Alberto se emociona todavía al recordar su «error» en el Mulhacén. Insiste una y otra vez en que puso en peligro a su amigo Marco Groba y a todo el equipo de la Sección de Rescate e Intervención en Montaña (Sereim) de Granada. No le gustan las entrevistas, tampoco hablar de las múltiples heridas sufridas cuando dio aquel mal paso, pero sí tiene claro que su exposición pública se la debe a todos los que pusieron en peligro su vida para salvarlo. Alberto y Marco son dos experimentados montañeros vigueses que encontraron a sus ángeles de la guarda a 1.000 kilómetros de su casa. Dos años después han vuelto al lugar en el que estuvieron a punto de morir. El reencuentro fue especial (y también portada de periódicos y medios de comunicación). Hace unos días contaron a VIGOÉ su experiencia.
«Me faltó la concentración, no se pueden cometer esos errores, pido perdón», asegura Alberto, montañero de 54 años que volvió a nacer en el Paso de los Franceses de Sierra Nevada el 25 de noviembre de 2019. Su amigo y compañero, Marco, cuenta lo ocurrido aquel día en el que estaban a punto de hacer cumbre en el Mulhacén (3.479 metros) tras una tranquila jornada de montaña. «La última foto que hice fue una puesta de sol maravillosa», asegura.
«Error humano en un punto negro»
Unos metros más abajo, Alberto se había precipitado en un «punto negro» del recorrido. «Fue imposible parar, me deslizaba e intentaba frenar con los bastones pero no podía», cuenta con desesperación. El sargento Iván Rodríguez, del grupo de rescate de la Guardia Civil analiza lo ocurrido. «¿Cometió un error? Sí, pero es un error humano, de los más habituales, porque hay una sensación se seguridad que es puñetera. Más que concentración lo que necesitas es sangre fría para parar y perder dos minutos para ponerse el crampón».
Uno de los rescatadores que aquella noche salió a la búsqueda de Alberto apunta que el viento, más de 100 km/h ese día, y el hielo complican este paso. «En verano no tiene ningún problema, porque no hay nieve, pero allí en invierno se juntan varias cosas: hielo, viento y pocos metros más abajo hay un cortado», describe.
Marco ya estaba arriba, pero se dio cuenta de que algo pasaba y volvió sobre sus pasos. «Me vestí de nuevo y tuve la suerte de que unos 200 metros más abajo pude ver la luz de la linterna de Berto», explica. El accidentado tenía su cuerpo multifracturado tras deslizarse por el hielo de la ladera y sufrir un brutal impacto de costado contra una piedra. «Lo intenté varias veces hasta que conseguí sacar la linterna y encenderla», recuerda. Fue el primer acierto. Eso lo salvó, porque no lo hubieran encontrado hasta muchas horas después, cuando ya sería tarde. «No tengo conciencia de tener dolor», añade.
«Me puse sobre él y le hablé»
Su compañero lo abrigó con toda la ropa de la que disponía y se dispuso a dar la alerta. Primer problema. No había cobertura, así que debió desplazarse hasta encontrar señal. Tras lanzar el aviso y enviar la posición (en varias ocasiones para dar el lugar exacto), se preocupó de mantener con vida a su amigo. «Me puse sobre él y le hablé», explica tras recordar que barajó moverlo hasta una zona cercana más protegida. El peligro de deslizarse todavía más y de provocarle graves lesiones hizo que lo descartase.
Seis horas después llegó la primera ayuda. Varios montañeros que se encontraban en el refugio de Poqueira llegaron con comida y ropa. Siete horas después del accidente, sobre la una de la madrugada, llegaron los agentes del grupo de rescate. En ese momento comenzó el complicado descenso. Tras inmovilizarlo y darle las primeras atenciones sanitarias, fue trasladado a la camilla deslizándolo sobre el lecho helado del río y cargándolo sobre sus hombros en los tramos más complicados.
Sin helicóptero
«La llamada de aviso había entrado por la noche, por lo que ya no podía salir el helicóptero. Las complicaciones eran el frío, el viento, la nieve, bajar por el río Mulhacén… cuando llegamos al refugio, la previsión meteorológica al día siguiente, eso era lo que más me preocupaba, porque los pilotos se la jugaron para sacar a Alberto de allí, pero era necesario», narra Iván Rodríguez.
De hospital en hospital, Marco tardó unas horas interminables en encontrar a su amigo en Granada. Lo cuenta con desesperación y perplejidad por la complicada burocracia que le impedía volver a estar con su compañero tras superar el mayor trance de su vida. «Tardé tanto en encontrarlo como sus padres en llegar desde Vigo a Granada, era increíble aquello», cuentan ahora entre risas.
Regreso a Granada
Dos años después, en septiembre de 2021, los dos montañeros quisieron cerrar el ciclo y volver al lugar de los hechos. Lo hicieron en primer lugar para agradecer el trabajo de aquellas personas que se volcaron con ellos. «Es impresionante lo de la Comandancia, como se entregan y todo lo que dan, todo lo que tienen, y se les escucha poco, porque necesitan los medios», explica Alberto.
Desde Granada, el sargento recuerda aquella «emotiva» jornada en la que Marco, Alberto y su mujer regresaron al Mulhacén. «Es habitual que te llame gente a la que ha rescatado para darte las gracias, pero no tanto que vuelvan, fue especial», asegura. Iván también considera que disponen de los medios necesarios, aunque «siempre te gusta tener un poco más» para hacer el trabajo. «La historia no es nuestra, es de todos, Marco hizo una labor espléndida, con sangre fría, paciencia, una labor en equipo, tanto nuestra como del helicóptero, el personal de refugio que se volcó con nosotros. Salió bien porque todo el mundo puso el 200%», añade.
«La satisfacción cuando realizas un rescate con lesiones graves y lo consigues sacar y sale bien es grande. En otros, cuando ya no puedes hacer nada, es triste. Y cuando alguien se te está yendo, es rabia». (Iván Rodríguez, sargento del Sereim de Granada).