Sin embargo, poner el equipo en venta puede ser un espléndido y tentador negocio, una venta que abre la puerta para que pase a manos extranjeras. Y estoy seguro de que no soy el único vigués que interpreta esa operación empresarial como una auténtica traición a la ciudad y a toda la ciudadanía. Eso es algo parecido a poner en venta la Plaza de España, la terminal de trasatlánticos del puerto, o incluso el Cristo de la Victoria. ¿Acaso ya no queda viguismo en esta ciudad? ¿No existe ninguna fórmula para preservar los intereses generales y los símbolos de la ciudad? ¿Habrá que salir a la calle para demostrar el sentir popular en contra de algo que puede ser legal, pero no moral? De confirmarse la venta, el Celta comenzará el camino a la desaparición, una desaparición motivada por intereses puramente crematísticos.
Ahora, el complemento del negocio resulta ser el estadio de Balaídos, un campo municipal que es de todos los vigueses, de titularidad municipal, puesto que la sociedad original traspasó en su día los derechos al Concello. Una operación planteada que no es nueva, porque hace años ya hubo otros intentos, siquiera puertas adentro. Y tampoco inocente, porque en la hipótesis de que se vendiera Balaídos, su comprador se haría con un patrimonio muy rentable siquiera para sus descendientes, aunque tuvieran que pasar décadas, pues nadie podría negar la posibilidad de una recalificación en un futuro, aunque fuera lejano.
Estoy seguro de que todo esto ya estaba planificado desde hace mucho tiempo, desde el principio. En mi opinión, la venta del campo municipal Balaídos no será nada fácil; todo lo contrario. La legislación sobre patrimonio municipal, aunque tenga tantos vericuetos como cualquier otra ley, no dejará el camino expedito para que esas ambiciosas maniobras empresariales se conviertan en realidad. Además, no me cabe duda que el equipo de gobierno de la ciudad defenderá, una vez más, los intereses generales. En cuanto a la venta del Real Club Celta de Vigo, considero que sería necesario encontrar una solución razonable para que sus accionistas mayoritarios, que son los que plantean la venta, no salgan perdiendo y puedan retirarse de su aventura deportiva sin que la ciudad pierda el equipo que la representa, y eso se traduce en la posibilidad de que algún grupo empresarial vigués y solvente manifieste su interés para hacerse con la titularidad del club. Pero la conclusión más triste de todo esto es lo rápido que se puede pasar de héroe a villano, aunque luego se ponga un océano por medio. Por lo pronto, la pelota está en el aire.