En mis tiempos jóvenes se tomaba el gin tonic clásico, sin aditivos de ningún tipo, con la fórmula tradicional: una quinta parte de ginebra y cuatro quintas partes de tónica, luego se añadía hielo, se revolvía y ya estaba listo. Algunos amigos íbamos a tomar los gin tonics en El Mimosa, un bar que estaba en la Rúa Fermín Penzol, donde actualmente existe el Hotel Bar Princesa. Allí había una máquina de discos que al mismo tiempo proyectaba una película de la canción, una novedad muy adelantada a su tiempo. Íbamos en alguna ocasión en la que podíamos permitirnos tomar un gin tonic y veíamos a Françoise Hardy cantando “Tous les garçons et les filles”.
El mejor gin tonic —para mi gusto, por supuesto— lo he tomado en un hotel de Lisboa en los años ochenta. Años más tarde, volvimos al mismo hotel y aún estaba el mismo barman. Volvimos a pedirle unos gin tonics —que no habíamos olvidado—, y los preparó del mismo modo. El resultado era aquel mismo sabor que todavía forma parte del recuerdo.
En aquellas épocas de los setenta y ochenta, las marcas más populares de ginebra que estaban al alcance de nuestros bolsillos eran Larios, Gordon’s, Tanqueray, Beefeater y Fockink. Seguramente olvido alguna marca. Y nadie se complicaba la vida. Sin embargo, ahora la cosa se ha complicado. El número de marcas es casi infinito, unas más secas que otras y con diferencias en su elaboración. La preparación es casi similar, pero a muchas personas les gusta añadirle diferentes componentes. El resultado final sabe muy bien, pero no tiene que ver con aquellos gin tonics deliciosos que, sin llevar nada más que lo básico, no tenían nada que envidiarles a los que hacen hoy en día. Por eso mantengo la opinión de que el mejor gin tonic es el más sencillo, el preparado con la fórmula básica que antes he explicado.
Algo parecido también pasa con el dry Martini, el que se conoce como Martini seco. En una copa de cóctel se sirve ginebra, se le da un golpe (se le echa muy poca cantidad) de Martini seco, y se acompaña con una aceituna clavada en un palillo. Resulta delicioso y muy digestivo, pero muy fuerte, tan fuerte que Dorothy Rothschild (1893 – 1967), la incisiva escritora estadounidense que era más conocida como Dorothy Parker, en cierta ocasión afirmó que no podía tomar más de uno o dos martinis (se refería precisamente al dry Martini), porque con el tercero ya estaba debajo de la mesa y con el cuarto debajo del anfitrión. Eran deliciosos, por cierto, los que preparaban en La Goleta, que aún sigue existiendo en la Rúa Luis Taboada, de Vigo. Y luego, para añadirle algo más al combinado, llegó James Bond con aquello tan esnob de “agitado, no revuelto”.