Las obras en el Barrio do Cura avanzan a un ritmo imparable. El propio alcalde de Vigo, Abel Caballero, las definió ante los medios como «una de las mayores transformaciones de la ciudad en toda su historia».
Caballero explicaba al inicio de las obras que «hoy una zona degradada, deteriorada y abandonada inicia su recuperación con un proyecto magnífico de Penela (el arquitecto Alfonso Penela, a cargo de las obras), y tendremos una regeneración absoluta con un enorme respeto por lo que el Barrio do Cura representaba».
No obstante, hemos hablado con algunos de los afectados por la transformación del barrio y su testimonio choca con la visión del alcalde y también con lo sostenido en los medios de comunicación.
Barrio do Cura: protección especial en Santa Marta
Propietarios y vecinos muestran sus críticas a la retirada de la protección especial, como parte del Casco Vello, del edificio de Santa Marta, 36, hasta lograr su desalojo, en un proceso que califican de inaudito, irregular y «teledirigido».
También desaprueban el ruido y las vibraciones que, de lunes a sábado y mañana y tarde, dificultan el descanso y dañan los inmuebles de los vecinos que viven junto a las obras; presiones para aceptar las ofertas de la empresa a cargo del proyecto, Gestilar, y abandonar los edificios… Todo ello aderezado con su seguridad de que la identidad del barrio que marcó su infancia y juventud se perderá para siempre.
Obras en el Barrio do Cura. / Foto: Miguel Núñez
Está prevista la construcción de 298 viviendas en pleno centro de Vigo, según las ampliaciones que fueron a Gerencia de urbanismo estas últimas semanas. Según la propia promotora, Gestilar, la mayoría están vendidas ya, y desde su propia página web puede concretarse una visita a los pisos, divididos en tres categorías diferentes que han bautizado como Lúa, Estrela y Ardora. Su precio, de 285.000 euros para arriba, cantidad muy fuera del alcance de la gran mayoría de las personas que han tenido que abandonar sus viviendas para acometer el proyecto.
Desde su casa de siempre
José Iglesias Ruiz vive en el tercero del número 6 de Pi y Margall, y aún recuerda cuando quedaban todos los niños de la zona para jugar en el patio de los curas. Ahora la situación es bien diferente. «Cuando mi madre empezó con el Alzhéimer, un señor (de la empresa promotora de las obras) empezó a llamarla constantemente, constantemente… Vieron que estaba mal y la llamaban a ella, no a mí o a mi padre, para ver si conseguían su firma. Sin ningún tipo de rubor. Tuve que decirle: como vuelvas a llamar a mi madre con Alzhéimer, te pongo una denuncia», sostiene Iglesias.
José Iglesias divisa las obras desde su ventana. / Foto: Miguel Núñez
«Por mi piso, con las vistas que tengo a a la ría, me daban 84.000 euros. Con eso no compro una vivienda. Y me decían que las vistas ‘no valen nada’. Luego me ofrecieron un piso en Torrecedeira, y cuando entro en él veo que está destrozado», señala.
Iglesias continúa. «Además, tenía dos baños en los que no cabía una persona y una cocina que cuando mi madre la vio dijo ‘¿qué hacemos?’. Entraba una persona, no más. ¿Y las vistas al mar? Me dijo el promotor que si sacaba la cabeza por la ventana se podía ver. Entonces me fui. Se dedicaron a meter miedo a la gente para que vendiera por 4 duros».
Cómo la madre de Ángel y Gabino dejó de ser parte del Casco Vello
Ángel Luis Alonso es otro de los afectados. Su madre, de 95 años, sufrió un ictus el 14 de febrero, el mismo día que se despidieron de ella tres vecinos y se presionaba para que abandonara su vivienda, el número 36 de Santa Marta. «El ictus se debió en gran medida a lo sucedido con la casa. Para ella, dejarla es un drama», recalca. La madre de Ángel Luis no saldría del hospital hasta 11 días después.
