Las mujeres sufrimos violencia desde que nacemos y nos clavan un pendiente tan afilado como un estigma. Luego esa punzada toma la forma de una mirada lasciva cuando nos comienza a cambiar el cuerpo en adolescencia. La violencia siempre se afina y nos atraviesa a lo largo de nuestra vida llegue o no llegue a producirse la agresión física de una pareja. Hoy es 25-N, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres y hablamos de muchas de ellas.
“Todas sufrimos violencia en algún momento de nuestra vida por el hecho de ser mujeres, si no es física lo será psicológica, institucional, sanitaria, educativa, estética…”. Raquel Crespo, responsable de comunicación de Feminismo Unitario, enumera los múltiples y, en muchos casos todavía invisibles, tipos de violencia de género y reivindica la importancia de la detección de estas violencias para poder trabajar en la prevención de los malos tratos: “Cuando una mujer muere hablamos de la cúspide de una pirámide, tenemos que cambiar la base”.
A un porcentaje inmenso de las mujeres que llegan a Rede de Mulleres les cuesta asimilar que son víctimas de violencia de género: “Si tu pareja te da una bofetada el primer día, lo más probable sea que se la devuelvas, ¿No?”, explica Rosa Fontaíña, coordinadora de la entidad e involucrada en ella desde hace 25 años. “Ya sabes, al principio el hombre es maravilloso y tiene un comportamiento idílico, después van mermando el autoestima de la víctima, llegan los malos tratos, las reconciliaciones y los sin tí no puedo vivir”. Se refiere con esta última frase a la dependencia emocional. Primera y, en muchos casos, más profunda entre muchos otros tipos de dependencias.
“Lo primero que trabajamos es el sentimiento de culpa, que es lo primero que tenemos que eliminar para trabajar el autoestima y, a continuación, la dependencia emocional”, señala Fontaíña, que asegura que en nuestro tiempo todavía escucha a diario aquello de que “si me pega será por algo”. Insiste enérgicamente en que quien se sienta identificada con esto debe recordar que “los delincuentes son ellos, que las maltratadas son víctimas, que la dependencia emocional también la crean los propios hombres, no se crea sola”.
Violencias cotidianas: La base de la pirámide
“Existe un problema estructural enorme desde el momento en el que no entendemos como violencia que nuestra pareja nos manipule para tener relaciones sexuales cuando no las queremos tener o para no usar preservativo”, creo que nos atrevamos a decirlo o no, todas las mujeres pasamos en algún momento de nuestra vida por esas situaciones.
Desde la Cruz Roja España denuncian que de cada 20.000 mujeres víctimas de violencia de género atendidas el 88,7% ha sufrido violencia física, el 61,7% violencia sexual, el 96,7% violencia psicológica y el 70% control de la economía doméstica. O todas.
El último año atendieron a 61.000 mujeres, 348 de ellas en su delegación de Pontevedra. Todas ellas padecieron diferentes tipos de violencia. En paralelo.
“Sufrimos desde institucional a estética, sanitaria y educativa, laboral, política, económica, social… la violencia machista está presente en todos los ámbitos”, asegura Crespo, quien recuerda que “este viernes 25-N es Black Friday y ¿A cuántas de nosotras no nos han bombardeado con anuncios de todo tipos de tratamientos de belleza? Además de cuidadoras, trabajadoras y ángeles del hogar ahora también tenemos que ser eternamente jóvenes y guapas”.
Eso, señala, “es violencia estética”. Incide en la que considera violencia sanitaria y se refiere con ella a los estudios médicos de los cuerpos de la mujer desde una perspectiva antropocéntrica, a intervenciones tan polémicas como la violencia obstétrica pero también hace mención a la sobremedicación de psicofármacos al diagnosticase por una ansiedad: “Deberían estudiarse más las causas de esa ansiedad y qué (o quién) a institucional, laboral, social… toda ella violencia machista, tenemos un problema estructural grave”, señala Crespo.
Sobremedicadas y poco estudiadas: ¿De dónde viene la ansiedad?
El último estudio del Gobierno de España (2020) desglosa en sus datos que del 6,7% de población diagnosticada por trastorno de ansiedad (el más común en nuestro país) un 8,8% de estos diagnósticos recala en las mujeres frente al 4,5% de hombres. Casi el doble.
Desde la plataforma, indica Raquel Crespo, “queremos que se hable de la sobremedicalización a la que somos sometidas las mujeres”. Se refiere a la necesidad de profundizar en qué hay detrás de ese tan habitual trastorno de ansiedad: “Malos tratos, desigualdad salarial, precarización, la responsabilidad de cuidadoras que con la que se nos carga y aquí incluyo a quienes cuidan de sus mayores, sus hijos o hasta sus parejas”, denuncia.
