las urnas. Pero lo que sí está claro, es que la ciudadanía de todos los colores está demandando una buena carga de ética en la clase política, y que las leyes que elaboren sean para el interés general del país y de sus ciudadanos, y no para justificar sus sucias maniobras dentro de un marco legal, y deberían adoptar esta actitud mucho antes de que sea demasiado tarde, mucho antes de que sean ellos mismos, los propios políticos, quienes destrocen nuestra joven democracia.