El olfato va a ser nuestra primera estación de parada. Es nuestro sentido más primitivo, porque las vías olfatorias se desarrollan en el feto antes que el tálamo. Así que, a diferencia de los otros sentidos, el cerebro no necesita recibir el estímulo para que podamos oler. Olemos instintivamente y un determinado olor nos puede llevar a un momento de nuestra vida que no podamos recordar en principio. Pero que nos provoque de igual manera alegría, nostalgia, satisfacción, dolor. Olemos aunque no reconozcamos. Y es apasionante leer el proceso celular y bioquímico que se produce en nuestro increíble organismo cada vez que lo hacemos, que es continuamente. Pero no puedo emplear este breve espacio en explicar a conciencia cómo se produce. Aunque sí os animo a que lo busquéis y lo leáis con detenimiento si os interesa saber más. A fin de cuentas, conocernos en profundidad nos hace más sabios. Somos una maquinaria perfecta de la que desconocemos casi todo.
El olor puede ser un potente antídoto ante muchas situaciones, precisamente por esa no intencionalidad del cerebro en su reconocimiento. Y es un infinito y poderoso almacén de la memoria.
Recuerdo que una vez en Santiago, en un día que llovía a cántaros, iba corriendo por la calle con mi madre, empapadas las dos, y me llegó un aroma a pan familiar, aunque no sabía reconocer de dónde. Y, aún así, inmediatamente me fui a mis veranos en Xinzo de Limia. Yo aún no había hecho el recordatorio mental consciente, pero ante mí empezaron a pasar a toda velocidad escenas de aquella época. Y ahí lo recordé. Y me giré y le dije a mi madre: «Me huele a Xinzo». Y ella me contestó: «Sí. Huele igual que la panadería que estaba en el bajo de la casa de Mucha». Y las dos nos sumergimos en recordar muchas anécdotas graciosas y entrañables de aquellos tiempos. Y aquel olor fue una terapia en muchos sentidos, una terapia en la que no podíamos parar de reírnos a pesar de estar caladas hasta los huesos. Una bendita mojadura compostelana.
Si lo pensáis, seguro que todos tenéis situaciones parecidas en las que un olor os ha llevado a algún pasaje de vuestra vida. Capítulos más o menos afortunados, pero parte imprescindible de vuestra historia. Por eso, cualquier aroma que os traiga recuerdos agradables debería ser parte de la ambientación de vuestras casas y trabajos, ya que eso os ayudaría a una mejor predisposición diaria. Igual que reconocer aquellos olores que os traen vivencias poco reconfortantes será un gran paso para enfrentar y desechar recuerdos nocivos. Sería el ejercicio más simple y asequible para que cualquiera pudiera mejorar su estado anímico y mental. Un ejercicio de «andar por casa», menos sofisticado -aunque no por ello menos efectivo- que la otra posibilidad: la Aromaterapia.
Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha utilizado diferentes substancias, plantas y elementos para aromatizar el ambiente y así mismo. A veces con fines terapéuticos y otras con fines cosméticos, pero siempre han sido parte importante de la tradición popular.
A nivel terapéutico, su gran avance vino de la mano de la Aromaterapia. Desarrollada durante cientos de años en todos los confines del mundo, no sería hasta 1935 cuando el químico francés René Maurice Gattefosé utilizó por primera vez el término para describirlo como terapia alternativa. Y lo hizo después de curarse una quemadura con aceite esencial de lavanda algunos años antes, ya que precisamente los aceites esenciales son la base de la Aromaterapia. Los alquimistas eran los maestros en destilar y sacar lo mejor de cada planta. De hecho, sostenían que los aceites esenciales eran el alma de la planta, su parte más energética y etérea. Su luz. Y se dedicaron durante siglos a buscar sus aplicaciones con resultados más que interesantes.
No hay que olvidar que, aunque la medicina occidental e incluso la farmacéutica han renegado durante años de la salud a través de las plantas, es precisamente de la naturaleza de dónde salieron los principios activos para desarrollar después químicamente en laboratorio las medicinas que consumimos hoy en día. Antes no había farmacéuticos. Había Boticarios, hombres que mezclaban ellos mismos en su botica los preparados que los médicos recetaban. Manejaban el uso de las plantas, de muchos metales y minerales con un profundo respeto de todos ellos. Ellos también eran alquimistas.
Como en cualquier terapia alternativa, la controversia está servida. Pero, como todo en esta vida, lo mejor es comprobarlo por uno mismo. Ser consciente de si los olores nos provocan o no alguna reacción. Si son capaces de estimularnos o calmarnos. De curarnos a algún nivel, cuasi imperceptible. Mi experiencia es que sí funciona. Que si te permites tener unos mínimos conocimientos, los problemas que uno mismo o sus allegados suelen tener pueden encontrar palpables mejorías.
Sobre el cuerpo, en quemadores colocados en la casa, en saquitos debajo de la almohada, en velas, en jabones… Las formas de introducir un olor que nos beneficia en nuestra vida son variadas. Cada uno debe elegir la suya. Por supuesto, también hay una larga lista de usos terapéuticos de los aceites esenciales, como el del árbol del té. Este aceite es un demostrado antifúngico y para las madres con niños en edad escolar, un excelente repelente natural antipiojos añadiendo 4-5 gotas al champú que se utilice. O el aceite de romero para las afecciones respiratorias y musculares.
Pero aquí querría esbozar una pincelada rápida referida únicamente al uso a través del olfato. Una mínima guía orientativa porque hay muchos más.
Armonizadores: Lavanda, Bergamota o Geranio
Estimulantes: Canela, Eucalipto, Naranja, Lima, Romero o Palmarosa
Antidepresivos: Albahaca, Ylang-ylang; Jazmín, Pachulí, Rosa o Sándalo
Relajantes: Ciprés, Clavel, Mandarina, Cedro y Vetiver
Afrodisíacos: Cilantro, Angélica, Ylang-Ylang o Sándalo
Estimulantes de la mente: Romero, Cardamomo o Pino
Gracias por estar ahí