Cada 28 de marzo Vigo celebra su fiesta más reconocida y querida. Es su día grande, el día en que se conmemora que un grupo de aguerridos y valientes vigueses lograron expulsar a las tropas francesas del ejército de Napoléon de una plaza conquistada. Fueron un ejemplo de resistencia ante el invasor, lo que tuvo su recompensa un año después cuando Fernando VII otorgó a Vigo el título de ciudad “fiel, leal y valerosa”. Un título que mantiene hasta el día de hoy como lema de la ciudad y que cada vigués -de nacimiento o de adopción- considera y siente como propio.
Las calles del Casco Vello fueron el escenario de las batallas que vigueses y franceses libraron en aquellos días y, ahora, más de 200 años después se libran otras distintas pero que también pasan por ´reconquistar´ las principales arterias de la zona histórica, sobre todo las del Casco Vello Alto, de un pasado que -mucho más reciente que el vivido contra los franceses- poco a poco se va erradicando por completo.
Y es que los vigueses de cuna -sobre todo los más mayores- recuerdan bien la imagen del viejo barrio chino de Vigo. Aquella que tenían las calles Ferrería, San Sebastián, Abeleira Menéndez y Cruz Verde como núcleo principal de una zona degradada y de ´bajos fondos´ que, por suerte, ya nada tiene que ver con la realidad actual.
Y en esto ha contribuido en gran medida el trabajo del Consorcio Casco Vello de Vigo (CCVV). El organismo público -Xunta (90%) y Concello (10%)- comenzó la faena de recuperar y rehabilitar los viejos inmuebles del barrio histórico en el año 2005 pero no fue hasta mucho tiempo después cuando se empezaron a ver sus frutos. Más concretamente cuando comenzaron a ponerse en el mercado las viviendas rehabilitadas -en el año 2011 a través de los sorteos del IGVS por el nivel de protección que tienen- y los primeros moradores del remozado barrio antiguo iban revirtiendo la ´deshonrosa´ imagen de sus calles.
Así, tras 13 años de nueva ´reconquista´, el Casco Vello es un barrio rejuvenecido -con una media de edad que ronda los 42-44 años-, abierto, con mucha diversidad entre las más de 120 nuevas familias que se mudaron a la zona pero, sobre todo, con 30 nuevos niños nacidos ya en sus calles y en los edificios recuperados.
Como ejemplo, están los hermanos Roi y Nara, o Xoán y Antón, o Emma, o Lois o la pequeña Sira que, tras ´reconquistar´ la vieja y famosa «Casa de la Collona», ahora ya tiene su propia placita -la plaza del Abanico- recién bautizada por sus propios amigos del barrio como ´la placita de Sira´ para celebrar allí los cumpleaños de los más pequeños. «Nunca pensé ver un cumpleaños de niños en esa plaza», les llegó a decir una de las vecinas más longevas que permanece en el barrio y buena conocedora de la época pasada que se vivió en esas calles.
Ellos y sobre todo sus padres y madres -como aquellos vigueses de 1809- son los ´culpables´ de la verdadera ´reconquista´ del viejo barrio chino por arriesgar y apostar por conformar sus familias y criar a sus hijos en una zona que tuvo muchas luces y sombras.
VIGOÉ ha reunido a 5 de esas diversas familias que decidieron dar un gran paso y crear su hogar en el Casco Vello Alto. Y aunque reconocen que existen algunos inconvenientes y cuestiones puntuales por mejorar, en absoluto se arrepienten de la decisión tomada y ya avisan que sus hijos seguirán creciendo en esas calles haciendo ´vida de barrio´ con sus bicis, sus patinetes y quedando en ´la placita de Sira´.
Vecinos del Casco Vello Alto, junto al Castillo de San Sebastián.
Beatriz Mouriño y Lois: «El niño es un dinamizador social»
El pequeño Lois, de 4 años, nació un poco antes del confinamiento. Su madre, Bea Mouriño, ya llevaba viviendo en un ático de unos 70 m2 y dos habitaciones en Abeleira Menéndez -con entrada también por San Sebastián- desde 2013.
