La singularidad de esta calle y de sus próximas, en algún tiempo, fue el reunir algunos lugares emblemáticos del vino y tapeo, no todos en la mencionada Travesía.
Desaparecidos para siempre El Bosque, El Cotorro, La Viuda, El Petán y El Acuario. Remozados y resucitados, El Águila y, en estos últimos días, la Taberna de Eligio, ahora con el añadido desde 1920, por lo tanto próxima a ser centenaria.
Entre estos lugares fluía una clientela más o menos común. Tal vez entre La Viuda y El Eligio fuera más intensa la comunidad de asistentes cotidianos, también los dos locales estaban adyacentes, por así decirlo, en el corazón de la pequeña travesía.
Entre esa clientela asidua, había como subcomunidades, tal vez la más caracterizada la de los pintores y escultores, en momentos diferentes, entre otros, Urbano Lugrís, Laxeiro, Mario Granell, Lodeiro, Tomé, Eiravella, Mantecón, Xosé Guillermo, Quesada, ocasionalmente Sucasas, Leiro, Llamazares y muchos otros. También el marchante Manfred.
Otro colectivo de frecuentadores, más o menos estable, era la llamada gloriosa, a la que Eligio reservaba la primera mesa a la izquierda a la entrada del local. En ella se sentaban algunos como Eladio, Castroviejo, Cunqueiro, Víctor Moro y así un elenco de personas más o menos notables de la ciudad en el momento que reseñamos, todavía comienzos de los setenta hasta finales de los ochenta, aproximadamente.
Más alla de estos citados y para no caer en un elitismo culturalista había otro tipo de clientela asidua muy caracterizada en ambientes de la ciudad, entre estos quiero destacar a Benito Morgade, que había adquirido la mitomanía del actor Humphrey Bogart, quien gozaba del aprecio de Eligio, y a primeras horas de las noches lluviosas y tormentosas de invierno le servía una gran cunca de caldo y en ocasiones mejillones en escabeche. Benito, también conocido como Morgan, relataba algún acontecer o evocación cinematográfico de su alter personaje Bogart, preferentemente de la película Casablanca, acompañado de Ingrid Bergman en el film.
Seguimos el recorrido por la Travesía de la Aurora y sus aledaños, pues algunos hacíamos el vía crucis completo con todas sus estaciones, no olvidar que por aquellos años a los bares, tabernas o tascas se les denominaba capillas, al menos en la Rúa de Santiago.
Con paso más apurado nos adentramos en el Águila de aquellos años, tal vez el menos visitado, pero allí estaba; el más visitado por algunos de nosotros fue La Viuda, tanto que más que visitas en algún tiempo era parada y fonda, de interminables decires y cantares, disfrutando siempre del amical anfitrión Adolfo Lareo, Fito, para casi todos los amigos. Aparte de sus vinos y gastronomía, casi toda de productos del mar, santiaguiños como emblema de la casa, lo más peculiar era una clientela altamente politizada, siempre en la izquierda, por lo que la ocasión de participar en discusiones politicas era altamente frecuente. En mi opinión el lugar de debate político culto y popular más intenso y asiduo de todo Vigo.
Avanzando un poco más por esta corta Travesía, el Bar Petán, callos y empanadillas por bandera y el consiguiente vino de chiquiteo en taza de loza y entre los asiduos el doctor Ureña refunfuñando y Rúa acompañándole.
Un pequeño trote de por medio y el Acuario, donde picotear la ensaladilla. Abandonando un poco la Travesía pero sin abandonar el circuito habitual en la zona, el Cotorro, con Manolo al frente, allí también mezcla de ambientes, pero tal vez el más rejuvenecido por aquellos años con chavalada de Instituto, entre los que me encontraba. Manolo, carácter jovial, para picar, toreras, aceitunas aliñadas, que a mi me encantaban, pan de millo, empanadillas de la cercana panadería Rufino y caramuxos.
Para finalizar este recorrido trotón mencionar el Bosque con un reservado de puerta batiente en el que improvisamos alguna reunión de urgencia de aquellas clandestinidades estudiantiles. Aquí quiero recordar a Carlos Prado, compañero de estudios en el Colegio Salesianos, pues su familia era la que regentaba el Bosque.
Y el último del recorrido entre los visitados, el Basket, incluido en la ruta de los que al mediodía eran frecuentados en compañía de Fito de la Viuda.
Para finalizar volvemos al Eligio, pues fue su reinaguración la que detonó la memoria para esta ocasión y lo hace de la mano de Leopoldo, Poldo, titular del Metropol, homónimo de otro de grandes resonancias musiqueras y bailongas de la familia de los Meixide, en rúa Progreso, de aquella con otro nombre innombrable. Leopoldo, hermano de otro grande de la hostelería viguesa nocturna de los ochenta, Toti, al que recordamos cariñosamente en el Cafeto, junto al restaurante Amarante de Fernando y Miro, en aquella callejuela ciega por el Roupeiro.
Y fue en compañía de Carlos Meixide que me acerqué a visitar nuevamente el Eligio y allí nos reencontramos con Jaime, el Capitán, al que conocí justamente en otra reinaguración del Eligio, esta cuando lo abrió Carlos, desdichadamente fallecido. Jaime estaba al frente de la cocina. Por allí nos vimos con Senén, Luis y Lola Vaamonde, Fernando Franco también apareció y esto sin necesidad de quedar, como en aquellos tiempos que recordamos, en que para verse sólo había que dejarse caer por los bares o tascas.
Para el año próximo, 1920, según parece, el primer centenario de Eligio. Por allí nos seguiremos viendo y bebiendo.