España es un país donde existen numerosos bares, restaurantes y negocios vinculados con la hostelería, y se puede afirmar que España se está convirtiendo en un país de servicios. Este cambio —o especialización, según se prefiera llamarlo- está motivado por el ánimo que se inculca a la población para buscar alternativas laborales mediante la creación de autoempleo, una solución gubernamental para paliar la crisis laboral que padecemos. En mi opinión, esta solución no es la adecuada: ni todo el mundo tiene madera de emprendedor, ni tampoco todas las profesiones se prestan a la fácil creación de una empresa. No obstante, las profesiones relacionadas con el sector hostelero son las más propicias para iniciar una aventura emprendedora: quizá un pequeño bar, quizá la fabricación de panes artesanos…; existen, como ya digo, numerosas alternativas. Pero no todo el mundo puede vivir de la hostelería, ni tampoco la hostelería es el único remedio.
En mi opinión, la hostelería vive una situación de burbuja muy parecida a la que hasta hace unos años se ha vivido en el sector de la construcción. Tarde o temprano se desinflará y se vendrá abajo. Sin embargo, mentiríamos si dijéramos que el sector hostelero no genera trabajo, porque lo cierto es que es una cantera de empleo, un empleo, muchas veces, en precario, con salarios propios de esclavos, condiciones laborales inadmisibles, y horarios abusivos. Todo esto está consentido por unas autoridades que miran hacia otro lado, y en la temporada estival, cuando el turismo acude para disfrutar de sus días de descanso, los estudios de población siempre indican una disminución del desempleo. Y Vigo tampoco queda ajena a lo que podríamos llamar fiebres lúdicas favorecidas por el buen tiempo, por eso, esta terraza de una céntrica plaza viguesa da buena cuenta de la respuesta ciudadana a los primeros rayos de sol tras un duro invierno que, por cierto, aún no hemos dejado atrás.