En un mundo que corre a toda velocidad, detenerse a escuchar nuestras emociones puede parecer un lujo. Sin embargo, Alba G. Moreira, colaboradora de Vigoé y autora de 50 Cartas a mi Yo, nos propone justo eso: una pausa para dialogar con nosotros mismos a través de la escritura. Este manual de gestión emocional, que mezcla introspección y vivencias globales, llega en un momento en que entender nuestras heridas y fortalezas se ha vuelto más necesario que nunca. Con 49 cartas (una menos de las 50 prometidas por un motivo íntimo que Alba guarda para sí), esta obra invita a los lectores a explorar su interior y, de paso, a sanar.
Un viaje que nació en un monasterio
La chispa de ‘50 Cartas a mi Yo‘ se encendió en el Monasterio de Oseira, en Ourense, reconvertido en hospedería para peregrinos. Allí, tras la muerte de su padre y enfrentada a la imposibilidad de tener hijos, Alba encontró refugio en la escritura. «Todo empezó por casualidad. Alguien me dio un cuaderno y me sugirió que anotara lo que sentía. Estaba en una celda, sin móvil, y me acordé de las ‘Cartas desde mi celda‘ de Bécquer», cuenta la autora. Lo que comenzó como una carta a su padre derivó en un torrente de palabras dirigidas a su duelo, su ira y su frustración, un ejercicio que, sin planearlo, se convirtió en el germen de este libro.
Con el tiempo, esos apuntes en cuartillas de un bloc de Logroño tomaron forma. «Me di cuenta de que seguía una sistemática que se prolongó con mis viajes por el mundo. Escribir se volvió una forma de procesar lo que vivía», explica Alba. El resultado es una obra que entrelaza experiencias con un profundo viaje al autoconocimiento, estructurado en cartas breves pero cargadas de significado.
49 cartas y un hueco para el lector
El título ‘50 Cartas a mi Yo‘ sugiere un reto, pero la obra se queda en 49 misivas, una decisión deliberada que añade misterio. «Elegí 50 porque es un número redondo, asequible, y las cartas son cortas, fáciles de digerir. Pero la número 49 no la publiqué por motivos personales», revela Alba. Esa ausencia no es un vacío, sino una puerta abierta: «Espero que el lector sienta curiosidad por escribir sus propias cartas, incluso más allá de 50. Podrían ser 100 o 200, pero 50 me pareció un buen comienzo para un mundo que escucha poco».

La participación activa del lector es clave. «No es necesario que cumplan un objetivo concreto, pero el libro existe para que quien lo lea mejore su gestión emocional. Es una herramienta terapéutica potente», asegura la autora. Desde la tristeza hasta el amor propio, cada carta aborda sentimientos universales, animando a quienes se atrevan a tomar papel y boli a enfrentarse a sus propios demonios y alegrías.
Escribir para parar y sanar
La gestión emocional, un tema en auge tras años de incertidumbre global, encuentra en este libro un enfoque sencillo pero transformador. «Me interesé por la inteligencia emocional en 2008, cuando leí a Daniel Goleman en la universidad. Era impulsiva, delegada de curso, y no sabía transmitir mis ideas sin chocar. Ahí empezó todo», recuerda Alba. Décadas después, en un contexto acelerado, su propuesta es casi revolucionaria por su simplicidad: «Algo tan básico como un papel y un boli puede cambiarlo todo. Obliga a parar, a sentarte con tus emociones. Es barato y poderoso».
Un ejemplo personal lo ilustra: «Una amiga tuvo un duelo por no poder tener una hija. Le dije que escribiera una carta a esa niña que no llegó. Parece ridículo, pero funciona». Alba ve en esta práctica como una solución frente a la falta de tiempo en consultas médicas: «En el sistema público, tenemos 10-15 minutos por paciente. No hay espacio para hablar de lo que sienten. Escribir es una vía para reflexionar sin prisas».
La carta que no leeremos
Entre las 49 cartas, hay una que destaca por su peso emocional. «La número 49 fue la más dura de escribir. Es desgarradora, y por eso no está en el libro. Pero en talleres grupales, invito a algunas personas a crear la suya propia», confiesa Alba. Estos talleres, vinculados a la obra, amplían su alcance terapéutico, especialmente para temas como el duelo por infertilidad o la violencia de género. Escribo para ayudar a quienes han pasado por lo mismo que yo. Con un lápiz y un libro, quiero llegar a más pacientes», afirma.
La carta ausente no solo protege la intimidad de la autora, sino que simboliza el poder de lo no dicho, dejando al lector el reto de completar su propia historia. «El autoconocimiento es la clave de la felicidad. Si no te conoces, no puedes alinearte con tus objetivos ni con el mundo», reflexiona Alba.

El poder de reescribir nuestra historia
La escritura, avalada por psicólogos como herramienta para procesar traumas, se convirtió en un descubrimiento personal para Alba en Oseira. “Sin móvil, sola con ocho monjes y cuatro peregrinos, no tuve más remedio que enfrentarme a mis emociones. Ahí vi su fuerza”, cuenta. Para quienes teman abrir esa caja de Pandora, su consejo es claro: «Escribe y no lo leas de inmediato. La palabra escrita libera. Si te abruma, déjala reposar y vuelve a ella después».
Inspirada en una frase de García Márquez («La vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla»), Alba defiende el potencial transformador de este ejercicio. «No podemos cambiar el pasado, pero sí cómo lo gestionamos. Escribir reordena tus conexiones cerebrales y te da una nueva perspectiva sobre quién eres», asegura. En ‘50 Cartas a mi Yo‘, cada lector tiene la oportunidad de reescribir su narrativa, sanando heridas y abrazando su verdad.