La salud mental, la hasta ahora hermana pobre en la sanidad española, ha comenzado a salir de la penumbra para convertirse en un asunto que figura en la agenda de políticos y administraciones, aunque sin que se hayan concretado todavía medidas de calado. La pandemia de Covid-19 y las restricciones a la vida social aparejadas han traído consigo una ola de patologías que han sobresaturado y mostrado las carencias de unos débiles sistemas públicos de salud mental que ya antes no daban abasto.
“El desamparo que se siente es doble. Al creado por la propia enfermedad, se suma el hecho de no recibir la ayuda que tanto necesitas”, explica Diego, un joven de Vigo de 36 años que hace unos meses acudió al Servicio Galego de Saúde y se encontró con una larga lista de espera de más de cuatro meses para tratar una depresión.
Los datos muestran las carencias con las que cuenta la asistencia psicológica pública en España, que se ven acentuadas en Galicia. La media de psicólogos clínicos en los servicios de salud en la Unión Europea es de casi 18 por cada 100.000 habitantes. En España la cifra es de solo 6, según un informe del Defensor del Pueblo. Galicia se sitúa en la penúltima posición de todo el estado (solo por delante de Andalucía) con únicamente 3,5 psicólogos clínicos en el Sergas por cada 100.000 habitantes.
Rosa Cerqueiro, psicóloga clínica del Sergas y portavoz del Movemento Galego de Saúde Mental, alerta de que “levamos moitos anos pedindo unha dotación de recursos e profesionais axeitada”. De hecho, destaca que la Xunta lleva casi 25 años incumpliendo sus propios objetivos. “No 1997, recomendaban o dobre do que se ten en conta no plan actual. Aínda que cumplan, quedaríamos na metade do recomendado”, dice y recuerda que “esas recomendacións fixéronse moito antes da crise económica do 2008, a tensión do sistema público agravouse moito nestes anos”.
Rosa Cerqueiro (psicóloga del Sergas): «Levamos moitos anos pedindo unha dotación de recursos axeitada»
La gerencia del Sergas, por su parte, ha detallado a este diario en qué consiste su Plan de salud mental de Galicia, por el cual “se prevé incorporar a 241 profesionales durante su vigencia, habiendo hasta el momento actual incorporado el 80% de los previstos para el periodo 20-21, lo que implicó la contratación de 31 psiquiatras y 31 psicólogos clínicos”.
A Cerqueiro, sin embargo, le parecen insuficientes estas medidas: “Somos moi críticos co plan galego. Estamos nunha situación tan difícil que non se vai ver no día a día. Estou a notar que hai máis demandas nos últimos meses”.
Salud solo para que el que se la pueda pagar
Diego, como tantas otras personas, acabó acudiendo a una consulta privada. Lo mismo le pasó a Manuel (28 años), también en Galicia. “Estuve rozando la depresión por culpa del trabajo. A eso se le sumaron cosas que yo venía arrastrando del pasado y mi cabeza creó un cóctel tremendo. Como llevaba varios meses en los que lo único que me apetecía era quedarme en casa con sensación constante de romper a llorar, decidí hablar con mi médico de cabecera. Este me envió al psicólogo de la Seguridad Social para una primera evaluación y cuando vi la fecha aluciné: tenía que esperar seis meses para la consulta. Sabía que no podía esperar tanto, mi familia estaba sufriendo por mi culpa y estaba tirando todo por la borda. Cambié de trabajo y me pagué un psicólogo privado”, señala.
Manuel: «Tenía que esperar seis meses para la consulta. Cambié de trabajo y me pagué un psicólogo privado»
Pero no todo el mundo se puede permitir acudir a una consulta privada. Rosa Cerqueiro explica que la falta de atención precoz y ágil en el sistema público provoca un preocupante caso de discriminación por cuestiones económicas. “Hai un problema de inequidade. Só quen pode vai a consultas privadas. Esta ten que ser unha elección libre non fomentada polo atraso na atención pública. En nenos é todavía maís grave. Non atallar a tempo, pode facer que o problema se cronifique. Estamos hipotecando a mocidade”, dice.