También Alonso recuerda con cariño su infancia en el barrio: «No nací en el edificio de Santa Marta, me trajeron con 2 años, pero siempre ha sido nuestro entorno. Los vecinos de sus nueve viviendas eran muy avenidos, unos se ayudaban a otros y se celebraba el fin de año en mi casa, tomando chocolate y jugando a la lotería. Y nuestra calle era una calle típica del Casco Vello de Vigo, con mucho ambiente pero tradicional», recuerda el vigués.
Obras en el Barrio do Cura. Foto: Miguel Núñez
«El trato recibido por parte del Concello nos ha marcado mucho. Todo el proceso ha sido kafkiano. Y nosotros estábamos muy tranquilos, al saber que nuestra casa es parte del Casco Vello. Incluso pensábamos que el proyecto y las obras solo revalorizarían la vivienda. Un día, nos enteramos de forma fortuita (por el familiar de un vecino) de que se había aprobado que nos quitaban la protección como Casco Vello, en un pliego lleno de incorrecciones. Se reconocía que el edificio estaba en buen estado, pero se esgrimía que no era de ningún arquitecto famoso, y se promovía el derribo en el típico proceso teledirigido», declara Alonso.
Su hermano, Gabino Alonso, añade que «tenemos documentación de que el edificio fue diseñado por el arquitecto Antonio Cominges, que tiene una calle dedicada a su nombre en Vigo. Es el primer caso en toda España de que a un edificio se le quite la catalagación de edificio a conservar. Fue retirada por la Xunta».
«Y no para hacer un hospital», remarca Gabino, «es para que un fondo buitre gane dinero. Cuando habíamos hecho reformas, nos dieron una subvención porque el edificio es del Casco Vello».
«Hemos gastado mucho dinero, ganando plieitos y perdiéndolos en instancias superiores. La Justicia es muy cara, los vecinos del edificio nos hemos gastado más de 40.000 euros en abogados y no hemos tenido ni la opción de negociar, es una expropiación forzosa», puntualizan los hermanos. «Y, luego, lees publicado, en noticias para las que no se habló con ningún vecino, que ‘se llegó a un acuerdo», lamenta Gabino Alonso.
Gabino Alonso: «Iban a expropiar igual»
«Esto no fue ningún acuerdo cuando, de no aceptar, iban a expropiar igual, y mi madre se quedaba en la calle. Simplemente se decidió, por consejo de la abogada, aceptar la oferta como mal menor, para no tener que pasar por años de demoras, pagando más abogados. Fue una decisión pragmática, no un acuerdo. Acuerdo sería si pudiéramos aceptarlo o no, y si no aceptamos mi madre sigue tranquila en su casa», matiza Gabino.
«Al final, nos han dado 193.000 euros por una vivienda desde la que hay una visión de la ría de 180 grados», explica Ángel Luis Alonso.
Su hermano asegura que llegar ahí fue complicado, en realidad, porque «lo que nos ofrecía el Concello en un principio nos parecía muy por debajo del precio de mercado. Nos decían que no era suelo consolidado, y a mi madre le daban 35.000 euros y 40.000 metros cuadrados de una parcela. Ganamos lo del suelo consolidado y nos ofrecían en torno a 100.000. Tuvimos que hacer dos tasaciones con empresas diferentes».
Tala de árboles en la zona en obras. Foto: Miguel Núñez
El proceso judicial fue complicado, y el desalojo y la mudanza no lo están siendo menos para ellos: «Con el ictus, hemos pasado más horas de hospital que en casa. Y es muy difícil sacar todo en unas semanas, no hay tiempo material. Cubertería, recuerdos… Al final, lo tirarán con todo lo que haya dentro», lamenta Ángel Luis Alonso (el miércoles 5 de marzo abandonaron definitivamente la vivienda).
«La ley marca un máximo de 3 meses desde que se firma, lo cual ocurrrió el 12 de diciembre, y el Concello aceleró los plazos», matiza Gabino Alonso.
