Este 5 de julio se cumplirán 834 años de la batalla de Hattin, que supuso la caída del reino de Jerusalén en manos de Saladino y una de las mayores derrotas de los cristianos, con el impacto moral que eso provocó en el mundo. Ricardo Corazón de León y el propio Capitán Trueno se movilizarían para recuperarlo y Ridley Scott le dedicó una película.
Aún dolía entre la comunidad musulmana la pérdida de Jerusalén durante la Primera Cruzada, en el año 1099. Liderados por Godofredo de Bouillón, duque de la Baja Lorena, los cruzados habían entrado en la ciudad y habían cometido toda clase de asesinatos y atrocidades sobre la población. Después de eso, el propio duque fue nombrado gobernante de la ciudad, no como rey —algo a lo que rehusó, por tratarse de la ciudad santa de su fe—, sino como Sancti Sepulchri advocatus, «defensor del Santo Sepulcro». Esos miramientos no los tuvo, sin embargo, su hermano Balduino, que sí se hizo coronar como rey de Jerusalén, dando inicio a una genealogía de monarcas que durarían más de dos siglos.
Pero esta afirmación haría pensar en una solidez que nunca fue cierta. El reino de Jerusalén se mantuvo en un equilibrio inestable desde su misma creación, ya que una cosa es conquistar un territorio y otra poder conservarlo. Balduino y sus sucesores impusieron un sistema feudal apoyado en el cristianismo, al estilo europeo, pero con unas bases no muy férreas. Muchos de los cruzados que habían participado en la guerra se marcharon de allí y volvieron a su patria, de modo que los pocos nobles que se repartieron la zona tuvieron que gobernar a una población local, mayoritaria y hostil, que en muchos casos no se lo puso fácil. No había apenas cristianos oriundos de la región, ni tierras fértiles que explotar. Su territorio era escaso, pobre y sin opciones a expandirse hacia ninguna parte, hostigados como estaban por tribus sarracenas que avanzaban desde el este.
Una solución a este último problema vino de la mano de las órdenes militares, los Caballeros Templarios y los Caballeros Hospitalarios, que surgieron en esta época. Sin embargo, sus efectivos no rendían cuentas ante el rey de Jerusalén, sino directamente ante el papa, lo que dificultó la convivencia en Tierra Santa.
La economía se sustentó en el comercio, gracias a las caravanas que provenían de Oriente y llevaban a Europa seda y especias. Nobles cristianos se enriquecieron gracias a ellas, pero al mismo tiempo, por su afán de permanecer en la corte al lado del rey —e intrigar para obtener más poder o riquezas— desatendieron sus propias tierras y a sus vasallos, en su mayor parte musulmanes.
En 1144, las continuas presiones por parte de las tribus llevó a la conquista sarracena del condado de Edesa, al norte, por lo que un año después se convocó la Segunda Cruzada. Pero esta vez las cosas se torcieron para los ejércitos cristianos, tanto por la efectividad de sus enemigos como por la desunión que mostraron sus líderes a la hora de tomar decisiones. Sitiaron Damasco en 1148, pero tuvieron que retirarse sin haber conseguido nada. La Segunda Cruzada resultó un desastre, lo que hizo que los monarcas europeos se lo pensaran antes de enviar más soldados a la región. El reino de Jerusalén perdió apoyos, mientras que los sarracenos empezaron a organizarse de verdad.
Entonces entró en escena Saladino. Líder militar y religioso, estudioso y sabio por encima de muchos, había participado con su familia en la toma de Edesa y en 1171 fue nombrado sultán de Egipto y posteriormente de Siria. Logró aunar bajo su figura a todas las corrientes religiosas de la época y señalarse como gran caudillo del islam, con incontables seguidores que soñaban con recuperar su Tierra Santa.
En 1174 subió al trono de Jerusalén Balduino IV, un niño de trece años enfermo de lepra, del que nadie sabía si podría llegar a reinar alguna vez. Su situación era la más inestable de todas, de modo que se buscó aliados fuertes, como Renaud de Châtillon, antiguo príncipe de Antioquía, que había permanecido en poder de los sarracenos durante diecisiete años y que, tras recuperar la libertad a cambio de un cuantioso rescate, se convirtió en el mayor perseguidor de los musulmanes. Desde su fortaleza, Renaud asaltaba las caravanas que recorrían el mar Rojo y desde 1182 se lanzó a una campaña de conquistas y saqueos que llegaron incluso a La Meca y Medina, las dos ciudades santas del islam. La sensación de ultraje fue terrible y el sultán Saladino juró que no lo perdonaría nunca. Ante sus hombres prometió que él mismo mataría a Renaud de Châtillon.
El rey Balduino era incapaz de controlar la situación. Debilitado, sin el respeto de sus señores feudales y con una esperanza de vida muy corta, casó a su hermana, la princesa Sibila, con Guy de Lusignan, hermano del conde de Lusignan. Buscaba así un liderazgo fuerte para su reino, pero Guy se alió con Renaud de Châtillon y provocó reiteradamente a Saladino, con el fin de iniciar una guerra.
Balduino murió en 1185, víctima de la lepra que había padecido durante casi toda su vida. Un año después, la princesa Sibila fue coronada reina de Jerusalén y Guy de Lusignan rey consorte. Las hostilidades con Saladino aumentaron y llevaron al desastre a toda la nación.
En 1187, las tropas sarracenas sitiaron la ciudad de Tiberíades, lo que funcionó como una provocación para el nuevo rey. Un ejército de unos cuarenta mil soldados abandonó Jerusalén en apoyo de sus compatriotas, pero eso era justo lo que había planeado Saladino. Durante todo el trayecto hasta Tiberíades, los sarracenos practicaron ataques fugaces contra las tropas cristianas, lo que las fue minando y conduciendo a un terreno que ya tenían previsto: árido, sin posibilidad de refugio y sin pozos de agua. El ejército avanzó hasta los llamados Cuernos de Hattin, unas colinas volcánicas donde se apostó. Pero esta decisión resultó la causa del desastre.
En la noche del 4 de julio de 1187, el sultán Saladino venció por completo a las tropas cristianas y capturó a Guy de Lusignan y Renaud de Châtillon. El primero fue devuelto con su gente después de una larga negociación, pero el segundo murió allí mismo, en la propia tienda de Saladino y a manos de este, tal y como había prometido. El sultán empuñó su espada y decapitó a Renaud de Châtillon, en castigo por sus muchas crueldades con la población musulmana —según algunas fuentes, quizá incluso con la propia hermana de Saladino—.
En octubre de ese mismo año, y presionada por la terrible victoria sarracena en Hattin, la reina Sibila entregó Jerusalén al sultán Saladino, lo que provocó la consternación del mundo entero. Pronto se organizaría una Tercera Cruzada, encabezada por el rey Ricardo Corazón de León, que llegó a hacerse mucho más famosa que las anteriores. De hecho, la primera historieta del Capitán Trueno transcurre en esa Tercera Cruzada y en ella los cristianos reconocen al sultán Saladino como un guerrero noble y un líder valiente, merecedor de su respeto.
Hubo un día en el que el destino del mundo estuvo centrado en dos colinas peladas del reino de Jerusalén, y hoy se cumplen 834 años de entonces.