El caso de Suellen es representativo. Acudió al médico de cabecera por primera vez a los 14 años aquejada de un problema de salud mental y no pudo contar con una atención adecuada y periódica hasta que se la pudo costear ya de adulta: “La primera vez que mi madre me llevó al Sergas me derivaron a psiquiatría directamente, por supuesto nada de psicóloga. El psiquiatra me atendió durante 20 minutos. Casi ni me vio a la cara, recuerdo que solo tecleaba, y me dio cita para revisión, creo recordar que a los seis meses. Nunca volví. Cuando acabé la carrera y empecé a trabajar, el problema se agravó mucho y mi entorno casi me obligó a buscar ayuda seriamente. Comencé a pagarme una psicóloga privada, con bastante esfuerzo y privándome de mil cosas… Un día no pude seguir pagando y dejé la terapia. Tuve una recaída a lo bestia, por supuesto. Y así en bucle hasta que conseguí un trabajo estable y pude pagarme de forma más desahogada una terapia en condiciones”, explica y añade que “cualquier terapia exige por lo menos un par de sesiones al mes, incluso más dependiendo del caso, y por supuesto, algo más de 20 minutos por sesión”.
Suellen: «La primera vez mi madre me llevó al Sergas. El psiquiatra me atendió durante 20 minutos. Casi ni me vio la cara»
En algunos casos cunde la desesperanza y el paciente abandona el sistema aunque no tenga otra alternativa, como A. (prefiere no dar su nombre), una chica de 20 años de Baleares. “No tuve la misma psicóloga por más de un mes y con las psiquiatras, lo mismo. Eso me cerraba mucho e hizo que dejase de ir. Una persona que no está muy bien no necesita repetir sus traumas desde el principio cada mes para solo recordarlos y no avanzar”, dice.
Por su parte, José (39 años) sufría de ansiedad y depresión, pero el caso fue confundido en un primer momento con asma. Cuando por fin consiguió un diagnóstico acertado, fue derivado a psiquiatría y la experiencia fue tan mala que tuvo que recurrir a una consulta privada. “O médico de cabeceira deume un volante para a psiquiatra para tres meses máis tarde. Esperei e fun, pero a atención foi moi moi mala. Sentinme fatal. Recetoume Besitran, que si me fixo ben, pero sentinme unha merda, porque me deron cita para un ano despois e antes de entrar escoitei que alguén estaba indo todas as semanas, e iso fíxome sentir moi moi mal”, señala.
Depresión, ansiedad y patologías graves en niños y adolescentes
Los trastornos relacionados con la salud mental más comunes en España son la ansiedad y la depresión, ambos con mayor incidencia en mujeres que en hombres. Según los datos de la Encuesta Nacional de Salud de 2017, un 6,7 % de los mayores de 15 años sufre ansiedad y 6,6 % depresión. En total, 10,8 % de los encuestados señalaron haber sido diagnosticados de algún problema de salud mental.
En Galicia los números se disparan. Solo Asturias presenta registros peores. En concreto, en la comunidad, la prevalencia de la depresión es del 12,9 % en mayores de 15 años y el de la ansiedad del 10,3 %.
José: «O médico de cabeceira deume un volante para a psiquiatra para tres meses máis tarde. Esperei e fun, pero a atención foi moi moi mala»
Estos porcentajes, no obstante, parecen quedar obsoletos tras la aparición de la pandemia del Covid-19 y las alteraciones en la vida de la población que esta ha provocado. A falta de datos oficiales más precisos y actualizados, varios estudios ponen el foco en la cada vez más precaria salud mental de los niños y adolescentes en España. Por ejemplo, la Fundación Anar, que cuenta con servicio telefónico para atender problemas psicológicos y psiquiátricos en menores, alerta de que en 2020 aumentaron un 145 % los casos en los que tuvo que intervenir por intentos de suicidio y un 180 % los provocados por autolesiones.
Rosa Cerqueiro explica que en el día a día de la atención psicológica gallega también están notando este incremento. “Na mocidade detectamos un aumento nas tentativas de suicidio e nos comportamentos autolesivos e volvemos a ver un novo aumento nos problemas alimentarios, das anorexias máis graves, de maior repercusión fisiolóxica. Tamén vemos problemas de ansiedade e fobia social, rapaces que estaban a vivir situacións difíciles no ámbito escolar e ó deixar de ir a escola para eles foi un alivio, pero despois o reencontro, a volta os institutos, foi máis traumática e máis dura pola evitación dos meses previos. Cando ten que afrontar iso aumenta a dificultade”, dice.
