Hace aproximadamente un año compartía el recorrido por la costa asturiana que realicé el pasado verano. Aquel periplo daba buena cuenta de los 345 kilómetros de recorridos de litoral desde Oriente a Occidente y concluía, en la ría del Eo, mirando hacia la montaña. Me quedé con ganas de más. De regresar y de contar lo que aquellas montañas encierran. No he querido dejar huérfana aquella ruta costera y, unos meses después, con este post, quiero cerrar el círculo mediante un recorrido integral por el Principado, pensando, como siempre, en su espectacular naturaleza.
Una serie de paisajes protegidos, monumentos naturales y reservas naturales costeras me llevaron en aquella ocasión hasta la ría del Eo. Este paraje, lindante con Galicia, forma parte de la Reserva de la Biosfera Oscos-Eo. Y allí, en el Eo, mirando hacia las montañas de Los Oscos, ponía fin a ese primer post.
A través de las sinuosas carreteras de montaña que se adentran en los parajes de Los Oscos –duros, bellos, auténticos–, da comienzo un recorrido en el que se puede invertir todo el tiempo que el viajero quiera, y enlaza valles y cuencas a través de cinco Reservas de la Biosfera más hasta llegar al límite con Cantabria. Si, ¡seis Reservas de la Biosfera! Ningún lugar en el mundo acumula tantas en tan pocos kilómetros cuadrados: Oscos-Eo y las Tierras de Burón, Muniellos-Fuentes del Narcea, Degaña e Ibias, Somiedo, Las Ubiñas-La Mesa yPicos de Europa. Por ese orden de oeste a este, jalonan una de las rutas más espectaculares de cuantas se pueden realizar en España y con paisajes que nada desmerecen a otros recorridos de renombre mundial.
Precisamente en Los Oscos comenzó todo esto que hoy conocemos como turismo rural, con el proyecto pionero en España de la rehabilitación de un edificio rural para convertirlo en alojamiento. Eso ocurrió en Taramundi a mediados de los 80; pero, unos cuantos años antes, Asturias también demostró su apuesta por la naturaleza y fue pionera en la protección del territorio al máximo nivel, con la declaración en 1918 del parque nacional de la Montaña de Covadonga, germen del actual Picos de Europa.
Entre las montañas, prados y bosques donde se mueven osos pardos, lobos ibéricos, urogallos, quebrantahuesos, hogar de trasgos, xanas y otros seres mitológicos, me perdí un par de semanas. Me hubiera gustado que fueran años. Cada mañana me levantaba con el rumor de un riachuelo, me desperezaba en el frescor de un hayedo, o recibía un nuevo día sentado a la orilla de un lago bajo la atenta mirada de un grupito de rebecos. Lagunas asentadas en la alta montaña que recuerdan que algún día este paisaje estaba cubierto de glaciares.
En esas dos semanas me han atrapado también sus paisajes rurales, sus majadas y brañas a base de piedra, madera y techos de pizarra, teja y retamas o brezos (cabañas de teito), que forman parte de un paisaje mínimamente humanizado; la sucesión de laderas tapizadas de roble albar que forman el mayor bosque de robles de España (Muniellos); mañanas de madrugón para observar en libertad y en su hábitat natural a osos o lobos, y noches sin dormir observando un cielo infinito.
Pero, bajo el paraguas de esas flamantes media docena de reservas de la biosfera, del parque nacional o de sus parques naturales y resto de paisajes protegidos, he tenido tiempo para conocer, uno a uno, los 41 Monumentos Naturales asturianos. Desde árboles singulares y monumentales por su carácter centenario y dimensiones casi sobrenaturales (sobre todo tejos y robles), íntimamente ligados a la mitología astur, hasta bosques únicos, cuevas, galerías subterráneas o cascadas, pasando por paisajes descomunales labrados por cursos fluviales como el Nora o el Esva, acantilados marinos o un buen puñado de playas. De regreso a casa, y haciendo memoria del recorrido que me ha llevado por sus montañas, valles y costa, tengo claro que sus monumentos naturales son 41, pero podrían ser muchos más.