En 1884 los sindicatos se reunieron en la ciudad de Chicago y decidieron que a partir del 1 de mayo de 1886 la jornada se reduciría a 8 horas. El lema elegido por los cabecillas de esta reivindicación era:
8 horas de trabajo
8 horas de descanso
8 horas de ocio
Algunas empresas acataron la petición, pero otras muchas se negaron en redondo, por lo que el 1 de mayo de 1886 se declararon más de 5.000 huelgas en todo Estados Unidos.
En respuesta a la situación, el presidente de Estados Unidos, Andrew Johnson, promulgó una ley que establecía la jornada laboral a las 8 horas, pero numerosos incidentes durante las protestas se saldarían con varios muertos entre manifestantes y policías, aunque el gobierno, en lugar de perseguir a los causantes de los altercados, culpabilizó enteramente de los hechos a los representantes de los trabajadores, condenando a morir en la horca a cuatro de ellos. Tres años más tarde, se revisaría el caso y se reconocería la inocencia de los ajusticiados.
El 1 de mayo de 1889, durante el Congreso de la internacional Socialista y en homenaje a los mártires de Chicago, se declararía el 1 de mayo como “Día del Trabajo”.
En España, la celebración fue secundada de inmediato, hasta que la dictadura de Primo de Rivera (1923-1931) la interrumpió y produjo un lapsus hasta la llegada de la Segunda República.
Con la llegada de Franco al poder, se movilizó la fecha al 18 de julio, puesto que el 1 de mayo era una fecha con nexos marxistas y republicanos, conmemorando la “Fiesta de la Exaltación del Trabajo”, más acorde con las directrices del régimen.
Fue el Vaticano en 1955, con Pio XII, el que recuperó el 1 de mayo como celebración de San José Obrero o Artesano en el calendario religioso, aceptando el régimen franquista la festividad con la condición de que la organización de todos los actos corriese a cargo de la Falange y de la Iglesia.
Hasta el año 1978, y con la llegada de la democracia, no se autorizó como tal la manifestación libre e independiente del “Día del Trabajo” el 1 de mayo.