Fue una de las primeras viguesas de adopción -es natural de Ferrol- que lo apostó todo por la zona histórica en un momento que todavía era «bastante conflictivo». Sin embargo, tenía claro que quería vivir ahí: «Me gustaba el Casco Vello, la idea de vivir en un casco antiguo», recalca. Y eso se acentuó al tener a Lois ya que su percepción y vida del barrio cambió por completo porque «socializas más» y «vas a otro ritmo».
La coincidencia con otras familias en la escuela infantil San Paio, los paseos por las calles donde «todo el mundo te habla» y las ventajas de vivir en el centro de la ciudad -pese a que no se considera urbanita- hacen que su día a día sea muy distinto a cuando residía en solitario. «El niño es un dinamizador social», dice, apuntando que está «encantada de la vida» al conocer a varias familias con niños «que están muy cerca» y con los que Lois puede quedar a menudo: «Es una percepción muy chula: pasas de ser anónimo, de no conocer a los vecinos, a conocer a todo el mundo», relata.
Se muestra «muy contenta» de la decisión tomada y tiene claro que seguirá en su piso haciendo «vida de barrio» con su pequeño. «Siempre te encuentras a alguien conocido. Es como un pueblecito», subraya de una zona en la que su hijo le dio «otra dimensión de sociabilidad» llegando a tener la sensación, incluso, de «vivir en un barrio nuevo y diferente».
Aún así, no todo iban a ser alabanzas y reconoce que, al principio, «sufrió un poco» por el tema del aparcamiento y, todavía más, en su condición de madre soltera. Sin embargo, fueron condicionantes que con el tiempo se fueron salvando: «El niño crece, va cogiendo autonomía y se fue simplificando», explica.
Es más, va un paso más allá ya que en su situación de familia monoparental el hecho de vivir en pleno centro de la ciudad le «facilitó muchísimo la logística» ya que, como matiza, «estoy a una distancia caminable de cualquier cosa». Y aquí hace mención a las farmacias, el supermercado, la zona verde del castillo de San Sebastián o, incluso, el Náutico, a donde bajan en bicicleta sin problema: «Es todo peatonal y es una maravilla», destaca.
Lorena López, Valentín García y Sira: «Nunca piensas que acabarías viviendo en la famosa Casa de la Collona»
Lorena no conocía la historia de la famosa «Casa de la Collona» ni la zona vieja de Vigo hasta que vio que su actual hogar era uno de los que se sorteaba en la promoción a la que se apuntó su pareja Valentín. Su historia es singular porque ella es natural de Fene y el de O Porriño. Sin embargo, cuando se conocieron y vinieron a vivir juntos a Vigo, en un punto decidieron embarcarse en la compra de una vivienda y en formar una familia. Y el lugar elegido fue el Casco Vello Alto y, más concretamente, la antigua «Casa de la Collona».
Como explica, a unos amigos «les había tocado uno de estos pisos y decidimos apuntarnos», dice. «Buscábamos en otras zonas pero a Valentín siempre le apeteció vivir en el Casco Vello y cuando a estos amigos les tocó y vimos su casa, nos entró el gusanillo», comenta sobre el proceso del que ella se «despreocupó» un poco porque «no tenía mucha confianza».
Sin embargo, casualidades de la vida -en las que ella no creía- en el primer sorteo en el que participaron les tocó la vivienda y, además, «la que él quería». Fue en 2018. Aún así, no estaba totalmente convencida y mantenía su escepticismo ante un piso que creía que iba a ser muy pequeño. Hasta que entró por la puerta y ahí lo tuvo claro: «Cuando entré por la puerta dije: ya está. Esta es nuestra casa», señala rotunda.
