Y cosas maravillosas son las que esperan al visitante que cruce el portalón de la calle del Pozo de la Nieve s/n, en la localidad onubense de Aracena porque, tras la puerta de madera con aspecto de un portal más de la citada calle, se encuentra en realidad la entrada a la Gruta de las Maravillas, el tesoro natural de la Sierra de Aracena.
Aquí las cosas maravillosas son estalactitas, salas, estalagmitas, lagos, gours -bañeras o charcos en el suelo de la cavidad-, coladas, pisolitos o bolas calcáreas en los lagos o charcas, columnas –formadas por la unión de una estalactita y una estalagmita-, excéntricas -estructuras de caprichosas formas estrelladas o de erizo-, etc. elementos y formaciones con el agua y la roca calcárea como protagonistas. Y es que las tripas de Aracena están repletas de agua, como el resto de una sierra que da de beber a muchas poblaciones andaluzas, incluida la capital sevillana.
La Gruta de las Maravillas es una cueva de desarrollo horizontal con tres niveles, el más profundo a 100 metros bajo tierra. Se trata de un auténtico espectáculo visual modelado en las entrañas marmóreas del Cerro del Castillo que desde hace un siglo se muestra a los incrédulos ojos del visitante que, como el arqueólogo Howard Carter en el valle de los Reyes, no dan crédito de cuanta belleza tienen delante.
El emblema geológico del parque natural de la Sierra de Aracena y Picos de Aroche fue la primera cueva abierta al turismo en España (1914). La visita turística abarca algo más de la mitad de la longitud de la cueva, en concreto 1.200 metros de sus 2.130 m. de longitud, que se recorren aproximadamente en 45 minutos. La Sala de las Galerías, el Gran Salón, la Sala de la Catedral, el Baño de la Sultana, la Sala de la Esmeralda y Cristalería de Dios, la Sala de los Garbanzos o Los Desnudos, son sus principales atractivos.
Las que más me impresionaron fueron el Gran Salón por sus descomunales dimensiones, que se observan perfectamente desde el fondo de la sala a medida que ascendemos para regresar al primer nivel, y la sala de la Esmeralda y Cristalería de Dios, con pisolitos de grandes proporciones bajo un agua cristalina magníficamente iluminada.
El mundo tuvo que esperar 3.000 años para contemplar el tesoro de Tutankamón, nosotros sólo 45 minutos para quedar rendidos ante tanta belleza subterránea.