La educación de nuestros hijos es algo que realmente nos preocupa y nos genera confusión. Criar es fácil, pero educar a veces resulta un reto bastante difícil. Dentro de la educación entran en juego distintos ámbitos como son la cultura, alimentación, valores, hábitos saludables, de comportamiento, etc. Sin embargo, la educación emocional, sin duda, es una de las más complejas y suele pasarse por alto sin tener en cuenta que constituye la clave para el correcto desarrollo de los niños.
La ciencia ha demostrado que una buena educación emocional durante la niñez a parte de mejorar los resultados académicos y producir mayor capacidad para la resolución de conflictos y manejo de otras habilidades sociales, también adquiere la maestría para afrontar debidamente cualquier dificultad y problema llegada la edad adulta.
Cuando somos pequeños, aprendemos imitando el comportamiento de los adultos, ya sea de forma positiva o negativa. Por ejemplo, si un adulto mantiene buenos o malos modales en la mesa, si en su diálogo emplea palabras como «gracias», «por favor»… o por el contrario emplea palabras no adecuadas delante de un menor…. Cada detalle es fundamental para el aprendizaje del pequeño, pues los miembros de la familia se convierten en un modelo a seguir donde los niños construyen sus primeros vínculos y sus primeras emociones, de ahí la importancia de expresarlas y manejarlas mediante tareas como el baile, deporte, pintura, cocina… Cualquier actividad que, junto a sus padres, les sirvan para educar las emociones.
Sin embargo, el tema de la educación emocional supone algo demasiado complejo. ¿Por qué ocurre esto? Precisamente porque la mayoría de veces los adultos no sabemos manejar nuestras propias emociones. Estamos acostumbrados a negar o tapar las que nos desagradan, pero enfadarse, tener miedo o sentir tristeza a veces es necesario. La clave está en saber tratarlas y darles el lugar que les corresponde. Por lo tanto, si un adulto no sabe manejar sus propias emociones, le será realmente difícil encargarse de las de sus hijos.
Si los adultos negamos nuestras propias emociones, a nuestros hijos no podemos enseñarles algo que no sabemos. Les cargaremos nuestra propia mochila de emociones reprimidas, programando su mente con la creencia de que algunas son malas y no se pueden mostrar. Por lo tanto, es imprescindible que los padres aprendan a tomar el control y equilibrarse emocionalmente para poder favorecer a sus hijos en su desarrollo individual y colectivo.
¿Qué suele ocurrir con los adultos que no saben o no quieren tomar el control de sus emociones? Que se evaden de su responsabilidad, y hacen que el profesorado del colegio sea quien lo haga. Esto es uno de los mayores errores que se puede cometer. Aunque sí que es cierto que la educación ha evolucionado con el paso del tiempo, y que la mayoría de los centros educativos están preparados para la educación emocional, su trabajo principal es la enseñanza académica. El correcto desarrollo de los niños empieza en el hogar.
No podemos olvidar que el mundo emocional está profundamente conectado al mundo intelectual. Tiene un fuerte vínculo dentro del sistema límbico del cerebro que hace fomentar la atención, aprendizaje, creatividad y motivación. El éxito depende fundamentalmente de su inteligencia emocional, pues un niño que en su casa es valorado, querido y se desarrolla en un ambiente seguro, sin duda, en el colegio aprenderá más rápido, memorizará más fácilmente y será capaz de potenciar al máximo su lado creativo. Por lo tanto, la educación emocional no solo es competencia de los centros educativos, la mayor responsabilidad recae en el hogar donde el niño se desarrolla.