Así, la antigua «Casa de la Collona» -ahora un dúplex de unos 70 m2 y 2 habitaciones– es el hogar donde «están encantados» pese a las dudas iniciales. «Una vez que entramos estamos mucho más contentos de la elección que hicimos», sostiene sobre su casa que -en tiempos inmemoriales- regentaba otro tipo de actividades que, a día de hoy, no les preocupa en absoluto.
Es más, incluso se lo toman con buen humor. «Fue el siguiente chiste y la familia se murió de la risa», comenta señalando además que «a veces ha sido gracioso» salir y encontrarse con las rutas literarias organizadas por el escritor Pedro Feijóo «con grupos de 50 personas hablando de nuestra casa», dice riéndose de la situación. «Tiene su curiosidad y encanto». Incluso cree que «son esas cosas extrañas que te pasan en la vida» porque «nunca piensas que acabarás viviendo en la Casa de la Collona», mantiene con gracia.
Con todo, nada de eso importó y, en el año 2020 -en plena pandemia-, llegó Sira con la que, junto a muchos otros vecinos, hacen «vida de barrio». Su placita es el lugar de encuentro y el haber coincidido con más familias jóvenes con niños «más o menos» de la misma edad es lo que más les gusta de vivir en el Casco Vello Alto. «Muchas veces estás allí y pasan y se quedan a jugar. Los niños se conocen y es lo que más me gusta. Al final hemos coincidido un montón de familias jóvenes y la verdad es que los niños están encantados», relata.
Y por poner un ´pero´, Lorena cuenta que «echa en falta» algunos servicios más para los niños ya que el único parque infantil que tienen cerca es el de Praza do Rei «y no tiene nada de sombra. Es imposible estar allí los días de mucho calor», pidiendo una «profunda renovación» del mismo. Pese a todo, ellos apuestan por la vida de barrio y su idea es seguir en la zona durante mucho más tiempo para ver crecer a Sira y a sus amigos en su placita y en la ya inexistente «Casa de la Collona», totalmente ´reconquistada´ por esta pareja y su hija.
Marta Sestelo, Nora M. Villanueva y Emma: «Aquí hay mucho ambiente familiar y un círculo abierto»
Marta y Nora son una de las parejas que llevan residiendo en un piso rehabilitado por el Consorcio desde casi el principio de las primeras ventas. Fue en el año 2015, tras participar solamente en un sorteo, cuando se mudaron.
El piso le tocó a Nora, que ya conocía la zona e incluso la ´palpó´ de pequeña puesto que, como cuenta, su abuela materna se crió en Elduayen. «Era hija de sastre y la entrada de su piso la tenía en Ferrería y otra en Elduayen y siempre tuvo muy buen recuerdo porque entraba con bicicleta por el Olivo, hasta el Sireno…», rememora.
Y esa imagen la quería para sí misma y para su familia. Reconoce que hace años la zona era «un poco turbia» pero con el tiempo empezaron a conocer a otras personas que ya vivían en el barrio y el perfil de «gente joven con muchas iniciativas y gustos parecidos» e, incluso, «algunos vecinos que ya habían formado familias», detallan sobre la elección de residir en el barrio y, más concretamente, en la vivienda que les tocó.
A ello le sumaron «lo céntrico» de la zona ya que no son partidarias de coger el coche y, más concretamente, las particularidades de su piso como son las vistas al mar o el jardín comunitario en el bloque de edificios en el que residen, donde además celebraron su boda.
Tras pasar años en Barcelona querían «estabilizarse» en Vigo y tuvieron claro que el Casco Vello Alto era su zona. Y lo consiguieron, recordando lo difícil que les parecía poder optar a estas viviendas. «Recuerdo entrar en la página del Consorcio y ver las fotos de estos pisos y me decía: esto es una locura y luego mira…», rememora Marta, quien comparte que vivir en el barrio «es una pasada».
