Los expertos en nutrición se encuentran a menudo con algo contradictorio. Gran parte de sus pacientes conocen el tipo de alimentos que son saludables y los que no. Son conscientes de la dieta más adecuada para su salud y bienestar. Sin embargo, no siempre lo aplican. Una de las principales causas se debe a que existe una fuerte conexión entre la comida y el aspecto social y emocional. Lo que te afecta en este sentido, repercute directamente a lo que te llevas a la boca.
En el ámbito de la salud no basta solo en comprender qué deberíamos comer y qué deberíamos evitar. Comer no siempre tiene la finalidad de nutrirnos, sino también de saciar o difuminar una serie de emociones concretas. Es necesario recordar el estrecho vínculo que existe entre lo que ponemos en el plato y lo que pensamos, sentimos y las experiencias que vivimos a diario.
Cuando se atraviesa una época satisfactoria donde nos encontramos centrados y relajados, es normal que nos preocupemos más por nuestra nutrición y salud, pero cuando las cosas no marchan bien, hay problemas en casa, en el trabajo o en cualquier otro ámbito de nuestra vida, los hábitos alimenticios cambian hacia peor.
Existen personas que comen de manera compulsiva cuando experimentan estrés. Otros, en cambio, pierden el apetito y recurren a alimentos frugales. La selección que hacemos cuando vamos al supermercado a hacer la compra o acudimos a un restaurante, está influenciada por cómo nos sentimos en ese momento. Según el último estudio publicado en la revista científica European Journal of Preventive Cardiology se explica cómo los expertos llaman «comedores emocionales» a aquellos que ingieren alimentos de forma compulsiva como consecuencia de la ansiedad. Estos consumen alimentos para satisfacer sus cerebros en lugar de sus estómagos, con el peligro de que se envuelvan en un círculo vicioso difícil de salir.
Cuando se tiene un mal día, se tiende a buscar productos de alto contenido calórico como dulces, pizzas, hamburguesas… alimentos ultraprocesados en general— para disfrutar de esa breve explosión de endorfinas y serotonina en el cerebro; por lo que experimentar tensión, preocupación, desconfianza o angustia a diario por el miedo a romper el vínculo con la pareja, trabajo o cualquier otro lazo estrechamente ligado a nuestro círculo, provoca una alteración en la emociones que, unida a la nutrición, puede poner en riesgo la salud.
La insatisfacción emocional nos lleva a la mala alimentación y con ello, las consecuencias en nuestro organismo. Lo importante es ser consciente de la situación; analizar si lo que estamos ingiriendo realmente es sustento para nuestro cuerpo, o estamos «comiendo emociones» que nos lleven a una frustración aún más grande por tener que lidiar con otros problemas de salud. Comer bien significa sentirse bien y, para conseguirlo, es esencial realizar una alimentación consciente, conocernos por dentro y atender a nuestro universo psicológico y emocional.