La ciudad de Vigo ha crecido a un ritmo vertiginoso durante las últimas décadas. El principal motor de su crecimiento siempre ha sido la actividad vinculada con el mar, sobre todo la construcción naval y la pesca, y por algo el puerto de Vigo sigue siendo uno de los principales puertos pesqueros de Europa. Pero en los años sesenta del pasado siglo veinte comenzó su andadura la factoría Citroën en unas naves de la zona portuaria, en lo que ahora son los jardines de Montero Ríos. Al poco tiempo, Citroën se convirtió en otro motor paralelo al puerto que generó mucha mano de obra y riqueza y, asimismo, constituyó un efecto llamada para numerosas familias que engrosaron la población residente en Vigo.
Lo curioso es que no todas esas familias llegadas de lejos —la mayoría de la provincia de Ourense— contribuyeron a incrementar el padrón municipal de Vigo, porque muchas de ellas prefirieron —y algunas aún siguen prefiriendo— seguir censadas en las poblaciones donde nacieron y no donde viven y les dan de comer. De cualquier modo, la ciudad de Vigo —y su población— creció exponencialmente y sigue haciéndolo, a pesar de todas las dificultades que de un modo abierto o solapado le pone la Xunta de Galicia, actualmente en manos del Partido Popular, en connivencia, además, con el lobby de A Coruña, que también es una realidad tangible. Ojalá la ciudad de Vigo consiguiera un poder equivalente para contrarrestar el del norte de Galicia, pero los intereses personales de unos cuantos, y el enfoque equivocado de otros, impiden que ese proyecto vaya adelante.
No quiero pensar en cómo sería la ciudad de Vigo si su evolución estuviera libre de lastres políticos y económicos. El aeropuerto de Peinador, por ejemplo, alcanzaría las cifras de viajeros y de mercancías que en realidad le corresponden para su dinámica empresarial y su cota de población; el puerto, por su parte, crecería mucho más; el ferrocarril de alta velocidad, tan controvertido, tendría asegurada su llegada a la ciudad en poco tiempo; y un sin fin de proyectos de futuro que surgirían además de los ya existentes.
La fotografía es una buena muestra de ese crecimiento que comentamos. Está tomada desde el parque de A Guía en este año 2021, el año del Covid19, y comparada con alguna imagen similar de antaño tiene notorias diferencias porque el desarrollo urbanístico y, en particular, el crecimiento de las instalaciones portuarias, es evidente. Pero algunos cambios resultan muy controvertidos, como los rellenos de las instalaciones portuarias. Esos rellenos quizá fueran inevitables en su momento, sin embargo, de cara al futuro, sería necesario establecer unos límites razonables. De lo contrario, la Ría de Vigo terminará siendo algo parecido a la Lagoa de Antela, que era el mayor humedal de España y que fue desecado por el franquismo al final de los años cincuenta del pasado siglo XX, y ahora, al cabo de sesenta años, se sueña con su recuperación, pero quizá sea tarde. Nosotros aún estamos a tiempo.