Antes de llegar a mi nuevo camino me paro en Pontesampaio para ver A Insuíña, la isla del pintor Antonio Medal de la que decía «pequeniña, pero miña». Primero llego al paseo que discurre por el margen derecho del río Verdugo entre el núcleo original de Ponte Sampaio y la recién recuperada isla de Insuíña.
Situada en el margen derecho de la desembocadura del río Verdugo, a Insuíña tiene una extensión de 3.810 metros cuadrados y posee elementos arquitectónicos singulares como un palomar, un hórreo, bancos de piedra y un puente levadizo.
Todo el recinto está rodeado de un muro de piedra con almenas y un bello camino nos lleva por todo el perímetro insular, desde el que se pueden ver precisas estampas como el puente medieval, el monte A Peneda o la desembocadura del Verdugo en la Ría con las dos islas Alvedosas.
Visito ahora lo que quizás sea uno de sus elementos más representativos, un cenador con la mesa diseñada por el propio Medal que llama bastante la atención puesto que el mantel es lo que más destaca.
A Insuíña fue a principios del pasado siglo un lugar de encuentro de artistas e intelectuales reunidos por el pintor Medal. Allí se celebraron recitales y tertulias en las que participaron, entre otros, Asorey, Laxeiro, Castelao, Cuño Novás, los hijos de Valle Inclán y Unamuno, Ramón Cabanillas o Manuel Quiroga, entre otros muchos.
Bajo estas líneas, el hórreo y el aparato que se utilizaba para subir el puente levadizo.
Aquí, el palomar y una mesa con bancos hecha con troncos de madera. La recuperación de este espacio se inició en 2007 con una visita de la entonces delegada provincial de Costas, Cristina de Paz, tras una propuesta de los vecinos.
Desde el muro de la isla le quito una foto a los puentes del río. Primero al puente nuevo del AVE y al fondo el romano de Pontesampaio.
Para terminar con A Insuíña una foto más del cenador y otra de un mazarico real intentando pescar algo en la marisma con la marea baja. De aquí salgo ya para mi nueva ruta de la tarde, el PR-G 104 Ruta da Croa, en las Salinas do Hullo.
Desde antes del año 1600 se le dio la denominación de Ullóo a todo el valle próximo y paralelo a la costa del municipio que se extiende desde el extremo de ésta, en Paredes, hasta la pequeña playa de Larache, en Santa Cristina de Cobres.
El sendero que os traigo hoy tiene ocho kilómetros y comienza con un tranquilo paseo por la bancada de las Salinas, adentrándose en la Granja de las mismas y visitando Acuña y Larache, ofreciendo una fantástica panorámica de las islas Alvedosas, San Simón y de la Ría de Vigo. Continúa haciendo un recorrido por el Chan da Croa y regresa de nuevo a las Salinas.
A finales del siglo XIX, en este lugar se construyó uno de los pocos molinos de mareas existentes en Galicia, con un funcionamiento que se basaba en el aprovechamiento del movimiento de las corrientes del fondo de la ría para generar fuerza hidráulica. Hoy solo queda una pequeña muestra que señala su situación.
Los antecedentes de las Salinas del Ullóo se remontan al reinado de Felipe IV en el siglo XVII, hacia el año 1637. Estas salinas, además, comenzaron a ser explotadas por el Colegio de los Jesuitas de Pontevedra en 1694 y alcanzaron gran importancia en los siguientes años.
El camino sigue por la orilla del mar hasta llegar al muelle de Acuña, permitiendo al visitante disfrutar de nuevo de vistas sobre las islas Alvedosas, San Simón, Arcade y el alto da Peneda, Rande y el Monte «do Cabalo».
Al llegar al final de la bancada se adentra en el corazón de la Granja de las Salinas, donde se pueden visitar las antiguas casas donde se elaboraba la sal. Al lado de las mismas encontramos la boca de unas antiguas minas.
En un terreno tremendamente descuidado existe una casa de piedra de dos cuerpos, separada hacia el oeste de la anterior, que fue vivienda de los caseros o criados. Entre ambos edificios quedan vestigios de lo que fue un jardín y una huerta principal.
Llego a la casa de los Jesuitas, en ruinas pero que todavía conserva una enorme chimenea y la monumental escalera. Las piedras de los muros se mezclan con musgo y raíces que las rodean y camuflan. En el interior, aún se conservan los restos de una vieja capilla, el patio y una lareira.
La ruta sigue por un bosque autóctono siguiendo el camino en contacto con la costa, que nos lleva al peirao de Acuña aunque antes tengo que atravesar una propiedad particular que hace que crea que me he equivocado de camino.
En la ensenada de Larache la marea baja permite ver los barcos convertidos en esqueletos y que nos transportan a un lugar fantasmagórico pero al mismo tiempo bonito como el que se ve en la siguiente imagen, con un barco en último término que parece el esqueleto de una ballena…
La ensenada de San Simón tiene un ecosistema de alta productividad marisquera, como demuestran las ostras de Arcade pero también los berberechos, la almeja fina y las coquinas.
Enseguida llega la ruta a la iglesia de Santa Cristina de Cobres, que fue construida en el 1678 y trasladada desde otro lugar de la parroquia que hoy se conoce con el nombre del «cuarto» en Barciela.
Con estas vistas sobre las salinas de Vilaboa, las playas de Cesantes y Arcade, más la desembocadura del Verdugo termino tras dos horas y media esta ruta de la que me gustó más la primera parte.
Como en esta ocasión cuando visité las salinas por primera vez estaba la marea baja, quise regresar con marea alta para verlas de un modo completamente diferente que os muestro bajo estas líneas.
Aquí, por último, pongo dos imágenes de lo que son las verdaderas salinas ya que ese día me marché sin sacarles ni una sola foto…
Una salina es un lugar donde se deja evaporar el agua salada, para dejar solo la sal, poder secarla y recogerla para su posterior venta. Se distinguen dos tipos de salinas: las costeras y las de interior.
En las salinas costeras se suelen aprovechar terrenos llanos a nivel del mar, normalmente marismas, de forma que las eras se construyen mediante pequeños muros de tierra que separan unas de otras y de los canales por los que llega el agua de mar, dejando que las eras se inunden simplemente abriendo sus compuertas durante una marea alta.
Cuando ya me marchaba, por segunda vez, de las Salinas, vino a visitarme este cisne al que no pude dejar de fotografiar.