Antes de pasear por sus caminos nos acercamos al mirador del Orellán, que es uno de los puntos de interés más conocidos y visitados de Las Médulas. Se ubica en el último frente de explotación del sector central de la mina de oro.
Las Médulas conforman un fantástico paisaje resultado de las explotaciones auríferas romanas, y han sido declaradas Patrimonio Mundial de la Unesco. Su estampa rojiza dibuja un paisaje sinuoso y de misterio y nadie diría que los picudos farallones esconden, bajo sus entrañas, el oro de los romanos.
Por tanto, Las Médulas son los restos de un yacimiento de oro y según los estudios publicados, las primeras explotaciones se llevaron a cabo de forma artesanal, con batea, es decir, extrayendo, limpiando y cribando las arenas auríferas que después se lavaban con una batea.
Tras coger el coche, bajamos hasta el pueblo de Las Médulas, donde aparcamos y empezamos desde aquí nuestro paseo. Primero paramos en el Centro de Recepción de Visitantes, que se encuentra en el pueblo y a 400 metros del aparcamiento de la entrada, donde se encuentra el Aula Arqueológica, en la calle principal, muy cerca del inicio de la Senda de Las Valiñas y tras pasar la iglesia.
En este centro se ofrece información sobre los distintos itinerarios que se pueden realizar en Las Médulas pero también de otros lugares de la comarca de El Bierzo.
Elegimos la Senda de las Valiñas, que discurre por el interior de uno de los sectores de explotación de la mina. A lo largo del recorrido se ven los cortados que produjeron las labores de minería romanas y, a la derecha e izquierda del camino, enormes picuezos de tierra anaranjada: es lo que queda de la montaña derrumbada.
El enorme trabajo de ingeniería realizado para la extracción del mineral supuso una gran destrucción del medio ambiente, pero dio como resultado un paisaje grandioso y espectacular de tierras rojizas, perfectamente integrado con la arboleda compuesta por castaños y robles.
En la explotación aurífera de Las Médulas, las partículas de oro aparecn en estado libre, por lo que era necesario deshacer la montaña, lavar el conglomerado para recoger el oro y evacuar los estériles resultantes fuera de la mina.
Todo esto requería enormes cantidades de agua, que era conducida desde las montañas más altas (neveros, cabeceras de los ríos…) a través de una compleja red de canales excavados en la roca, total o parcialmente, hasta la explotación. Una vez allí, se almacenaba en depósitos hasta su utilización. Hay más de 400 kilómetros de canales, algunos de los cuales superan los 100 kilómetros de longitud.
Abandonada la explotación del oro en el siglo III, la vegetación autóctona fue adueñándose del lugar: robles, escobas, carqueixas, encinas y carrascas. A la vez, se consolidó el cultivo del castaño, del que hoy pueden verse numerosos ejemplares, algunos de ellos catalogados como árboles centenarios.
Así, se ha formado un entorno de indudable belleza paisajística formado por las caprichosas formas rojizas del terreno perfectamente integradas en una vegetación característica en la que el castaño destaca como uno de los elementos más importantes.
Seguimos el paseo y llegamos a La Cuevona, que es uno de los lugares que más impresiona y marca a los visitantes. Es la galería de mayor altura de todas las existentes y es el punto de referencia, junto a La Encantada, para todo aquel que se interna por la Senda de Las Valiñas.
A La Encantada accedemos tras haber pasado por delante de La Cuevona, subiendo una pequeña cuesta que, actualmente, se encuentra adecentada y protegida por una barandilla de troncos de madera.
Esta es una de las galerías más singulares de la zona dado que a su llegada nos sorprende por una luminosidad extraña que se produce por la entrada de la luz desde un gran agujero en la parte superior, cuando tras superar un pequeño pero incómodo y polvoriento desnivel llegamos a un punto en el que se aprecian dos túneles que se bifurcan a izquierda y derecha, además de observar una hendidura en la que se pueden ver restos de otra gran galería.
Podemos acceder al interior de las galerías que se bifurcan hasta la finalización de éstas desde donde observaremos, en especial desde la de la izquierda, un hermoso paisaje. Seguimos encontrando castaños que en muchas ocasiones forman auténticos bosques y, en su variante silvestre, han colonizado algunas áreas, mezclándose con el roble y la encina.