Martiña Ferreira, viguesa, se identifica con esta última cuestión: “Cargo con su ansiedad y con la mía, con su papel de víctima, con mi trabajo y con la casa y después, por su propio machismo interiorizado me cuenta que se siente ridículo cuando hace las labores del hogar estando en paro. Eso me crispa”. Consume ansiolíticos, antidepresivos y estabilizadores del ánimo desde hace años. Tiene 37. “Aguanto esta situación porque ocurre desde que se quedó sin trabajo y creo que es temporal”.
Raquel Laredo es psicóloga en la clínica viguesa Contigo Psicología, considera que “no es que las mujeres estemos sobremedicadas, el problema de la sobremedicación es la falta de inversión económica en salud / salud mental. Si se sobremedica es porque no hay medios para atender a toda la población como se debiera atender y porque además nos faltan mucha educación emocional y de gestión de estrés y distracción”.
Un estrés que se genera, según sus observaciones, por la situación actual del mundo laboral del “todo para ya o para ayer, rápido y bien” y en las mujeres se incrementa porque, efectivamente, “cargamos con otros trabajos cuando salimos del trabajo y antes de entrar en él que no nos corresponden”.
Buenas víctimas y malas víctimas
Raquel Crespo invita a reflexionar en cómo concibe la sociedad a una víctima de violencia de género “sumisa, ama de casa, de bajos recursos y dependiente económicamente” con respecto a una mujer “rebelde, independiente, con un cargo directivo, que no quiere ser madre”. En ambos casos atraviesan una situación de violencia de género “¿Acaso no son igual de víctimas?”, pregunta al aire.
En el segundo caso, además de sufrir violencia por ser mujeres sufren un estigma social también provocado por el machismo: “Existe una dicotomía entre ‘buenas’ y ‘malas’ víctimas de violencia de género en el imaginario colectivo, parece más fácil de creer que una persona víctima tiene que ser un ‘ser de luz’ y un ‘ángel del hogar’. Pues no. Son igual de víctimas las mujeres con carácter, las directivas de empresa, las presidiarias, las adictas y las prostitutas”.
Adicciones y violencia de género, un doble estigma y un frente abierto
“Cuanto más vulnerables, más violencia, esta es una situación tremenda”, reconoce Rosa Fontaíña, mientras señala que desde Rede de Mulleres advierten el fuerte vínculo entre las adicciones, la violencia de género y la prostitución. “Nosotras no curamos, derivamos, porque no tenemos médicos. No curamos sino que ayudamos y acompañamos”, indica.
En la institución, cuenta, todo tipo de mujeres y todas son atendidas de forma integral según sus necesidades: “Cuando llegan mujeres que fueron prostituidas, son víctimas de violencia de género y además son adictas”, nosotras las derivamos a centros que pueden tratarlas médicamente y darle el apoyo que necesitan, además de integrarlas en nuestra red para que consigan un entorno apropiado tanto a nivel social como laboral y psicológico.
Desde Feminismo Unitario denuncian que las mujeres adictas y víctimas de violencia de género no cuentan con los recursos habitacionales que resultan necesarios para salir de esta situación.
Cristina Rey, trabajadora social de Alborada, confirma que más de un 80% de las mujeres con problemas de adicción sufren o sufrieron episodios de violencia de género y “son doblemente dependientes”.
Es habitual, cuenta, que las mujeres que han sufrido daño y son víctimas del consumo de drogas les cueste más dejar la relación y, a la vez, también les cuesta más dejar el consumo. Esto está relacionado. Hay, por lo tanto, una doble dependencia, además de un doble estigma y un doble señalamiento cuando acuden al CIM en busca de ayuda porque, según Violeta Costas (nombre ficticio de una mujer adicta y víctima violencia de género paciente del centro), cuando acudió a comisaría a denunciar a su agresor notó cómo su discurso perdía credibilidad cuando hablaba de su enfermedad.
“Para acceder a un recurso habitacional lo tienen más difícil porque se les exige abstinencia”, la trabajadora social explica entonces cómo la dependencia emocional, la violencia de género y la adicción se convierten en una madeja de la que cuesta mucho encontrar el vértice. “Las tratamos en redes paralelas poco coordinadas, la ineficacia que suele observarse suele marcada por las directrices que marcan entre las diferentes consellerías”, indica.
Rosa Fontaíña insiste en la necesidad de desnudar en que todos debemos preguntarnos “por qué llegó a esa situación, por qué no puede salir de ella, por qué no sabe salir de ella”. Todas coinciden en que la evasión de la realidad es la única salida que encuentran a la tortura a la que las somete el machismo del mundo real.