Muchas son las partes que componen al ser humano holístico y el cuerpo físico es el vehículo imprescindible para desarrollar nuestra vida. Es la parte más sólida de nuestro ser y, a la vez, reflejo de cualquier distorsión. No sólo física. Si no también mental, emocional y energética. A menudo, no le prestamos la debida atención ni cuidado. Tenemos hábitos poco saludables, que lejos de mantener la maquinaria perfectamente engrasada nos provocan infinitos problemas de salud.
Alimentación, higiene, pensamientos, emociones, ondas electromagnéticas externas, contaminación… todo se plasma en nuestro cuerpo originando diferentes resultados.
Por ejemplo, nuestra alimentación no suele estar basada en las necesidades nutritivas. La mayoría no somos capaces de escuchar lo que nuestro cuerpo precisa para funcionar correctamente, si no las apetencias del momento. Y obedecemos al lema «somos lo que comemos» sin pararnos a analizar lo que eso significa. Sin tener en cuenta que la comida puede ser nuestro gran veneno o nuestra gran medicina.
En este punto me gustaría decir que yo no rechazo ningún tipo de alimento, ningún estilo de alimentación, si se hace con respeto, entendimiento y gratitud. Cada uno tiene sus necesidades personales a la hora de comer y lo que para unos es nocivo, para otros es necesario. Aunque pueda sonar absurdo o contradictorio con lo que he dicho anteriormente al apuntar que no escuchamos lo que necesitamos. Pero el científico japonés Masaru Emoto demostró que las moléculas de agua se transformaban bajo el estímulo auditivo de diferentes frases, voces músicas, oraciones, mantras… Y que la misma agua variaba su estructura y su apariencia si era sometida a la voz de Adolf Hitler o a una sinfonía de Mozart.
Así que, a lo mejor -y siguiendo las enseñanzas de Emoto-, si en el momento de preparar e ingerir la comida, agradeciéramos realmente la cadena de personas que ha hecho posible esos alimentos que tenemos delante, hasta el menú más insaluble podría no ser tan nocivo. El cambio sería comer con conciencia.
Igual que respirar. Somos tan prepotentes que ni siquiera nos paramos a pensar que gracias al aire que entra en nuestros pulmones podemos existir. ¡Respiramos una media de 20 veces por minuto! Y muy poca gente es capaz de ser consciente 1 vez al día de su respiración. Pero ya hay estudios médicos que demuestran que si aprendiéramos a hacer respiraciones más profundas a nivel de abdomen y de bajo vientre, el organismo tendría una mayor oxigenación en los órganos inferiores. Además de un mayor estado de calma mental. De esto saben mucho los practicantes de yoga, que aprenden a conectarse con su cuerpo físico a través de su propio aliento. Entrando en profundos estados de meditación.
Sólo prestando una atención más consciente a nuestra alimentación y nuestra respiración, ya podríamos notar grandes cambios en nuestro interior. Que si anhelamos que sean más profundos, pasarían por una revisión frecuente de nuestros pensamientos y nuestras emociones.
Nuestro cuerpo físico también enferma si estamos continuamente enfurecidos, deprimidos, celosos, insatisfechos. Se ha demostrado científicamente que estados prolongados de una determinada emoción generan un tipo de péptido en el hipotálamo al que nos volvemos adictos. Y diréis ¿qué es un péptido? Pues un tipo de moléculas formadas por la unión de varios aminoácidos. Así que, la ira constante resulta que sí bombea a nuestra sangre un componente físico al que nos volvemos adictos y, cuanta más ira tengamos, más ira generaremos. «Simplemente» por una necesidad orgánica del cuerpo que sólo nosotros podemos cambiar.
Lo mismo ocurre con los pensamientos. Nuestro cerebro da respuestas automáticas la mayoría de las veces. Pensamientos aprendidos por la experiencia de cada sociedad, cada familia y cada entorno en el individuo. El cerebro de un tibetano y el nuestro es exactamente igual morfológicamente hablando. Pero la forma de ver y procesar el mundo no tiene nada que ver. Y eso marca los hábitos y la vida de cada uno. Observar lo que pensamos, cómo pensamos, lo que nos preocupa es un primer gran paso para empezar un proceso de autosanación.
Y hoy ya no voy a hablar de nuestro campo energético o del espiritual, también parte imprescindible de nuestro ser holístico. Mejor empezar por lo más terrenal, por lo que es más sencillo identificar para todo el mundo. Porque todos somos conscientes de lo que comemos, de que respiramos, de lo que pensamos y lo que sentimos. ¿O no?
Conociendo nuestros talones de Aquiles en cada uno de los niveles que nos conforman ya tenemos en nuestro poder una herramienta impagable.
Gracias por estar ahí