Jan Christian Smuts acuñó el concepto «holismo» en 1926 a partir del término griego «hólos» (total, entero, todo). Este militar, naturalista y filósofo sudafricano luchó toda su vida por la no segregación y la describió en la palabra «holismo»: «la tendencia de la naturaleza de usar una evolución creativa para formar un todo que es mayor que la suma de sus partes». Él pretendía hacer entender que un todo global e integrado siempre tendría más fuerza que la suma de sus partes separadas. Y fiel a esta concepción fue el primer impulsor contra el apartheid en Sudáfrica y la creación de un organismo mundialmente conocido: las Naciones Unidas. Él era un unificador que nos brindó una teoría integradora del conjunto que puede plasmarse perfectamente en cualquier faceta de nuestra existencia. Por supuesto también en nuestra salud.
Y con ese espíritu nació la acepción de medicina holística, que no deja de ser otra cosa que la medicina utilizada durante siglos en países como China o la India. O la que practicaba el propio Hipócrates, que hacía un diagnóstico global del paciente y tenía en cuenta, entre otras muchas cosas, la fase de la Luna o el signo del zodíaco que regía en ese momento para decidir el tratamiento y su aplicación.
Para nuestra medicina occidental, si una persona tiene problemas en un ojo, sólo ese ojo demanda la atención. La mayoría de los médicos no hacen una valoración más amplia del individuo a nivel físico, emocional o energético. No sopesan una posible relación con otra parte que no sea el globo ocular. Mientras que para la medicina tradicional china, por ejemplo, el ojo advierte que algo puede estar pasando con el hígado a nivel físico. O con la emoción asociada a este órgano, la ira. Y hace un tratamiento integrador para encontrar un diagnóstico más amplio. Para darle más posibilidades al paciente de entender, implicarse y aceptar lo que le pasa.
Cuando una persona viene a mi consulta por primera vez, casi siempre entra en un estado de shock, porque la idea que tiene es que lo que le pasa le es completamente ajeno. Que su dolencia sólo se encuentra en esa parte de su cuerpo o de su mente, como algo desligado del conjunto. Y que le ha caído como una maldición desde el cielo. Pero nunca es así. En unas condiciones ideales medioambientales, de alimentación, de emociones positivas y de armonía, la enfermedad no es posible. Porque cada una de las células individuales que componen nuestro organismo y que forman este cuerpo que vemos como una unidad, en un ecosistema perfecto no enfermaría.
Pero, desgraciadamente, no solemos ver nuestro cuerpo de esta manera. Ni siquiera conocemos cómo funciona. Y, por supuesto, no solemos tener la alimentación, los pensamientos y las emociones adecuadas para que así sea.
Por eso, cuando alguien descubre de repente que el conflicto con su madre le produce una faringitis crónica, o que su depresión «inexplicable» se encuentra en un lugar de su mente en el que se sintió abandonada por una pareja que la dejó hace 20 años, o que su colesterol descontrolado es resultado de la ira que le produce su trabajo, la persona tiene la posibilidad de recolocarse y encontrar alternativas. De mejorar su salud. Porque una implicación activa en el problema siempre da mejores resultados.
La curación está en uno mismo de muchas maneras. Y eso no quiere decir que yo reniegue de la medicina que conocemos. En absoluto. Creo que es imprescindible porque, sobre todo en procesos agudos de enfermedad, puede dar soluciones que son necesarias para la vida. Pero sí estoy firmemente convencida de que una colaboración entre la medicina convencional y muchas otras terapias que ya han demostrado su efectividad sería un gran paso para la salud global de la humanidad. Porque, de una manera u otra, los que nos ponemos honestamente al servicio de ayuda a los demás, lo único que buscamos es que su existencia sea mejor. Cada uno con sus herramientas. Cada uno desde su punto de vista. Y, haciendo mía también la idea de Smuts, con más poder desde la unión que desde la división.
Somos educados para sentirnos separados, sin caer en la cuenta de que estamos unidos por la energía de los átomos que habitan en nuestro interior y a nuestro alrededor. Conformándolo todo. Y si fuéramos conscientes de esta verdad, realmente todo lo que existe podría cohesionarse. Y seríamos capaces de encontrar respuestas a muchas de las situaciones que nos ocurren. A nuestras enfermedades. A fin de cuentas, la enfermedad es una alarma de que algo está pasando en el sistema y necesitamos fijarnos en él para repararlo.
Sería una frivolidad y una pretensión por mi parte pretender en unas líneas explicar un tema que es tan complejo como simple. Y como primer manual «básico», muy básico y no determinante, sólo voy a poner aquí un breve esquema de las bases de la medicina tradicional china con respecto a las emociones, los elementos y los órganos asociados. Quizás a alguno os pueda ayudar a empezar a plantearos el porqué de vuestros pinchazos en el hígado o de vuestros catarros de pulmón. ¿Expresas o no tu rabia? ¿Eres capaz de reírte de cualquier cosa? ¿Con qué o con quién no tienes la capacidad de empatizar? Muchas preguntas por hacerse para intentar encontrar nuestro camino.
Gracias