Aunque en muchos lugares se le conoce como lubrigante, el nombre más correcto, el aceptado por la RAE (Real Academia Española) es bogavante. Se trata de un crustáceo marino muy parecido a la langosta que puede superar el medio metro de longitud. La diferencia con la langosta está en el primer par de patas delanteras, que terminan en grandes pinzas. Los mejores bogavantes son los de las rías gallegas, quizá por sus condiciones de salinidad y por la alimentación que favorece el sabor de estos crustáceos. Precisamente, las pinzas del bogavante gallego son más pequeñas que las de los canadienses. Además, el bogavante canadiense es rojizo, mientras que el gallego es de color rojo oscuro y azulado, aunque, luego de cocerse, toma un intenso color anaranjado.
El bogavante es una auténtica delicia culinaria que se prepara de muchas maneras, algunas personas, acostumbradas a verlo ya preparado en el plato, desconocen que se cocina vivo. Sí, vivo, y lo venden con las pinzas atadas para evitar accidentes. Se sujeta por la espalda, se coloca sobre una superficie estable, preferiblemente una tabla de cocina, y con un cuchillo bien afilado —-y sin pensarlo demasiado—- se corta de un solo golpe por mitad de la cabeza abriéndolo a lo largo de su cuerpo. Luego se continúa con su elaboración según cada receta. En la tapería El Grillo, en el número 20 de la Rúa Álvaro Cunqueiro, de Vigo, preparan el bogavante gallego con arroz con gran maestría, resultando una textura y un sabor indescriptibles. Un placer muy recomendable que justifica sobradamente su precio.