Por fin, en los corrillos de oficina y hostelería a medio aforo, esta semana en Vigo no todo han sido conversaciones sobre pandemia. En el fragor de la lucha por conseguir una mesa en terracita, en la cola de la panadería o mientras la gente esperaba pacientemente para echar el Euromillón, con la precaución debida por la distancia social, solo se hablaba de una cosa: de mega yates y mega millonarios.
Hacía falta un soplo de aire nuevo, de frescura que llegase del mar. Y así dio por recalar en nuestra ría el lujoso yate A, de 300 millones de dólares, propiedad del multimillonario y empresario ruso Andrey Melnichenko, del que solo sabemos que o bien es un tipo más simple que el mecanismo de un palillo, puesto que no se estrujó la cabeza para ponerle nombre al barco, o no tiene tiempo más que para amasar millones. Por lo que se conoce de la chalupa de blanco refulgente, de 468 pies de largo y ocho cubiertas en las que se perdería el mismísimo James Bond, me inclino por pensar que lo que para cualquier mortal es un sueño inalcanzable, para el magnate que llegó del frio, es solo un objeto más.
Por si fuera poco, mientras no podíamos quitar los ojos del barquito de tres gigantescos palos, entraba por la ría el Azzam, del Khalifa Zayed Al Nahya, el yate más largo del mundo. Ya te digo, qué curioso, todos quisimos ser califa en lugar del califa. Los vigueses no parábamos de comentar lo de sus sistema antimisiles, sus elevalunas eléctricos y los complementos del pack deportivo, con submarino y helicóptero propios incluidos.
Nos merecíamos este descanso, olvidarnos de vacunas y mirar para otras olas que no fueran la cuarta o la quinta que se nos pueden venir encima. Pasamos horas de ensoñación, elucubrando sobre quién viajaría en el interior de esas expresiones puras del lujo más sofisticado e imaginándonos en la cabina de mando sin más ropa que la gorra de capitán y un albornoz blanco. Al menos así empezaría mi sueño –no digo más- cada uno que monte el suyo con todo lujo de detalles. Soñar es barato y nos abstrae de la triste realidad.
Y luego está la envidia, que también da para pensar y hablar mucho. Qué cabrones estos rusos mil millonarios, dueños del imperio de la mafia rusa o ucraniana; y estos jeques o califas, o yo qué sé, podridos de petrodólares y que -fíjate tú- cómo conseguirán sus fortunas, con qué negocios sucios y oprimiendo a sus súbditos, víctimas de los caprichos de la realeza sarracena. Ojalá a sus mega yates se los tragase de un bocado un megalodón. Que yo para tomar un triste café tengo que desinfectar las manos dos veces y sonarme los mocos con la mascarilla. Esto es mega envidia. Qué buena es que da para muchas conversaciones y es la antesala de muchos sueños. Decía Borges que el tema de la envidia es muy español. Los españoles siempre estamos pensando en la envidia. Para decir que algo es bueno, de hecho, decimos “es envidiable”. Y el lunes volvemos con la pandemia y la triste política.