En este aspecto, el de la atención a problemas graves en adolescentes, volvemos a encontrarnos con carencias alarmantes en la sanidad pública. Es lo que le ocurrió a S. (prefiere no dar su nombre) y a su hija en la Comunidad de Madrid. “Mi hija de 13 años empezó a expresar ideas de suicidio, todos los días y a todas horas. La Seguridad Social me dio cita con una psicóloga para dos meses y medio más tarde. Ni siquiera me derivaron a urgencias. La llevé a un psiquiatra privado, que le diagnosticó depresión mayor en la primera consulta. Ha estado ingresada dos veces por intentos de suicidio en un hospital público y los propios psiquiatras me han dicho que si me lo puede permitir, busque tratamiento psicológico privado porque el de la Seguridad Social no funciona”, relata.
«Detectamos un aumento nas tentativas de suicidio e nos comportamentos autolesivos»
O. (prefiere no dar su nombre) comparte su experiencia, en este caso en Aragón. Esta joven no recibió la ayuda necesaria cuando era una adolescente y el caso se convirtió en grave, con intento de suicidio incluido: “Acudí a la Seguridad Social por ataques de ansiedad. Un tiempo después me dijo la psicóloga que tenía depresión y me derivó a la psiquiatra, que me analizó y me dio medicación. Yo, como buena adolescente con tendencia suicida, intenté acabar con mi vida con las mismas pastillas de la depresión. En la siguiente sesión decidí decírselo a la psicóloga y literalmente se rió en mi cara diciendo que no podía ser que me hubiese intentado suicidar y que lo contara con una sonrisa. Era mi única manera de no intentar acabar con mi vida: reírme todo el rato”.
Medicación como única solución
Como hemos dicho al principio de este artículo, las administraciones y los políticos comienzan a tomar conciencia de la gravedad de los problemas de salud mental. El Congreso de los Diputados está tramitando una proposición de ley elaborada por el grupo de Unidas Podemos que, entre otras medidas, pretende establecer una ratio mínima de 18 psicólogos por cada 100.000 habitantes en la sanidad española. Por su parte, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunció hace unas semanas, coincidiendo con el Día Mundial de la Salud Mental, el Plan de Acción 2021-2024, que estará dotado de un presupuesto de 100 millones de euros y que, como medida más urgente, establece la creación de un teléfono de prevención del suicidio.
Precisamente Sánchez en su intervención en la presentación de este plan, hizo hincapié en el elevado consumo de psicofármacos en España. Según la Encuesta Nacional de Salud de 2017, el 5,6 % de los encuestados reconocía haber tomado antidepresivos en las últimas dos semanas y en el caso de tranquilizantes, relajantes o pastillas para dormir este porcentaje se elevaba hasta el 12,5 %.
El alto consumo de estos productos preocupa a los expertos. Muchos de ellos son recetados en Atención Primaria. Y es que los médicos de cabecera, ante la saturación de las unidades de Salud Mental, optan por esta vía para atajar el sufrimiento emocional de sus pacientes.
El alto consumo de tranquilizantes, relajantes o pastillas para dormir preocupa a los expertos
Rosa Cerqueiro asegura que su uso es insuficiente para tratar las patologías mentales e insiste en que su consumo debe ir acompañado de terapia. “Existen factores sociais, económicos e ambientais e o fármaco non vai a dar a solución a eles. Os médicos e médicas saben recetar, pero non é un proceso en exclusiva. O risco é de cronificar porque os doentes non tiveron unha atención precoz, inmediata, rápida e eficaz. Unha consulta ben feita en tempo e en forma resolve moitísimo”, señala.
Las quejas por mala praxis en la dispensación de fármacos son habituales entre los pacientes psiquiátricos. Por ejemplo, J. (prefiere no dar su nombre), un joven de Cataluña, denuncia que “en 2014, con 23 años, tuve una crisis hasta el punto de tener ataques de ansiedad solo de pensar que tenía que abrir la boca para hablar con cualquier persona. Lo primero que hice fue ir a urgencias y me atendió un médico bastante majo, que me animó, me recetó ansiolíticos para el cuadro que estaba pasando y me derivó a la médica de cabecera. Cuando fui a verla una semana después, le expliqué esto sabiendo de antemano yo que necesitaba ayuda psicológica de algún tipo. Lo único que me dijo tras cinco minutos de visita fue «no veo que tengas ningún trastorno» y me recetó pastillas de homeopatía. Yo en ese momento no entendía nada y casi compro estas pastillas de azúcar, hasta que hablé con una amiga que había pasado algo similar y me dijo que eso no me haría nada”.
