Llegué a las islas Seychelles, como en muchos otros casos, por trabajo. Primero, para encargarme de todos los preparativos y logística como nuevo destino de viaje y, apenas tres meses después, con el primer grupo de viajeros. Mi sensación y la del resto de personas a las que acompañé es que estábamos pisando el paraíso terrenal.
En mi caso, descubrí varios paraísos en uno. Casi uno por cada una de las 115 islas que integran este país situado al noreste de Madagascar. Resulta tan complejo contaros sus virtudes naturales que he de hacerlo mediante sucintas pinceladas ciñéndome sólo a las islas principales. Las islas mayores de las Seychelles son Mahé, la isla principal y donde se encuentra Victoria, la capital, Praslin y La Digue. El resto se encuentran dispersas por el Índico, englobadas en varios grupos, en su inmensa mayoría deshabitadas y en un alto porcentaje protegidas por su importancia natural.
Patrimonio Mundial de la Humanidad
Las islas Seychelles son el único archipiélago granítico y coralino. El mejor ejemplo de lo primero es la isla de La Digue, la más hippie de todas. Lo segundo alcanza su máxima representación en el grupo de Aldabra, un atolón aislado, prístino y virginal al que sólo unos pocos acceden cada año en barco para disfrutar de este Patrimonio mundial de la Humanidad. Mucho más a mano queda La Digue, isla que, por otra parte, se encuentra en todos los ranking de cuantos se han confeccionado hasta la fecha para elegir las mejores playas del mundo. El motivo es la playa Source d’Argent, la postal seychelense a base de aguas turquesas, arena blanca, palmeras y rocas graníticas. El cocktail atrae los anhelos de los turistas que llegan a Seychelles (también documentales, películas e incluso algún programa televisivo español), que no ven el momento de pisar la célebre playa para ver así materializado su deseo de tocar el paraíso.
A La Digue se llega en barco, bien desde Mahé o bien desde la vecina Praslin. Recorrer sus 10 kilómetros cuadrados es transportarse a otro mundo, a un mundo en el que no tienen cabida ni las prisas, ni los coches, ni el estrés. Aquí la gente se mueve caminando, en bicicleta, o bien en carro tirado por bueyes. Un acertado primer paso hacia la desconexión. A La Digue llegué atraído también por el reclamo de Source d’Argent y, como todo mortal, sucumbí a los encantos de esta playa; pero también descubrí otras playas más salvajes si cabe, como Grand Ansé y Petit Ansé (en la parte oriental de la isla) o la Reserva Natural de Vevue, un retazo de bosque tropical en el que viven los últimos ejemplares de una extraña ave de cola larga llamada atrapamoscas negro del paraíso.
Copra y vainilla
Poco queda de producción de copra y vainilla, otrora principal actividad económica de una isla que hoy sustenta su principal fuente de ingreso en el turismo que viene en busca de tranquilidad, naturaleza, los atrapamoscas y sobre todo, su famosa playa. El bosque de Vevue acaba a las puertas de la playa, así que sería una insensatez, rozando el pecado, no tumbarse en la arena de Source d’Argent. Así lo hago. Al lado de un bloque granítico con canales que la lluvia ha ido erosionando lentamente y bajo la sombra alargada de una de las muchas palmeras que llegan hasta el borde de la arena, tomo posesión de mi pedacito de paraíso.
Plácidamente tumbado, miro al frente. La línea del horizonte está en esta ocasión interrumpida por la silueta montañosa de otra isla: Praslin. Praslin es la meca ecoturística de Seychelles, así que, como no podía ser menos, hacia allá me encamino para dar buena cuenta de sus múltiples valores naturales en el próximo post.