En estas fechas me vienen a la memoria recuerdos de la niñez cuando en la casa familiar poníamos el Nacimiento, hoy llamado Belén. Nos movilizábamos todos los hermanos (yo era de los pequeños) para coger en el ‘fallado’ (del que les hablaré otro día) una maleta vieja, de buen tamaño, que contenía el portal y por supuesto todas las figuritas necesarias.
Pero antes de eso había que hacer otra cosa, y era ir al monte a buscar el musgo imprescindible para forrar de verde una buena parte del Nacimiento. Entonces en cualquier lugar de las afueras de la ciudad encontrábamos ese musgo necesario. Hoy, como tantas otras cosas eso también está prohibido.
Pues bien comenzábamos por poner un tablero, no muy pequeño, sobre unos trípodes, y lo forrábamos con papel del Faro, y sobre él íbamos trazando el plano del lugar, aquí a la derecha la pequeña montaña forrada de musgo, en el valle el riachuelo hecho con papel de plata, con un un pequeño puente de piedra por donde pasaba una mujer con un cántaro de leche en la cabeza, y en su orilla una mujer con su tabla de madera lavando la ropa. Paralelo al rio discurría un camino por donde los Reyes Magos terminarían llegando al portal en la noche del 5 de enero.
En la parte izquierda del tablero se instalaba el portal con San José, la Virgen María y detrás la mula y el buey. El niño Jesús se ponía, obviamente, en la noche del día 24. Y no nos podíamos olvidar de la estrella de Belén en lo alto del portal.
La estampa se completaba con varios pastorcillos encima del musgo con las ovejas de su rebaño. Recuerdo una figura que era un pastor que portaba un cordero sobre sus hombros como ofrenda yendo hacia el portal.
Y no podían faltar los tres Magos de Oriente, Melchor, Gaspar y, como no, Baltasar, al que antes decíamos «el rey negro». Según pasaban los días navideños íbamos acercando a los Magos hacia el portal donde llegarían en la noche de Reyes.
Este Nacimiento, con el tiempo lo he entendido, era una muestra retrógrada del heteropatriarcado de aquella época franquista. Hoy, en 2023, ya procuro no caer en aquellos vicios. El nuevo Belén, en lugar del insostenible musgo, contiene serrín (de maderas reutilizadas), el corcho del portal es certificado y sabemos que ningún alcornoque ha sido dañado para construirlo.
Por supuesto el pequeño dique del río del viejo nacimiento lo hemos destruido para que la naturaleza siga con su libre curso de agua, que lleva solamente el caudal ecológico que marcan las normas. Y las ovejas de los pastorcillos son de razas de la zona (kilómetro 0) para no emitir más CO2 de lo que permita la cuota. Me olvidaba, la estrella es de lucernaria tipo Led de bajo consumo.
Los reyes, Melchor y Gaspar, son dos subsaharianos y a Baltasar, esta vez le toca ser pelirrojo con pelo ensortijado, mientras que San José tiene rasgos de raza calé, María parece magrebí y el niño Jesús lo hemos teñido para que (la genética manda) sea oscurito como corresponde.
Yo creo que de esta manera tendré un nacimiento sostenible, transversal, multirracial y socialmente responsable, y podré superar la inspección de la ‘Policía de Belenes’ que está al caer, porque yo quiero mi belén con la ITV pasada. A mí en eso no me van a pillar.