Antes de entrar en materia y considerando que vivimos en una sociedad que todo lo etiqueta y si mantienes una postura enseguida se te atribuyen todo tipo de lugares comunes, de militancias, de tópicos y de estupideces etiquetadas, aclararé que mi padre era republicano, que antes de la guerra y ante la inminente quema de un convento en Barcelona, junto con sus hermanos menores, rescató a las monjas que allí residían, las escondió y las libró de una muerte segura a manos de anarquistas dispuestos a todo. Hizo la guerra en el frente de Aragón con el ejercito de la república. Acabada la guerra pasó a Francia, al igual que todos los que huían de la represión que allí ya se anunciaba, fue internado en un campo de concentración francés, donde los republicanos franceses y sus guardias senegaleses les trataban como a perros. De ahí huyó a través de los Pirineos para pasar de nuevo a España donde estaba su mujer y su hija. Tras un tiempo escondido fue rescatado por una de las monjas que en su día salvó de la muerte, para iniciar desde cero una nueva vida, sin dinero tras haberles embargado el republicano sin canje alguno, y sin su antigua casa que fue requisada. Como todas las familias, también contamos con bajas y con las miserias propias de una guerra larga y fratricida. Afortunadamente, la calidad personal de mis padres, hizo que tanto mis hermanas como yo fuéramos conocedores de los hechos, de unos y de otros, y evitáramos el odio, la venganza y todo sentimiento que pudiera hacernos vivir de nuevo todo aquel fracaso de la política de entonces, sus intolerancias y su sed de venganza.
Siempre he sostenido algo paradójico, y es que aunque la historia, tras los hechos, la escriben los ganadores, pasado un tiempo la acaban escribiendo los perdedores, siendo generalmente falsa y parcial tanto una como otra. Como esto suele ser una constante histórica, cuando se trata de guerras civiles de por medio el asunto se magnifica, hasta el punto de buscar más la desaparición de todo vestigio de los ganadores que la ecuanimidad en la interpretación de los hechos ocurridos.
En los últimos años están proliferando en España las asociaciones de la «memoria histórica», la mayor parte de ellas dedicadas a aflorar justamente sus reivindicaciones de reconocimiento, aunque también a condenar al olvido a quienes siguen considerando sus enemigos. Sinceramente, creo que todo ello nada tiene que ver con la «memoria» histórica. No se trata de borrar parte de la historia y sustituirla por la otra parte, sino de recordar e informar de toda la historia desde posturas objetivas, para que nadie pueda volver a repetir viejos y sempiternos errores, de unos y de otros.
Viene esto a cuento de la llamada cruz del Castro, una de las muchas cruces que los gobiernos franquistas de posguerra, de la mano de la Iglesia Católica, fueron levantando España adelante para «honrar» a sus caídos «por Dios y por España».
La memoria no consiste en tirar esas cruces, sino en informar a las generaciones posteriores sobre su significado, sobre la forma en que un grupo de militares sublevados contra el orden establecido, aunque caótico (todo hay que decirlo), aliados con el fascismo europeo, tanto alemán (Hitler), como italinano (Mussolini), como patrio (José Antonio), bendecidos por la Iglesia católica, antes, durante y después de la guerra, trataron de «honrar» a sus caídos mientras en una larga posguerra hacían la vida imposible a los vencidos, tratándose más de un símbolo católico que fascista, pues se trata de una cruz y no del signo de la Falange, ni de ninguno de los tres ejércitos. Se trata de informar, ecuánimemente, que la Iglesia tomó partido por la dictadura, por el fascismo y por la perpetuación de su absoluto dominio moral sobre los ciudadanos haciendo oídos sordos a cualquier atropello a la dignidad humana.
Eso es «memoria histórica», lo otro, lo de tirar la cruz es pura venganza sin mas sentido que ese, pero obviando la consecución de memoria histórica alguna. ¿Qué podrán conocer sobre el particular las generaciones venideras si tiramos la cruz?.
No, no puedo estar a favor de tirar ese símbolo porque va contra la historia, contra el conocimiento y contra el devenir de los acontecimientos. Levántese en todo caso otro símbolo, hasta una hoz y un martillo si se quiere, en recuerdo de quienes dieron su vida por una república de corte socialista, comunista y anarquista, y explíquese que aquel ejercito republicano amparado por la Rusia del mayor asesino en serie de la historia (Stalin), no pudo honrar a sus muertos, ni que se reconociera su fidelidad al orden establecido, ni ser compensado de todo lo que les fue robado.
Pero si realmente queremos aprender de la historia, hagamos otro monumento a la concordia, al entendimiento entre todos, al perdón y a una España que ha dejado aparcados sus rencores, sus venganzas, sus odios y sus ansias de censura y de derribo de todo lo que no es de nuestro agrado.
La memoria histórica debe ser hija de la objetividad, del perdón, del conocimiento, de la inteligencia, y de la escritura, no de la piqueta, porque quien olvida los errores de la historia está condenado a repetirlos.