Tercera etapa: Olveiroa-Muxía, 32,5 km.
Aún de noche siento el curso del río Xallas con cascadas y rápidos, que van al embalse de Castrelo-Olveiroa. Ya bajando, atravesamos e río Lodoso por un puente de cemento y pasamos por la aldea del mismo nombre. La mañana está fresquita y se nota en estos campos al lado de unos aerogeneradores cerca de Hospital.
Poco después de Hospital, el camino se bifurca. A la izquierda a Fisterra y a la derecha a Muxía. Yo opto por ir primero a Muxía y sigo el camino sin demora.
En la rotonda plantaron un seto con el nombre de Dumbría y también el escudo del concello. Un poco más adelante veo un caballo pastando.
Continuamos de frente hacia Muxía por el arcén de la DP-3404.y compañados por gigantes del parque eólico. Tras 1,1 kilómetros dejamos la carretera por el arcén izquierdo, justo en la señal oficial que marca 25,880 km hasta Muxía, y bajamos bruscamente unos metros para cruzar el rego de Vao Salgueiro, tributario del río Fragoso.
Antes de As Carizas, una aldea de Santa Baia de Dumbría, el camino se vuelve otra vez maravillosamente típico gallego y un poco más adelante nos llama la atención una construcción moderna con volúmenes de colores. Se trata del albergue de peregrinos de Dumbría, inaugurado en 2010.
Pasamos ante la iglesia de Santa Eulalia de Dumbría, construida entre los siglos XVII y XVIII. También por un hórreo, el primero de 16 pies que está en la plaza del pueblo, al lado de la iglesia y el cruceiro. Los otros dos que vemos son más pequeños y están en la salida del pueblo hacia Muxía. El cruceiro da igrexa de Santa Eulalia está realizado en granito y, como otros que me he encontrado en el Camino, cuenta con una mesa adosada.
Salgo de Dumbría y subo al monte por pistas forestales, entre eucaliptos que tanto abundan en Galicia. También pasamos por algún tramo empedrado del viejo camino real. Me entretengo sacando fotos a las distintas posiciones de la vieira que indican el camino. Primero a la derecha, luego a la izquierda y la que marca hacia arriba, que es que hay que seguir el camino de frente.
Al llegar a la aldea de Trasufre, ya del Concello de Muxía, me paro un poco sentado en un cruceiro porque siento una molestia en un pie. Me descanzo y veo que una uña me ha hecho una herida en un dedo. Quito mi botiquín de la mochila, corto la uña y sigo mi camino como si nada.
Envuelto por los campos de cultivo veo a nuestra derecha la aldea de Calo y prosigo para cruzar el río Castro, casi oculto por le bosque de ribera. Viaja a lo largo de 30 kilómetros desde el monte Escaleira hasta la ría de Lires.
El siguiente pueblo al que llego es Grixa, con un cruceiro en al entrada y detrás un campanario sin iglesia, que se encuentra más abajo, junto al cementerio.
Tomo una pista forestal que atraviesa los montes de Vilatoste y de Raposa y que lleva hasta Quintáns, donde pasamos por la capilla de San Isidro y luego enseguida llegamosa la iglesia de San Martiño de Ozón, que pertenece a un antiguo monasterio. El conjunto arquitectónico lo forman la iglesia, la casa rectoral y el hórreo de Ozón, construido a principios del siglo XVII y que es uno de los más grandes de Galicia, con 21 pares de pies. Mide 27 metros.
Por fin, a unos ocho kilómetros de Muxía, en Merexo, se puede ver el mar aunque sea solo la entrada de Camariñas. ¿Qué pensarían los antiguos peregrinos que llegaban por el Camino Francés después de tantos kilómetros sin verlo? Seguramente habría muchos que no lo habrían visto nunca.
La iglesia románica de San Xiao de Moraime, construida en el siglo XII y declarada conjunto histórico-artístico, es el resto de un antiguo monasterio benedictino clave para entender la historia de Muxía. Las donaciones de Alfonso V en el año 1119 ayudaron a levantarla en el mismo lugar donde existía una antigua ermita que habían arrasado primero los normandos y más tarde los musulmanes.
Llegamos a la playa de Espiñeirido, situada en la entrada de la villa de Muxía, y a la que le sigue la de A Cruz. En la entrada de la villa también veo una escultura en honor a Gonzalo López Abente, poeta nacido en el lugar.
Al llegar a Muxía conviene pasar por el albergue para asegurarse un sitio ya que solo cuenta con 32 plazas. Aunque por fuera no lo parezca, está genial, para mí es uno de los más cómodos y limpios de todos los que he visitado.
Una vez instalado, en la oficina de Atención al Peregrino me dan la Muxiana, que nos acredita por llegar a este otro Fin da Ruta Xacobea y dice: “No mar galaico dos arrotrebas apareceu a Virxe María ó beato Xacobo na barca de pedra”.
Al amparo del Monte Corpiño, y sobre unas rocas, se sitúa la iglesia parroquial de Santa María de Muxía, un hermoso templo sobre el que se tienen pocos datos. Se sabe, eso sí, que fue donado en 1203 por el papa Inocencio III al monasterio cisterciense de Carracedo (O Bierzo).