Y en el año 2019 llegó Emma. Tenían claro que querían formar una familia y, como explica Nora, era el mejor sitio para hacerlo. «Aquí había mucho ambiente familiar y también queríamos diversidad porque Emma es hija de dos madres y necesitábamos que su círculo fuese abierto. Nos parecía que el perfil de gente era de ese estilo y aquí nunca tuvimos problema», relata, especificando que en pleno siglo XXI todavía existen ciertos barrios de Vigo «donde eso no es así». Y continúa: «Necesitábamos que Emma viera con normalidad la familia que tiene y otro tipo de unidades familiares», dice, refiriéndose a la diversidad que existe en el Casco Vello Alto.
Con todo, su idea pasa por permanecer durante muchos más años en el barrio porque, en general, la experiencia es «muy buena». Sin embargo, no pueden dejar de pensar en los «pequeños problemas de convivencia» que existían hace años en ciertos puntos y que, aunque ahora mismo están erradicados, han dejado algo de poso temiendo que puedan volver ya que, como han observado, todavía hay ciertos menudeos en algún momento puntual.
Y a ello le suman otros inconvenientes que, a pesar de ser completamente salvables, sí consideran que se deberían mejorar. Y aquí detallan la falta de colegios públicos en el entorno -sobre todo en su caso al ser las dos profesoras de la Uvigo-, el problema del aparcamiento o las pocas actividades que hay para los niños.
María del Río, Álvaro Gómez, Roi y Nara: «Esa idea de barrio antiguo nos gustaba mucho, es muy romántico»
María y Álvaro llevan residiendo en su piso de la calle Ferrería desde el año 2018. Y Roi, su primer hijo, nació poco después de mudarse. La pequeña Nara llegó un poquito más tarde, hace 2 años.
Así, optaron por el Casco Vello porque era una zona que «siempre nos gustó muchísimo». El encanto del casco antiguo, el modo en el que se iban rehabilitando los edificios, la accesibilidad por el precio y la «personalidad» de los pisos es lo que más llamó la atención a esta pareja para decidir crear su familia en una de las principales arterias del viejo barrio chino.
Y lo consiguieron tras varios sorteos, donde finalmente lograron un coqueto piso de 2 habitaciones que, aunque María reconoce que es «pequeñito y con los dos es un reto», por ahora considera «suficiente». Es más, todavía no sabe lo que harán cuando los niños sean más mayores pero, como bien aclaró, «eso es un problema del futuro y de momento nos apañamos muy bien y nuestra ´casiña´ nos gusta mucho», relata.
Y es que ese piso era lo que estaban buscando. «Nos pareció una zona super chula por cómo lo iban dejando», explica, porque quería residir en un barrio «donde todo el mundo se conoce. Esa idea de barrio antiguo nos gustaba mucho, es muy romántico», considera, dejando claro que querían «huir» de pisos con muchos bloques y vecinos «que casi no conoces».
Además, a ello le suma las ventajas de vivir en el centro de la ciudad y liberarse «un poquito» del coche. «Poder hacer nuestra vida de barrio, nuestra vida andando», señala, a lo que le añade la cercanía de las zonas verdes del Castro o el castillo de San Sebastián o el Puerto «para coger el barco e irte a la playa», ejemplifica. «Es todo muy fácil», resume.
Pero sin lugar a dudas lo que más le gusta de su vida en el Casco Vello Alto es la convivencia con otras familias y niños de edades similares a las de sus hijos. «Hay muy buen rollo con todos los vecinos y todos coincidimos en que nos gusta que tengan vínculo entre ellos», explica, poniendo como ejemplo lo que pasaba antiguamente en los barrios o parroquias «donde te iban a llamar al telefonillo para que bajases a jugar», añora.
Eso es lo que quiere para sus hijos dentro de unos años cuando sean un poquito más mayores. Algo que considera «un planazo: que puedan bajar y tengan amigos cerca», narra. «Que puedan hacer su vida independiente con los niños del barrio. Subir al castillo, jugar allí, en casa de unos u otros…», imagina haciéndose su propia «película en la cabeza». «Lo hablábamos con otros padres como ya a largo plazo», dice, pero esa idea de «hacer comunidad» entre sus hijos y «lo que eran los barrios antiguos y que los niños puedan crecer juntos» es a lo que aspira.
