Si le preguntáramos a cualquiera sobre el que considera el primer alimento básico imprescindible para su supervivencia física, seguro que la respuesta se dirigiría a enumerar aquello que ingiere cada día. Y es real. Necesitamos las proteínas, vitaminas, minerales, oligoelementos, hidratos de carbono, grasas, azúcares… todos y cada uno de los nutrientes para mantener nuestro cuerpo vivo y sano. Igual que necesitamos el agua y los líquidos para permitir a nuestra perfecta máquina subsistir en las condiciones idóneas. Sin esta parte «material» no tendríamos fuerza para los quehaceres diarios ni para mantenernos en pie. Así que es lógico que la mayoría sólo se fije en ella.
Precisamente por esto, por considerar que lo que comemos nos permite estar vivos, es por lo que deberíamos hacer con frecuencia una revisión concienzuda para darnos cuenta de si nuestra dieta es la adecuada. Deberíamos desarrollar de nuevo el instinto animal de poder identificar lo que nos beneficia y lo que nos perjudica. No en base a ninguna moda o corriente de pensamiento externo. Simplemente entendiéndonos y escuchándonos.
Hay mucha gente que se queja de malas digestiones, de gases, de estreñimiento… y no tiene ni la menor idea de qué puede ser lo que no le está sentando bien. O sí. Porque podemos caer en la cuenta, si somos un poco observadores, de que después de determinada ingesta tenemos un dolor de cabeza o un ataque de acidez. Así que para los que quieran abrir esa puerta al cambio de la alimentación consciente, les sugeriría empezar a identificar lo que les sienta bien o no. Mi consejo es apuntar en un papel todo lo que se ha comido el día que se ha tenido malestar. Y una vez identificados los productos ir eliminándolos uno por uno durante unos días para ver la respuesta del organismo. Si alguno de los ingredientes de nuestra dieta nos perjudica, después de prescindir de él notaremos, con casi total seguridad, un gran bienestar que, quizás, no sólo sea físico. Podemos estar hasta de mejor humor o notar un mayor descanso en las horas de sueño.
Así, la comida parece el primer y único pilar para nuestra supervivencia. Pero no es cierto y, de hecho, ya ha habido algunos casos que demuestran que es posible vivir solo con el que vamos a catalogar como «segundo alimento», que en realidad es el primero: el aire.
Nada más nacer recibimos nuestro primer alimento. Fuera del líquido amniótico, fuera de la placenta, nos abrimos al mundo y nos integramos a la vida fluyendo en nuestro primer aliento. Para los hindús, el prana (el aire) no es solo una combinación de nitrógeno, oxígeno, ozono, hidrógeno y otros gases, si no que es mucho más. Es la energía vital en nosotros, la conciencia de que cuando inspiramos entra, nos nutre permitiéndonos vivir y cuando expiramos nos abandona, en un flujo continuo de intercambio que se produce sin cesar hasta el momento de nuestra muerte. Cuando exhalamos nuestro último aliento. Y nos vamos.
La respiración nos conecta con el exterior sin ningún tipo de barreras. Y al igual que con la introducción del azúcar blanco y la sal empezaron a proliferar enfermedades anteriormente residuales, con la industrialización comenzamos a contaminar la imprescindible «segunda-primera» base de nuestra supervivencia.
En el cuestionablemente llamado primer mundo, la mayoría de la población sufrimos niveles de polución y tóxicos en el ambiente tan elevados que el aire se convierte en un alimento insano. Por eso deberíamos buscar, en la medida de lo posible, espacios abiertos en la naturaleza al menos un par de veces por semana, para darle a nuestros pulmones un respiro necesario. Porque realmente habitamos en sociedades privilegiadas, donde no hay que caminar !0 kilómetros para tener agua o en las ciudades no tenemos que cultivar para poder comer. Sólo bajar al supermercado. Incluso pedirlo por Internet. Pero, por esas mismas comodidades, también son sociedades que nos apartan cada vez más de los principios básicos que nos unen a nuestra humanidad en este planeta. Nos hemos desconectado de nuestros orígenes. Eso nos convierte en seres más débiles y vulnerables, apartados de un ecosistema en el que podamos fluir con facilidad. Los semáforos no se comen. Y si no sabemos cómo cultivar, o no tenemos tierra para hacerlo, ¿cómo sobreviviríamos? ¿O sometidos a un aire contaminado al 90 por ciento?
Antes he dicho que hay personas que pueden vivir sin comida. Literalmente. Siempre se ha hablado de que en la India, en Nepal o el Tibet han existido hombres que no necesitaban comer nada para estar vivos. El asceta hindú Prahlad Jani es el único ser vivo que ha hecho real el refrán «vivir del aire». Para asombro de la comunidad científica. A sus 85 años mantiene que lleva 74 sin probar alimento de ningún tipo. Y tras ser sometido a exhaustivos exámenes médicos, se ha demostrado que es cierto. Pero eso no significa que cualquiera pueda ser capaz de hacerlo porque sí. Ni mucho menos.
De hecho, para conseguir algo que a cualquier mortal le parece una proeza es necesario nutrirse sin cesar de forma adecuada del «tercer alimento»: las impresiones.
Y os preguntaréis ¿qué son las impresiones? Las impresiones son todos aquellos estímulos que recibimos del exterior o que generamos en nosotros mismos y que nos conmueven el alma.
Y aquí ya aparecería un tema de discusión peliagudo por que ¿qué es el alma? Pero no es éste el momento de entrar ahí. Así que para hacer que se entienda de la mejor manera posible, una impresión positiva sería la visión de un amanecer increíble, o la primera vez que vemos a nuestro hijo, o un arco iris. Incluso contemplar las hojas movidas por el viento si lo hacemos desde la visión de lo mágico que puede ser. O sentir alegría en el corazón al traer de nuestra memoria recuerdos felices. O imaginar un futuro armónico y agradable. Cualquier cosa, cualquiera, que nos conecte con las partes más positivas que habitan en nuestra mente y en nuestro corazón. Y más allá aún, con los rincones de nuestra alma.
De la misma manera que una discusión, una imagen de guerras o asesinatos, niños llorando desprotegidos después de un terremoto… son impresiones negativas, porque hay que ser casi un Iluminado para no dejarse afectar por este tipo de visiones. O para no dejarse arrastrar por emociones creadas por los conflictos diarios que nos encontramos y que no somos capaces de gestionar. Y por ello caemos sin remedio en la ira, la tristeza, el desánimo, el astío… «nutrientes» nada beneficiosos en el desarrollo de nuestra subsistencia.
Prahlad Jani dijo, cuando fue preguntado, que él vivía en un estado de felicidad continua. Respirando con la naturaleza en todos los sentidos. Aceptando la vida en todos sus matices. Y que así se alimentaba.
¿Podemos llegar a ser como Prahlad Jani? Somos lo que comemos. Y lo que respiramos . Y lo que sentimos. Nos queda un largo camino, pero si revisamos nuestro «menú» completo ¿por qué no va a ser posible? Está en nuestras manos.
Gracias por estar ahí