Casi siempre nos pasan desapercibidas las cosas más evidentes. Nos entregamos con empeño a las rutinas y se nos han olvidado el ruido de las olas, el olor de las playas o el aspecto de las gaviotas planeando junto a las velas de un barco. No nos damos cuenta de lo afortunados que somos viviendo junto a la ría de Vigo. Y no sólo la ría de hoy es apasionante, sino también la de hace mucho tiempo: la de los castros, los galeones de Rande, el yate estropeado de Jules Verne, la cantiga de Mendiño o la terrible prisión política de la isla de San Simón. La Historia es parte fundamental de lo que somos, estamos hechos con ladrillos de muchos orígenes diferentes, y sólo conociendo de dónde venimos podremos entender quiénes somos y controlar hacia dónde iremos después. Este sábado pasado, el Museo do Mar de Galicia y Ocean Secrets ofrecieron la posibilidad de reencontrarnos con la ría de antes y de ahora, y fue una experiencia increíble.
Empezó muy temprano, antes de las diez de la mañana. Según las instrucciones que figuraban en los billetes, todos los viajeros debíamos presentarnos media hora antes de la salida del barco. La playa estaba silenciosa, con unos pocos madrugadores corriendo por la arena. El sol empezaba a calentar, de momento muy tímido. Y entonces fue cuando me reencontré con el ruido de las olas, que hacía demasiado tiempo que no escuchaba. Y él siempre ha estado ahí, pero yo no. Yo llevaba demasiado tiempo sin estar.
El mar lo damos siempre por supuesto, siempre está ahí, siempre estará. Todos tenemos amigos así, de los que no vemos en meses pero sabemos que vendrán corriendo en cuanto nos hagan falta. Vigo y su ría han mantenido una relación amorosa desde los tiempos de los primeros asentamientos humanos, y a día de hoy la pasión no se ha enfriado lo más mínimo.
En lugar de atravesar por la puerta principal, llegué hasta el embarcadero desde la playa, dando un rodeo desde el lugar donde había dejado el coche. Me hacía falta reencontrarme con el mar como hace Vigo, desperezarme después de la modorra de la hibernación. Vuelve a ser verano, pero aún no del todo.
A lo lejos estaba el barco. Andrés iba a ser el guía durante el viaje, y Yanet la encargada de contarnos la historia —horrible y a la vez esperanzada— de la isla de San Simón y luego del museo. Al primero lo conocí hace unos meses, durante el fin de semana dedicado a Jules Verne, cuando ya participé en una travesía centrada en la historia del Nautilus. El mismo nombre que tiene su barco, y Nemo es como han llamado al robot submarino. Todo muy vigués, como nos iba a contar en detalle.
Antes de las diez, el barco estaba desierto, y parecía que era sólo para mí. Es la ventaja, o el espejismo, de llegar con tiempo. Así que aún pude recorrer por fuera el Museo do Mar y ver el Castro da Punta do Muíño, un poblado de casas de piedra que data del siglo VIII a.C., más o menos como el del Monte do Castro, de donde se origina la ciudad de Vigo. Hay hachas de la misma época expuestas en el interior del museo, y un altar primitivo. Era una época de agricultura, caza y pesca, de piedra y de hierro, que fue barrida por la presencia romana en la zona desde el siglo II a. C. Incluso cuentan que el propio Julio César pasó unos días de descanso en las islas Cíes, allá por el año 60 a. C. Estas primeras comunidades marcaron la intensa relación de Vigo con sus aguas, que habría de durar para siempre.
A las diez nos pusimos en marcha. Bueno, el barco, que los demás íbamos sentados y mirando hacia el guía. Andrés es fantástico, le desborda la pasión por lo que hace, y su capacidad para transmitir sus enormes conocimientos sólo es superada por su entusiasmo. Nos contó la historia de la ría de Vigo, de su enorme riqueza ecológica, de su fascinante pasado. Las bateas que convierten a Vigo en referencia a nivel mundial, las cuerdas cargadas de mejillones, las estrellas de mar que se los comen. Nemo es el impresionante robot submarino que permite ver los fondos de la ría en directo. Ocean Secrets lleva meses realizando travesías de esta clase, muchas de ellas con colegios, para enseñar a respetar la naturaleza a través del conocimiento. Pero no sólo te enseñan mejillones y estrellas de mar, sino también pecios hundidos, cañones y cofres, que darían para que hasta la imaginación más aburrida soñase con sumergirse y verlos en persona —mi mente de escritor de aventuras llevaba un rato despierta y con los ojos como platos, pero lo del pecio ya le deslumbró—. En algún lugar de esta ría, aún descansan los restos del Santo Cristo de Maracaibo, el galeón capturado por los británicos durante la batalla de Rande, y cuyas riquezas aguardan a quien las pueda rescatar. O por lo menos eso dice la leyenda. Como en las novelas de Dirk Pitt, escritas por Clive Cussler, que bien podrían situarse aquí, porque la ría de Vigo posee una historia submarina y unos aventureros que darían para toda una saga.
Continuábamos viaje. Parecía que habíamos llegado a un mundo nuevo, diferente a todo. Para entonces, el sol ya se reflejaba en las olas, el barco avanzaba a buen ritmo bajo el puente de Rande y las gaviotas planeaban a nuestro alrededor. Vimos los pocos restos que quedan de la fortaleza de Rande, y los sueños se multiplicaron.