Marta (Andalucía), por el contrario, recibió más medicación de la que ella consideraba oportuna cuando solo contaba con 16 años. “Tuve una EMT, una enfermedad mental temporal, debido al miedo al fracaso y a una disociación de la realidad a raíz de mi primer suspenso en bachillerato. En mi caso, en la Seguridad Social me anestesiaron para que no estuviera en este mundo. De la temporada que estuve medicada no me acuerdo prácticamente de nada. En cuanto dejé la medicación y me pagué un psicólogo privado, empecé a remontar”, señala.
El trato al paciente, asignatura pendiente
A pesar de que muchos profesionales se esmeran en que el servicio que ofrecen sea de alta calidad y exprimen hasta la última gota de los escasísimos recursos públicos, el sistema, tal y como está diseñado, no ayuda a que el trato al paciente sea el más adecuado.
La Confederación Salud Mental de España, que agrupa a pacientes y familiares, recalca que queda mucho por mejorar. “A pesar de algunos pequeños avances, España todavía no atiende de forma adecuada a la salud mental de la población. Esto es así porque los recursos destinados a la salud mental en nuestro país son claramente insuficientes, y porque no se ha implantado un modelo de atención comunitaria adecuado y que responda a las necesidades de cada persona”, aseguran desde dicha asociación.
Insisten, además, en que “no se han creado los mecanismos para una adecuada coordinación socio-sanitaria, una situación que perjudica especialmente a las personas con problemas de salud mental, dado que se requiere la intervención de ambas redes. La falta de coordinación entre las redes de atención social y sanitaria provoca que, en muchas ocasiones, cuando irrumpe un problema de salud mental en una familia, ésta comienza un peregrinaje por diferentes recursos y dispositivos de ambas redes, con el consecuente desgaste emocional, psíquico y económico”.
«La falta de coordinación entre atención social y sanitaria provoca desgaste emocional, psíquico y económico»
M. (prefiere no dar su nombre) tuvo una experiencia traumática cuando por fin consiguió que un psicólogo del Sergas la viese: “Me costaba salir a la calle, relacionarme con gente, salía de fiesta y a los cinco minutos de entrar en un pub me tenía que ir. Daba miles de excusas a amigos y familia para no levantarme de la cama y no tener que quedar con nadie. Total, que tras meses de espera (no recuerdo cuantos, pero probablemente en torno a seis) me llega la ansiada cita con el psicólogo.
Me dijo que no me pasaba nada, que no tenía motivos para estar así, que lo que tenía que hacer es arreglarme, ponerme tacones, maquillarme y salir a la calle.
Y yo pensé, ¿para esto la espera? ¿Un psicólogo es esto? Esos consejos me los da mi padre, sin estudios ninguno ni ninguna motivación más que verme bien”.
En la misma línea se expresa Belén (Asturias), que solo encontró incomprensión cuando comunicó primero al médico de cabecera y después al psiquiatra que sufría ataques de pánico. “El médico de cabecera casi no me dejó ni hablar, me interrumpió en cuanto le dije que no era capaz de subirme al autobús y dijo que eso tenía «pinta de un poco de agorafobia» y me derivó a psiquiatría. Esto fue lo peor. Me atendió una psiquiatra acompañada de una MIR. Yo tenía muchas ganas de hablar de lo que me pasaba porque no lo entendía, pero ella no me dejó y se limitó a mandarme hiperventilar y cronometrar. Cuando habían pasado unos segundos, me preguntó si me sentía mal, como cuando me daban ataques. Yo dije que era algo parecido, pero quería profundizar en los pensamientos intrusivos que tenía, como miedo a volverme loca. La psiquiatra no quería saber nada y me despachó en menos de cinco minutos con una receta de ansiolíticos para cuando me encontrara muy mal. Ni siquiera me dieron la opción de derivarme a psicología”, explica.