Tras una breve visita al puerto de Domaio, Meira y el puerto de Moaña, que me traen muy buenos recuerdos llego a la playa de Rodeira, donde empezaré mi paseo en bici.
El mar hace pequeñas ondas ante la arena rubia de esta playa, la más plácida y urbana de Cangas y es difícil imaginar que esto haya sido en otros tiempos escenario del terror. «¿Ve esas olas? Son las que traen «areas gordas» que decimos aquí, las que usaban las brujas que después condenaron».
Al parecer, la cercana playa de Coiro, en la zona conocida como «Areas Gordas», al pie de una fuente, era el lugar elegido por las brujas para celebrar sus aquelarres, sobre todo la noche de San Juan, para llamar a las ánimas errantes de la zona.
Dejo la playa y busco la «iglesia de las brujas». Es la iglesia de San Salvador, cuya campana tiene fama de llamar al aquelarre y a las ánimas errantes. Dicha campana se hizo famosa porque » tañía sola», tal y como lo atestiguó el padre Sarmiento en su libro «Viaje a Galicia» (1745). En su libro, dibuja unos símbolos que aparecían en la base de dicha campana y que él mismo advierte como supersticioso y de protección contra las brujas, y que al parecer realizó el campanero de Coiro.
Termino la visita a la iglesia y sigo el paseo por Cangas. Llego de nuevo a la playa de Rodeira pero por la otra orilla por el carril bici. Tras un paseo por el puerto marítimo, el puerto pesquero y la alameda Soage, llego hasta la factoría conservera y ballenera Massó, inaugurado en 1942 y que contaba con la última tecnología de entonces.
A partir de la factoría empieza un camino de tierra de 5,5 kilómetros que me lleva a la playa de Liméns. La senda discurre entre las naves y podemos distinguir las rampas en que descuartizaban los ejemplares cazados. Sigo por el camino siempre con unas estupendas vistas al mar hasta encontrarme de frente con un túnel.
¡Sin avisar y sin nada!¡un túnel excavado en medio de la roca! Cuando vas por el centro no se ve casi nada, es muy emocionante. Mide solo unos 130 metros pero pasarlo en bici a oscuras y sin saber lo que hay en el suelo impresiona un poco.
A medio camino hay un mirador en el que se puede contemplar la belleza del paisaje y ahí aprovecho para pone rla cámara en un banco y hacerme una foto en automático. En mi opinión, es la senda ideal para hacer en primavera o cuando el otoño aún no es demasiado crudo, pero también en las puestas de sol de verano puede ser espectacular.
Al llegar a Liméns recorro la playa por una pasarela de madera que va en varias direcciones para salvaguardar las dunas y no se estropeen con la gran cantidad de gente que viene en verano.
Tras recorrerla salgo en dirección a Aldán pasando por la playa de San Cibrán y su iglesia. Dejo atrás también el pazo Torre de Aldán y descubro un pequeño puente poco antes de la desembocadura del río Orxas y al lado de la carretera PO-315. Merece la pena detenerse a admirar esta pequeña joya que lleva intacta unos cuantos siglos.
Al poco rato llego a otro de los sitios previstos para hoy. Es la finca do Conde, O Frendoal o el Bosque Encantado.
Se encuentra en el kilómetro 109 de la carretera PO-315 en dirección a Cangas. Es un castillo con foso y puente levadizo que forma parte de una construcción que en los años sesenta se comenzó a construir como zona de descanso para los condes de Canalejas (terratenientes de la comarca) pero que nunca se llegó a acabar. El puente levadizo es casi inexistente por lo que intentar cruzarlo es ya en sí una aventura. Pero no es la única forma de visitarlo por dentro. En uno de los laterales hay una entrada aunque una vez se cruza el paisaje es desolador, lleno de basura y de pintadas. No hay luz artificial y apenas entra la natural por lo que es necesario una linterna y tener mucho cuidado donde se pisa.
«O Arco da Condesa» es un acueducto elevado, una antigua canalización de agua desde una lejana mina de la zona más elevada de O Frendoal hasta el Pazo. Actualmente se conserva un arco debajo del cual pasa el sendero del parque. El actual acueducto es medieval pero su origen es romano y las cañerías desembocan en la factoría de salazón que los romanos tenían en los bajos del actual Pazo Torre.
Tras tres horas y media y unos cuantos kilómetros en bici llego de nuevo al aparcamiento de la playa de Rodeira, que es donde dejé el coche. Me gustó mucho el paseo, no lo esperaba de esta forma y me sorprendió gratamente.