Ubicada en el camino del santuario de A Virxe da Barca, el campanario es también parte de la iglesia como tantos otros que he visto en este camino.
También me detengo a contemplar un cruceiro, justo delante de la puerta de la iglesia y el mojón que marca el km. 0 de Muxía, que marcará el inicio de la etapa de mañana que me llevará a Fisterra.
Tras unos metros llego al Santuario de Nosa Señora da Barca, que sufriría un incendio tras caer un rayo sobre su tejado durante una tormenta.
Es un edificio de culto que se construyó para cristianizar un lugar donde se realizaban cultos pagamos por parte de los antiguos celtas. Fue sufragado a principios el siglo XVIII por los condes de Maceda, cuyas cenizas se encuentran en unos sepulcros dentro del templo. La primera ermita fue construida en el siglo XII y cobra gran importancia por el hecho de ser final de la etapa de los peregrinos que, después de visitar al Apóstol, se dirigían a estas tierras del Finis Terrae para rendirse al pie de la Virgen y contemplar las curiosas piedras en el lugar en las que, según la leyenda, se le apareció al Apóstol Santiago para darle ánimo en su intento por cristianizar estas tierras.
Su planta es de cruz latina y en el interior destaca el retablo barroco que hizo el escultor Miguel de Romay. En él aparecen representados los doce apóstoles rodeando al camarín donde se encuentra la Virgen de la Barca, que goza de una gran devoción. Mi compañero en este viaje, Robert, está rezando delante, al lado de la Virgen.
La vista desde aquí del Cabo Vilán es un poco lejana pero quiero dejar una muestra mientras no pueda ir a visitar esa zona da Costa da Morte (con más tiempo en otra ocasión). En el otro lado, tenemos la Punta do Buitre, que desde aquí me tapa el cabo de Touriñán.
Me detengo también en A Pedra dos Cadrís, que tiene forma de riñón y que constituye el resto de la barca de la Virgen. Según la costumbre, los romeros tienen que pasar nueve veces por debajo para curar sus dolencias reumáticas y de riñón. La leyenda dice que debajo de esta piedra fue encontrada la imagen de la Virgen, que fue trasladada a la iglesia parroquial, desapareciendo de esta y volviendo a su lugar de origen, por lo que allí se construyó el santuario. Hay otra piedra cerca que se denomina Pedra do Timón, por su semejanza con el timón de un barco y también relacionada con la leyenda.
Otra parada obligatoria es la Pedra de Abalar, un megalito de nueve metros de largo y un espesor medio de 30 centímetros que tiene la curiosidad de que se balancea (abala) cuando la gente se sube en ella, emitiendo un ligero sonido ronco. La tradición cuenta que este movimiento se produce cuando las personas que se suben en ella son inocentes de pecado. Otra leyenda relata que se mueve sola para avisar de los peligros de los temporales en el duro invierno. En uno de ellos, en 1978, se desplazó ligeramente, además de romperse una parte de ella. Posteriormente fue colocada en su antiguo emplazamiento y, aunque se ha vuelto a romper de nuevo recientemente, en la actualidad es visitada por miles de romeros que acuden todos los años.
El faro está al lado del santuario y en lo alto del Monte Corpiño encontraremos una cruz de piedra que se levanta como protegiendo a la hermosa población de Muxía, que se encuentra a los pies de este monte. Disfrutaremos de espectaculares vistas de toda la Ría de Camariñas-Muxía.
También retrato A Ferida, el monumento dedicado a los voluntarios que durante meses limpiaron las playas de la Costa da Morte del chapapote vertido por el hundimiento del “Prestige”, en noviembre de 2002.
Cuarta etapa. Muxía-Fisterra, 29 km.
Salimos muy temprano para llegar pronto a Fisterra, pero nos perdemos y al final vamos a caminar casi 8 kilómetros más. Cuando regresamos al Camino salimos casi en la Playa de Lourido y empiezo a subir a través de una niebla muy espesa al monte do Facho de Lourido, de 269 metros en la cota más alta de la etapa.
Un cruceiro y una fuente los dan la bienvenida a la parroquia muxiana de Morquintián. El trazado no visita directamente la iglesia de Santa María y prosigue por la carretera vecinal. Como tengo tiempo y el día abrió un poco me desvío para verla.
Dejando atrás Vaosilveiro llego al río Castro, una de las imágenes más conocidas de este camino. Tengo que cruzar por estas piedras que casi no se ven con la fuerza y la crecida que lleva hoy el río. La foto de al lado es descargada de internet para que se vea cómo sería el paso en esta época del año.
Ah, pero ahora construyeron un puente poco agraciado que salva este punto conflictivo. Yo tenía pensado usar los trancos de piedra para pasar pero la fuerza del agua me hizo desistir rápidamente. Robert no se lo pensó mucho y sigue hacia Lires ya que tenemos que sellar obligatoriamente allí.
