Por eso, los anhelantes del cambio estaban ahora dispuestos a incinerarlo y esparcir sus cenizas o entregárselas a un Partido Popular viudo y desconsolado, para que las colocara en un lugar privilegiado de su sede embargada. Pero se toparon con un PSOE carbonizado, un Pablo Iglesias quemado y una iglesia que considera legítima pero brutal la incineración y prohíbe –en caso de quemar católicos- esparcir sus restos o exponer sus cenizas.
Y no pudiendo enterrarlo ni abrasarlo en las llamas del infierno que toda la oposición y medio país cree que se merece, sin explicación científica posible -ni mucho menos política- el cuerpo latente del Presidente en funciones más veterano en la historia de España, está más vivo que nunca y se planta ante el Congreso de los Diputados a pedir el apoyo –que no la confianza- de la Cámara. De ahí saldrá, en segunda votación y a caballo del asombro desbocado, como Presidente de un Gobierno que trabajará bajo fianza, sin aval y tal vez de corto recorrido.
Como Lázaro, el Rajoy expectante se ha levantado y se ha puesto a andar –él no corre- y, si hablase gallego, en el debate de investidura podría decir, entornando los ojos por encima de las gafas y señalando con el dedo índice de su mano derecha: “xa volo decía eu”. Manda huevos.