Triste e inexplicable podría definirse la situación actual, cómo en pleno siglo XXI llegamos a ver imágenes de armas, tanques y explosiones nucleares a través de la televisión o de la prensa. Eso los más afortunados, pues qué decir de los afectados directamente por la invasión. Sin embargo, no es necesario encender el botón de la televisión, abrir el periódico o irse al pueblo ucraniano para presenciar la guerra. Basta con hacer una pausa y viajar al interior de cada uno de nosotros.
Lo cierto, es que en estos tiempos donde estamos contaminados por unos patrones de conducta basados en la apariencia, cada persona —hasta la más pacífica— libra su propia batalla interna. Una batalla de pensamientos que actúa en nuestra mente como una locomotora, y que viaja a 200 kilómetros por hora sin pausa, de una forma frenética y descontrolada. El problema es que la mayoría de esos pensamientos suelen ser negativos, tóxicos y sin fundamento. Se produce un incesante bombardeo en nuestro cerebro que nos perjudica a la hora de nuestras acciones con nosotros mismos y con los demás.
Nuestra mente emite juicios constantemente para protegernos, es decir, para evitar el sufrimiento. No admitimos que alguien no comparta nuestra opinión o nos quite la razón. Pero hay que tener presente que cada uno de nosotros lleva unas gafas con distinta graduación, material, diseño, color… Lo que para uno significa una cosa, para otro puede ser otra totalmente distinta, y es que cada uno tiene su propio manual de vida llamado experiencia. Al igual que el encendido de un piloto automático, nosotros actuamos programados por nuestras creencias. Si estas son buenas, bienvenidas sean, pero si son erróneas o enfermizas, más vale protegerse del fuego de sus balas, pues estas pueden llegar a derrumbar hasta pueblos enteros.
La aceptación y el amor son la mejor medicina
Paradójicamente, cuando se juzga y machaca a los demás, no deja de ser una falta de aceptación a uno mismo y la ausencia de amor propio. Cuando creemos que alguien nos está atacando, en el fondo esa persona está librando su propia batalla interna. Su inconsciente está descargando sus heridas emocionales, aquellas que en la niñez se abrieron en busca de aceptación y amor, y que aún están sin cicatrizar. A veces son tan profundas que quedaron almacenadas en la capa más profunda del cerebro, abandonadas para no sentir dolor, pero no olvidadas, pues cuando el niño interior que todos llevamos dentro se siente atacado saca la artillería más pesada para defenderse.
El amor aumenta cuando se anulan los juicios
Juzgar y juzgar, ese es el pan nuestro de cada día. Se critica al vecino, se culpa al entorno, se acusa a las entidades, se juzga al mundo en general; pero cada uno no se para a mirar en sus propios zapatos. Estamos aquí para amar antes que juzgar, o para sentir antes que razonar, sin embargo, se tiende a actuar al revés: primero nos fijamos en la apariencia o posición social de alguien y, después, si nos encaja en nuestra creencia podemos aceptar o no a esa persona. ¡Así nos va! En pleno siglo XXI batallando entre armas por falta de amor y exceso de ego.
Llegados a este punto, se hace necesario dejar ya los juicios y desarrollar la empatía. O nos hacemos responsables de una vez de que todo lo creado a nuestro alrededor se debe a nuestros pensamientos y realidades internas, o seguiremos siendo víctimas de una sociedad que nos manipula y aniquila, mártires envueltos en quejas y justificaciones. La paz mundial comienza con la victoria personal, pues sin duda, la batalla interna es la más difícil de ganar.