Ángel Luis tiene claro que «se han pasado por el arco del triunfo todo el patrimonio de la zona. La bajada a la iglesia, por ejemplo. Y es excepcional en la jurisprudencia de este país que un edificio protegido como Casco Vello pierda dicha protección, lo normal es al revés. Y te enteras de forma casual de que hay una orden de derribo de un edificio que hace unas semanas estaba protegido. La sensación es la de que nadie te escucha, ni periodistas ni bufetes de abogados: te dicen que te busques uno de fuera de Vigo».
Obras en el Barrio do Cura. Foto: Miguel Núñez
Sostiene que «un comisionista de la empresa que va amedrentando a las personas. Y hay gente humilde y mayor que en su vida vio esas cantidades, y vendió por 50.000 euros. Es todo muy irregular. Por suerte, ninguno de los tres hermanos necesitamos dinero, solo queríamos que nuestra madre, que lleva toda la vida aquí, pudiera morir tranquila en la casa. La situación de estrés es terrible. La señora de abajo sufrió un infarto y falleció».
En el epicentro de la obra: vivir con ruido, polvo y vibraciones
José Iglesias lamenta la situación en la que se encuentran sus padres al residir en el número 6 de Pi i Margall, junto a las obras: «Mi padre tiene 80 años, mi madre Alzhéimer, y no pueden dormir. A las ocho de la mañana de cada día despiertan por el ruido, hasta los sábados, de ocho a ocho. Estás comiendo y tiemblan los vasos, han hecho grietas en las paredes».
Recalca incluso que «mi padre estuvo hasta con fentanilo por los dolores que sufre, y no podía descansar por la obra, ni echar la siesta. Tuvieron que irse con mi hermana, pero si ella está fuera no les queda otra que sufrir esto. Y en Pi i Margall vive gente muy mayor. Conozco vecinos que se quejan de que se les mueve la cama, o que tienen polvo de la obra dentro de casa. Es un sinvivir. A mí me han hecho grietas, y su deber es arreglarlas. Tengo tasadora y todo controlado bajo un notario».
José Iglesias, junto a la obra: así es su día a día. / Foto: Miguel Núñez
Iglesias sostiene que la aplicación de las normativas es desigual: «cuando nosotros quisimos colocar paneles para reformar el techo del tejado, que había volado, nos ponían trabas, porque estábamos en el Plan Especial de Protección y Reforma Interior (PEPRI) del Casco Vello. Ahora pueden poner ellos lo que quieran y hacer una macrourbanización hortera», compara.
Y lamenta que, estas semanas de resistencia, lo que más siente es «nostalgia, y mucha pena por lo que se podría haber hecho, un parque precioso de arboleda, casitas de piedra; y no salir del paseo de Alfonso en unos años y ver torres con Centro Comercial. Lo que he vivido aquí… y ver ahora cómo está y en lo que se va a convertir me provoca la máxima repulsa. Y sé que van a ganar, porque aquí todo se mueve por dinero, pero yo resistiré, igual que resistieron otros, a los que les metieron okupas en el edificio, y luego cerraron el edificio con gente dentro», concluye.
En una situación similar se encuentran personas que viven de alquiler en la zona. Es el caso de Andrade, portugués, paga 500 euros al mes. Trabaja en la obra(en otra) y cuando regresa a casa, que colinda con la intervención en el Barrio do Cura, aún escucha el ruido, siente las vibraciones y comprueba cómo el polvo entra dentro sin nada que hacer al respecto.
Tala de árboles en la zona en obras. / Foto: Miguel Núñez
El proyecto, por sus dimensiones, complejidad y la zona de Vigo a la que afecta, se ha visto envuelto en diferentes conflictos a lo largo de su desarrollo. Así, en marzo de 2024 el Juzgado de lo Contencioso-administrativo número 1 de Vigo estimaba la demanda impuesta por la comunidad de propietarios del edificio de Santa Marta, 36.
