Las obras de la Gran Vía de Vigo acaban de cumplir dos meses desde que comenzó la prolongación de las cintas mecánicas. Y llegados a este punto, se produce un antes y un después en la vida de esta importante arteria de la ciudad. Su clásico bulevar ha desaparecido por completo. Los tramos que habían sobrevivido a la primera fase de instalación de las rampas han sucumbido a la piqueta y ya son historia. Sus bancos de piedra, árboles y setos forman parte del pasado.
Apenas queda un resquicio testimonial, a modo de recuerdo, en un estrecho tramo no transitable cerca del túnel de la Praza de España, más arriba de la calle Nicaragua y sobre el que no se actuará. Pero incluso sobre esa antigua estética se ha colocado un empedrado. Otro resquicio podría considerarse el pequeño entorno al ‘Monumento al Trabajo’, en el lado opuesto a la Gran Vía, que tampoco será tocado.
Pero, en definitiva, el bulevar se ha convertido en un recuerdo para nostálgicos que darán paso a dos nuevos tramos de cintas transportadoras que emularán la imagen de las ya existentes entre las calles Venezuela y María Berdiales. El atractivo visual puede ser cuestionable, no así su uso. Pocas personas solían utilizan el centro de la Gran Vía, que se ha convertido en un trajín de gente en las zonas reformadas.
Mientras los conductores se afanan por trazar las curvas que propicia el bypass, las obras prosiguen con el objetivo de tener los dos nuevos sectores de cintas instalados y operativos en octubre de este año. Uno desde la calle Venezuela hasta Bolivia y otro desde Bolivia hasta Nicaragua. Los accesos laterales seguirán abiertos para salir a la altura que se desee. En total, serán 150 metros lineales que mantendrán la estética de color arcoíris, con cubiertas porticadas y acabados en vidrio.
Las rampas tendrán capacidad para transportar a 7.300 personas por hora. La inversión inicial entre María Berdiales y Venezuela superó los 5 millones de euros; ahora se destinarán otros 3,6 millones.
También está previsto poblar de vegetación la zona para convertirla en una especie de jardín botánico, tanto en el interior como en el exterior. Además, se instalará pavimento descontaminante y un sistema de ahorro energético. Asimismo, se aprovechará para renovar el saneamiento, el abastecimiento, la recogida de aguas pluviales y la señalización semafórica. Igualmente, se soterrarán los servicios que precisen cableado.
Tala de árboles
Al igual que la anterior, esta intervención supuso la eliminación de un buen número de árboles de gran porte. A pesar de la polémica que se suscitó, el Concello de Vigo esgrimió siempre un informe que recomendaba talar esos ejemplares por el riesgo que representaban. El análisis elaborado por un ingeniero agrónomo colegiado, que firma el estudio, concluyó que 41 castaños de Indias y 13 tilos representan un peligro potencial, evaluado en la mayoría de los casos con 11 puntos de 12 posibles.
Ese índice se mide a través de la fórmula de Matheny y Clark, elaborada en 1994 en los Estados Unidos. Se trata de una suma de tres números que tienen, como máximo, un riesgo de 12 puntos. La primera cifra evalúa la probabilidad de que falle una estructura determinada (árbol o rama), sobre un máximo de 4. La segunda pondera el volumen de madera evaluada y mide el perímetro del tronco con probabilidad de fallo, también sobre un máximo de 4. Y la tercera establece, sobre otro máximo de 4, la magnitud del posible daño de producirse el fallo.
Así, estos 54 árboles presentaban un rango muy cercano al pico establecido, por lo que “en aras de evitar posibles daños a terceros” este experto aconsejó la tala. Por otro lado, se apreciaron problemas de salud en otros 29 naranjos y en 45 camelias en la mediana. En estos casos, se contempló la posibilidad de tratarlos y, sobre todo, de recuperarlos si eran llevados a otra zona de Vigo con menos incidencia de tráfico y tránsito de personas.