Al fondo, nos esperaba San Simón, soberbia, serena y un poco tenebrosa. Su horrorosa historia pesa sobre sus ladrillos, sus miradores y su bosque de boj. Incluso a pleno sol, tiene un aire lúgubre. Sabes que allí han ocurrido monstruosidades incluso antes de que nadie te las cuente. Y Yanet es muy buena explicándolo. No es morbosa pero sí ahonda en los hechos y en sus porqués, muestra la verdad sin disimulos, sin disfraces, sin maquillarla con historias de princesas. La isla fue empleada como lazareto durante el siglo XIX, y allí se detenían los barcos provenientes del Nuevo Mundo: en la isla mayor (propiamente llamada San Simón) se mantenían los viajeros sanos durante el período de cuarentena; en la la isla de menor tamaño (San Antón) vivían los afectados por alguna enfermedad, hasta su muerte. Durante la dictadura franquista, el lazareto fue sustituido por una prisión política, llegando a convertirse en uno de los campos de concentración más temidos de la época, donde se hacinaban los presos por cientos, en unas condiciones inhumanas de crueldad y necesidades.
Los hombres son los peores enemigos de otros hombres, siempre por razones como a qué dios rezas o con quién quieres pasar el resto de la vida. O simplemente por odio. Tanto, tanto odio a lo largo de la Historia.
Pero la visita a San Simón, igual que la vida misma, también tuvo su parte dulce: la cantiga de Mendiño, una de las más altas cotas de la lírica galaicoportuguesa. Mendiño fue un trovador del XIII-XIV del que se conserva esta preciosa construcción:
Sedia-m’eu na ermida de San Simión
e cercaron-mi as ondas, que grandes son.
Eu atendend’o meu amigo. E verrá?
Estando na ermida ant’o altar,
cercaron-mi as ondas grandes do mar.
Eu atendend’o meu amigo. E verrá?
E cercaron-mi as ondas, que grandes son:
non hei i barqueiro, nen remador.
Eu atendend’o meu amigo. E verrá?
E cercaron-mi as ondas do alto mar:
non hei i barqueiro, nen sei remar.
Eu atendend’o meu amigo. E verrá?
Non hei i barqueiro, nen remador:
morrerei eu fremosa no mar maior.
Eu atendend’o meu amigo. E verrá?
Non hei i barqueiro, nen sei remar:
morrerei fremosa no alto mar.
Eu atendend’o meu amigo. E verrá?
Una joven espera a un amigo en la isla de San Simón, mientras las olas suben y la cercan, impidiendo que regrese a la orilla. Escuchar esta cantiga en la propia ermita de San Simón, el lugar al que está dedicado, y donde presumiblemente se escribió hace unos 700 años, es un privilegio histórico maravilloso, y Yanet lo hizo posible.
Uno de esos momentos de magia en los que comprendes que eres un privilegiado, porque vives en un lugar lleno de delicias.
Y aún quedaba mucho por vivir en este viaje maravilloso: las vistas del Vigo moderno, dinámico, veloz y estresante; los barcos con pescado congelado, granito de Porriño, coches de Citroën y pasajeros; la visión lejana del Monte da Guía y del Monte do Castro. Al primero era al que subían las mujeres de los marineros para encender hogueras, con el fin de que sus maridos pudieran navegar de vuelta a casa. En el segundo es donde se establecieron los primeros asentamientos humanos de la zona, y que luego aplastaron los romanos a su llegada. De ahí nació el Vicus Hispacorum romano, y luego Vigo.
Una ciudad de complejo pasado y brillante futuro, pasando por un presente que es a la vez comercial, científico y cultural. Incluso nos cruzamos con la embarcación del Proyecto Magallanes, una tecnología nacida en Galicia que busca obtener energía renovable de la fuerza de las mareas. ¿Hay mejor ejemplo de lo apasionantes que son el presente y el futuro de la ría?
La última parada en la mañana del sábado fue la visita al Museo do Mar de Galicia. Situado en la Avenida Atlántica, con unas vistas inmejorables, en su interior alberga tesoros históricos como las primeras bateas, arponeros automáticos para cazar ballenas, primitivos trajes de buzo o el submarino original de Antonio Sanjurjo Badía (oficialmente llamado «boya lanzatorpedos», y al que pretendía enfrentar con la armada estadounidense).
El final de esta historia se entrelaza con el comienzo. Ned Land, uno de los protagonistas de «Veinte mil leguas de viaje submarino» era arponero, de aquellos tiempos previos a la Convención Internacional para la Regulación de la Caza de Ballenas. Y justo en ese libro Jules Verne dedica todo un capítulo a la ría de Vigo (y le pone ese título), en el momento en que el Nautilus (el original, el del capitán Nemo, no el de Ocean Secrets) visita los restos submarinos de la batalla de Rande y se apropia de sus riquezas perdidas. Nautilus, Nemo, arpones, ballenas y la ría de Vigo. En el fondo todo estaba relacionado, y era yo quien no lo tenía tan claro hasta la mañana del sábado.
Mi viaje también acabó relacionado con el comienzo: en el Museo do Mar, disfrutando de la ría. Viendo la hora que era ya, me decidí a comer en su terraza, mirando el mar a través de sus enormes ventanas. Consciente de que había vivido un día especial, un trocito de la historia en cuatro horas. De lo bueno y lo malo, de lo nuestro.
Siempre nuestro. Espero con ansia descubrir rutas nuevas, como poco tan estimulantes como ésta.