Con ello, el juzgado anulaba el proyecto de urbanización del Barrio do Cura, por lo que el Concello de Vigo se vio obligado a corregir deficiencias. Entonces, desde la corporación local se aseguraba que el proyecto seguiría, como así fue, y que la sentencia se debía a «pequeños errores documentales».
Casa Roucos: una Capilla Sixtina resiste en la zona cero
Apenas quedan ya casas en las inmediaciones. Los hermanos Sira y José Antonio Carrasco, a cargo de la histórica taberna Casa Roucos, renuncian a marchar y dejar atrás este pequeño museo, pero su inquietud aumenta con el paso de las semanas.«Yo creo que no va a quedar nada», reconoce Sira.
La mascota de Casa Roucos protege el local. / Foto: Miguel Núñez
En Casa Roucos, ubicado en el número 6 de la calle Santa Marta, se han sucedido cenas y tertulias a lo largo de este siglo y el anterior. Cuadros de Laxeiro y muchos más llenan sus paredes, y el comedor está coronado por una gran representación de la Capilla Sixtina que lo ilumina.
José Antonio y Sira, junto a la «Capilla Sixtina» del Roucos. / Foto: Miguel Núñez
Enumerar la ingente colección de recuerdos del mesón, en forma de obras pictóricas, dedicatorias escritas y otros obsequios, resulta complicado. Y es que, durante décadas y décadas, recibió la visita de personalidades tan célebres y dispares como Xosé Luis Méndez Ferrín, Gustavo Luca de Tena y Julio Iglesias. Protagonizaron cenas que se alargaban sin hora de cierre y parecían no tener fin. Ahora es la propia trayectoria de Casa Roucos la que podría terminar.
Inscripción a la entrada de Casa Roucos. / Foto: Miguel Núñez
En cualquier caso, hasta el momento no deja de crecer la lista de regalos que exhibe la taberna, donde conviven cuadros de flores con caparazones de centollos gigantescos. En estos días destaca un poema de Bernardino Graña, recientemente fallecido, que empieza: «No bar Roucos, xunto ó porto / de Vigo, refuxio de ánimas, / non son roucos nin son ásperos / os meus amigos que cantan».
El Bar Roucos, a la vez pequeño museo y gran piedra en el zapato como último comercio de la zona.
José Antonio Carrasco, en Roucos. / Foto: Miguel Núñez
Elementos patrimoniales desplazados por las obras
«As murallas derrúbanse cando perden utilidade e sentido». Así fue titulado el panel informativo que preside el mirador del Paseo de Alfonso junto al emblemático olivo del centro de la ciudad, y desde el que ahora puede comprobarse el avance de las obras.
Esta cita se refiere al aniquilamiento generalizado en Europa de las murallas, cuando cambia el tipo de guerra y estas fortificaciones, que siglos más tarde serían convertidas en elementos de patrimonio a proteger, eran vistas más como un obstáculo al desarrollo que como una protección.
Y ahora, desde dicho mirador, puede apreciarse el perímetro de las obras en el Barrio do Cura, aunque será preciso acercarse un poco más para comprobar que en la actualidad, si bien cabe la posibilidad de una futura recuperación ya prometida, de uno de los lavaderos más antiguos de Vigo sólo queda el letrero.
«Os lavadoiros comunitarios foron un medio de vida, un complemento económico e un lugar para a comunicación fóra do ollo patriarcal», reza el cartel informativo, aún en el lugar que fue testigo de cómo los marineros subían las primeras cuestas de Vigo en su intención de llegar al histórico bar Bayona, en Pobladores, y acudían al lavadero a lavar sus camisas.
Fue una imagen emblemática del Vigo de los 90: el bar Bayona abría por los marineros, pero estos trabajadores compartían espacio con jóvenes hambrientos después de una noche de fiesta, y todos degustaban chuletas, cocido o espaguettis.
Lavadero del Barrio do Cura. Abajo, situación actual. / Foto: Miguel Núñez