Lejos de asustarse, Kevin -así se llamaba el chaval- se lleva la mayor alegría de su corta existencia, al verse solo, libre del yugo del régimen familiar, dueño y señor de su vida. Lo único que tiene que hacer es apañarse por sí solo, lo que -a medida que avanza la película- podemos comprobar que consigue con éxito.
Sin embargo, quedarse solo en casa es una pesadilla y una triste realidad para muchas personas mayores sin apoyo familiar que fallecen en soledad en sus domicilios. Los forenses del área de Vigo han alertado de un aumento de casos de gente que, generalmente por encima de los setenta años, con una vida autónoma pero quizás con poca autonomía, sin asistencia ni -muchas veces- el cariño de nadie, se van apagando. Mueren solos, en un mundo lleno de gente que viene y va, de prisas, de ruido y de un egoísmo justificado solo en la necesidad de conquistar a empujones un espacio entre la obligaciones laborales y familiares que a veces no nos dejan ni respirar.
Quienes hoy buscan a bocanadas un rato de la soledad granuja de Kevin, escapando unos minutos de los niños y el trabajo para echar a correr con unas piernas que aún sienten ágiles, pero que pesarán con el paso del tiempo, tal vez tengan que añorar, más pronto que tarde, la compañía genealógica. La familia, ese concepto muchas veces sobrevalorado y al que tanta importancia daba El Padrino -Don Vito Corleone- y la mafia en general, puede no estar cuando realmente la necesitas y especialmente cuando llega el momento de la gran dependencia.
La crisis demográfica no ayuda y los poderes públicos no llegan -ni de lejos- donde no alcanzan familia y amigos. Todo el cariño del mundo y las buenas intenciones chocan con la realidad de la insuficiencia de medios y apoyos en el hogar y las carencias del sistema de bienestar social. ¿Qué hacemos con los mayores? ¿Qué harán con nosotros cuando nuestros años y salud sean una carga insoportable para nosotros mismos y los demás? Nos quedaremos solos en casa, pero sin posibilidad de hacer ninguna travesura más.