Era un hombre que me caía bien, y en gran medida era por lo que me gustaba oírlo hablar. Hay pocas personas que se expresasen tan bien, una maravilla en la forma, pero es que lo que decía era, obviamente, para tener en cuenta.
No soy un fanático de su obra literaria, aunque algo he leído, quizá porque el bum (o boom) de la literatura hispanoamericana no hizo mucha mella en mí. Es una laguna de las muchas que tengo.
Pero eso no es óbice para que lo admirase como persona. Y es que Mario siempre me pareció un hombre absolutamente libre, que decía lo que pensaba y que abrazaba causas, como se dice hoy, incorrectas. Si sería libre que no tuvo ningún problema, con 19 añitos, en matrimoniar con una tía suya. Pero es que unos años después lo hizo con una prima. Hay que ser un tío muy cuajado para hacer eso.
He podido ver una entrevista suya hecha por Joaquín Soler Serrano en la tve de los años sesenta, donde se veía a un treintañero Mario hablar de su vida y su literatura. Daba mucho gusto ver a un pedazo de entrevistador y a un grandioso entrevistado.
Mario cayó, en una época, en el pozo de la política cuando se enfrentó a Alberto Fujimori en unas elecciones de su país, Perú. Afortunadamente Mario no salió vencedor y pudo seguir dedicándose a lo suyo.
Lo que mucha gente no sabe es que Mario era profundamente futbolero. En el mundial 82 de España siguió a su selección peruana, como periodista deportivo, en sus encuentros en Balaídos y Riazor. Tuve la suerte de poder leer sus crónicas en La Voz de Galicia y eran una delicia.
De sus frases célebres hay una que venero: «un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado, un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora». Imposible explicarlo mejor.
Mario se nos ha ido y desconozco si está en el cielo de los católicos, pero en el de la literatura y de la bonhomía no tengo ninguna duda.
Mario Vargas Llosa, DEP.