Nunca he crecido tanto profesionalmente como en VIGOÉ. Y eso que he pasado por un buen número de medios de comunicación, lo cual nunca he sabido si es bueno o malo.
Lo que sí sé, echando la vista atrás en este décimo aniversario, es que VIGOÉ me rescató de una situación laboral complicada, algo que siempre he agradecido y agradeceré a ese equipo que tuvo la valentía de fundar un diario nativo digital en 2015, cuando lanzar un periódico digital no era nada sencillo. Siempre he profesado admiración por las personas que tuvieron el arrojo de comprometer sus recursos, su tiempo y quizás hasta su prestigio para crear de la nada un medio de comunicación local. Lo del local, si cabe, lo complicaba todo un poco más. Pero aun así lo lograron. No sin un extraordinario esfuerzo.
El mérito ha sido mayor al lograrlo manteniendo una independencia difícil de encontrar en las publicaciones de proximidad, muchas veces demasiado cercanas al poder. En pocos medios se pueden leer ciertos artículos que sí se redactan en VIGOÉ, desde la libertad que da una cabecera “sin filias ni fobias”, como reza su manifiesto de fundación. La única filia que he hallado aquí en los cerca de seis años que he cubierto información municipal es Vigo. La única fobia, todo aquello que fuese perjudicial para esta ciudad de cuatro letras que siempre encajan en un titular.
No sé si el lector se puede imaginar lo que supone para un periodista obtener siempre una respuesta afirmativa a una propuesta arriesgada pero buena para la audiencia. Es oro puro en la prensa local actual, sobre todo cuando no sucede de forma puntual sino que se traduce en una constante. Eso es lo que recibí siempre desde la dirección de VIGOÉ cuando se ponía sobre la mesa un planteamiento peliagudo que, sin embargo, podía salir bien.
Así se consigue, por ejemplo, que este oficio te sorprenda siempre y te permita progresar. Cuando crees que ya lo tienes dominado y que en cualquier momento te empezará a aburrir, te enseña algo nuevo. No quiero sonar exagerado pero siento que he aprendido algo de esta profesión casi todos los días que he trabajado en VIGOÉ, en parte –también es cierto- porque entré todavía verde y siempre hay algo en lo que mejorar.
Y porque, de repente, irrumpe una pandemia y todo salta por los aires. Y, en esos malabares que hacemos los periodistas locales manejando todo tipo de temas, la información municipal pasa a segundo plano. Ahí sí que aprendimos todos a marchas forzadas y sobre la marcha, con bastantes dificultades informativas pero a la vez (creo que) con criterio y responsabilidad.
Afortunadamente, esas piruetas que toca hacer en los medios locales te permiten firmar pequeñas victorias personales como entrevistar a tu grupo musical favorito. Y eso que te llevas. Como también te queda para siempre el placer de haber compartido páginas (web) con firmas como las de Antonino García, Miguel Román, Eduardo Rolland o Andrea Mariño. O haber descubierto las píldoras cotidianas de Julio Alonso y la pasión de Gabriel Romero de Ávila por la palabra. Además de admirar el trabajo gráfico de Sonia Daponte y Alberto Vázquez.
Personas a las que quedas vinculado y con las que, aunque hayas optado por otra aventura profesional, te citas como mínimo una vez al año por Navidad, precisamente esa época tan familiar.
Esta cabecera cumple diez años llevando incrustado el nombre de la ciudad en un 80% de su propio nombre. No es casual. Igual que no es casual que VIGOÉ haya llegado hasta aquí. Su viguismo le ha conducido hasta esta primera década de vida, así como la necesidad existente en esta ciudad por encontrar una información local independiente y veraz. Precisamos diez, veinte, treinta… años más de VIGOÉ.