Entramos en lo que se supone será el ecuador del previsto confinamiento de treinta días y en el nuevo decreto de la entrada en vigor de la prórroga de otros quince días se mantiene como servicio esencial a la comunidad la apertura de los estancos.
Y de cierto no les faltan clientes ni tampoco fumadores activos en las colas de los supermercados.
Tratándose el corona de un virus de transmisión aeróbica cuya morbilidad incide básicamente en las vías aéreas y pulmonares presenta una paradoja o cuando menos incoherencia la preservación y prevención de la salud, máxime en estado de alarma sanitaria, con el hábito del tabaquismo no sólo de aquellos fumadores activos sino de terceros involuntarios pasivos.
Al formularnos la pregunta del porqué implícito o subyacente a la motivación del Gobierno para mantener como servicio esencial los estancos, la respuesta más inmediata que surge y esta mañana me la recordaban los amigos Miguel Lareo y Braulio Gómez son los pingües ingresos fiscales de la venta del tabaco.
El Estado te sana, el Estado te mata.
Pero poca duda cabe de que hay otra respuesta en torno al amplio consenso que suscita la medida que comentamos.
El tabaquismo puede resultar una salida terapéutica a la angustia y la amplísima dimensión social cuantitativa de su clientela también cuenta y encuentra comprensión o tolerancia entre los no fumadores.
Por tanto en la actual situación dominada por el miedo que libera angustia, el tabaco no libera del miedo ni del encierro pero si puede coadyuvar a liberar en las volutas del humo la actitud aprensiva ante el morbo invisible o el virus y su miasmático cortejo.
A la salud por la enfermedad. Contradicción de contradicciones.