Al salir de Lires vuelvo a entrar en un bosque en el que puedo ver algún bonito árbol como éste que sus ramas están torcidas. Después dos azulejos con la vieira compostelana me recuerdan que este camino tiene doble dirección. Hoy solo comí un bocadillo y estoy deseando llegar a Fisterra para comer, aunque sea otro bocata.
Me encuentro con hórreos completamente cubiertos de hiedra, donde solo su silueta delata su presencia al caminante. En un tramo se ve el arenal de Rostro, casi siempre a través de los pinos, y para pisar la playa hay que ir expresamente hasta ella (no fui así que no hay foto).
Más adelante, cerca de Fisterra, me encuentro un indicador que señala el nombre de un pueblo que me suena.
La pista asfaltada me acerca a la parroquia fisterrana de San Martiño de Duio. La iglesia junto al camino es barroca de 1717 y está compuesta de una sola nave con sacristía adosada. Ya llego a Fisterra y veo la playa de Langosteira. Lejos del oleaje y del viento a los que se ven sometidas las playas de mar abierto, Langosteira se caracteriza por sus aguas tranquilas y cristalinas, así como por la alidad de la arena.
Se accede a Fisterra por el barrio de San Roque y paso junto a la cruz de Baixar, un crucero de granito del siglo XVI. En el anverso, está representado Cristo crucificado, y en el reverso María Inmaculada con Jesús. Por la calle Santa Catalina se llega a la calle Real, donde está el albergue público y nos darán la Fisterrana.
Descubrimos una calita con aguas cristalinas justo debajo de la cruz de Baixar en la que casi dan ganas de darse un baño, y eso que justo ahora empieza a llover. Un poco más adelante, frente al albergue, está esta estatua que rinde homenaje a todos los gallegos que están por el mundo adelante. El albergue de peregrinos de Fisterra se encuentra muy bien situado, casi al lado del puerto, y en la misma salida hacia el Faro . Su hospitalero fue muy amable, me dio la Finisterrana y me enseñó las instalaciones, antiguas pero cómodas y limpias.
Su puerto es el mayor lugar de actividad del pueblo y su lonja, la primera turística de Galicia. A cualquier hora del día que paseemos por el puerto encontraremos marineros que van o vienen de pescar, reparando sus redes o en la lonja subastando el pescado.
Quinta etapa: Fisterra-Faro, 6 km. Ida y vuelta.
No es muy temprano porque hoy nos sobra tiempo. Tras el albergue pasamos juto a la capilla de Nuestra señora del Buen Suceso, barroca del 1743.
Ya en la carretera de acceso al Faro se encuentra también la iglesia de Santa María das Areas, con un origen que se remonta al siglo XII. Alberga la talla gótica del Cristo de Fisterra, una imagen envuelta en leyendas. Y tiene Puerta Santa y un Santiago peregrino del siglo XVII.
El ascenso por carretera es bastante llevadero y a mitad de la subida hay una moderna escultura de un peregrino medieval. Hoy hace un día maravilloso, con el océano totalmente en calma, parece mentira que sea A Costa da Morte. Si no te paras, te pierdes la belleza que hay a la vera del camino.
A llegar al alto lo primero que nos encontramos es este cruceiro y Robert, como suele ser habitual, se para un poco en él para rezar. Yo sigo y llego al km. 0.00 y mis ojos se humedecen un poco pero contengo las ganas de llorar. Me emociono cada vez que llego al final de la meta, tanto aquí como en la plaza del Obradoiro.
El de Fisterra es el faro más antiguo da Costa da Morte, inaugurado en junio de 1853. Originalmente estaba dotado de luz blanca giratoria y lámpara de aceite de oliva.
La foto de la bota del peregrino también tenia ganas de hacerla. Antes eran dos pero algún energúmeno robó la que falta. Yo a falta de una pongo dos más, las mías, que se merecen un descanso, que entre unos caminos y otros senderos llevan andado lo suyo. El milagro del Camino está en que convierte en mágicas las cosas normales.
Estas otras dos fotos también son típicas del fin del camino. Son una cruz que está donde se queman las vestimentas viejas, aunque ahora está prohibido, y la columna de que prevalezca la paz en el mundo.
A pesar de que el día estuvo bastante oscuro, hemos tenido suerte con la puesta de sol.
Ya de vuelta a Fisterra, paso otra vez por Santa María das Areas. La iglesia está cerrada y no puedo ver el Cristo de Fisterra.
La vida en Fisterra gira en torno al puerto pesquero y la lonja. En la parte antigua podemos apreciar el ambiente marinero por las estrechas y retorcidas calles, en las casas con balcones, en las plazas, en las tabernas, donde se sirve la mejor materia prima del mar. Descubrir Fisterra es como viajar en el tiempo, es el fin del mundo. El Mare Tenebrosum de los romanos, el último escollo en el Camino, del largo peregrinaje.
Por último, bajo a la playa de Corbeiro, una pequeña cala al final del pueblo, semiescondida y de aguas cristalinas. Me descalzo y escribo en la arena que he llegado al final del Camino. En la playa me encuentro también con la concha de una vieira que es la que cogían muchos peregrinos en estas playas para demostrar que habían estado aquí, en el fin del mundo.