A día de hoy lo hacen con otras familias del barrio, juntando a sus hijos en ´la placita de Sira´ , donde son «super felices» pero «para cuando los ´peques´ sean más mayores y hagan un poco de pandilla, pensamos que sería maravilloso», concluye.
Emma Sola, Fran Izquierdo, Xoán y Antón: «O nos toca la lotería y nos compramos una casa en la playa o nos haremos viejos aquí»
Son una de las parejas más veteranas que decidieron formar su nueva vida en un piso rehabilitado de Subida ao Castelo. Fue hace 10 años y Emma, que nació en Verín y reconoce que no había pasado nunca por la zona «hasta antes del sorteo«, se muestra ahora «encantada» de la elección.
Lo cierto es que su piso era uno de los más grandes de los primeras promociones del CCVV: unos 116 m2 en dos plantas y 3 habitaciones. Pero tenían claro que querían algo así por su idea de ampliar la familia.
Su pareja era el que estaba anotado en las listas del Consorcio y, en aquel momento, también habían pensado en las viviendas de Navia pero a ella no le gustaba esa opción por muy grandes que fuesen los pisos. «Esa idea de nido de abeja no me gustaba. Prefiero la vida aquí», explica. Y tuvieron suerte con la vivienda asignada.
La verdad es que Emma tenía claro que la vida en el barrio sería mucho mejor que en cualquier otra zona de la ciudad. «Si tengo que vivir en una ciudad quiero disfrutar de la ciudad», señala. Y eso se lo da totalmente el Casco Vello: «Siempre es mejor vivir en un casco histórico» donde, apunta, «hay más vida social, cultural y las casas son bonitas», explica sobre su decisión en la que, como es habitual, también tuvo mucho peso el precio del propio piso. «Eran asequibles», cuenta, matizando que en pleno centro de la ciudad sería difícil encontrar otra vivienda «por ese precio».
Con todo, Xoán, su primer hijo, venía en camino y querían un piso de este estilo por si más adelante decidían tener otro. Y así fue, Antón tiene ahora 7 años y los dos «están muy felices» de vivir en el barrio y en su casa. Incluso en la época de pandemia, momento en el que «agradecieron» tener el patio delantero que comparten con el resto de vecinos del inmueble. Ahora, son todos unos expertos en recorrer las callejuelas del barrio con sus patinetes.
Sin embargo, no todo fue sobre ruedas desde el momento en que se mudaron. Como bien admite, «al principio lo pasamos mal» debido a «pequeños problemas de convivencia», refiriéndose así a los pisos de menudeo y drogas que había en la zona -ya inexistentes- y que conllevaban algún que otro altercado siendo necesaria la presencia policial.
Pero a pesar de ello siguieron apostando por el barrio y «prefiriendo esta zona», que finalmente califica como «sitio ideal». «Si me aburro tienes más posibilidades y puedes hacer muchas más cosas. Es más tranquilo, peatonal, hay mucho menos ruido», relata sobre las ventajas de vivir en un pequeño barrio residencial en pleno centro de la ciudad.
Aún así, considera que hay algunas cosas que se echan de menos. El principal, sin duda, los servicios públicos. «No solo se deben rehabilitar las plazas, faltan espacios públicos para uso de los vecinos y espacios verdes para convivir más. Hacer un barrio también es dotarlo de servicios», señala, poniendo el foco en el Paseo de Alfonso o la vieja Panificadora al tiempo que echa en falta también una buena dotación de aparcamiento para los nuevos residentes o, incluso, colegios públicos ya que los únicos que existen en la zona son privados-concertados.
Con todo, esos ´peros´ siempre serán salvables y nunca llegarán a superar las ventajas y la felicidad de sus hijos viviendo en su piso. «Estamos encantados aquí», dice, con lo que tiene claro que ella y su familia echarán raíces en el Casco Vello Alto. «O nos toca la lotería y nos compramos una casa en la playa o nos haremos viejos aquí», finaliza.