Quizás hoy nos parezca una calle menor, conocida popularmente por su accidente geográfico más distinguido: la curva de Elduayen. Pero este pequeño vial que une la Porta do Sol con el paseo de Alfonso fue hace 130 años una revolución urbana para Vigo. Su ambiciosa obra permitió conectar la ciudad de Este a Oeste, uniendo las carreteras de Pontevedra y Camposancos, a costa de unos trabajos que fueron polémicos porque obligaron a demoler edificios como la singular capilla de la Misericordia, que era la favorita del gremio de Mareantes.
La calle Elduayen vuelve a estar de moda, porque esta misma semana comenzaron las obras definitivas para la construcción de un túnel que llegará hasta Torrecedeira, y permitirá peatonalizar una amplia zona del centro, desde la Porta do Sol hasta el mirador de Alfonso XII con su emblemático olivo.
Pero, a finales del siglo XIX, la misma calle despertaba idéntica expectación, como una arteria principal para las comunicaciones en la ciudad. En aquella época, Vigo experimentaba uno de sus grandes estirones de crecimiento. Y hacía falta conectar el Este con el Oeste de forma cómoda, sin tener que atravesar el laberinto de callejas del Casco Vello. Así que los próceres se pusieron en marcha para diseñar lo que así definía un periodista del momento: “Será una importantísima mejora que va transformar completamente el centro de nuestra ciudad. Hace días que cuantos se interesan por la prosperidad de Vigo, no se ocupan de otra conversación que de las ventajas que reportará a la población esta gran arteria, llamada a ser el centro del comercio de novedades».
Pero el proyecto de la ‘gran arteria’ generó un gran debate, porque había que demoler varios edificios del Casco Vello, incluyendo la antigua capilla de la Misericordia. Este templo aparece en la premiada novela de Ledicia Costas “Jules Verne e a vida secreta das mulleres planta”. En ella, el escritor francés visita una botica situada muy cerca, en la calle Sombrereiros, y comenta que la capilla de la Misericordia fue levantada por suscripción popular y los dineros de los pescadores de O Berbés.
El cronista Taboada Leal anota en su ‘Descripción topográfico-histórica de la ciudad de Vigo, su ría y alrededores’ que “hacia el centro de la ciudad hay una buena capilla, titulada de la Misericordia, que sirvió de parroquial durante la grande obra de la colegiata». Se refiere a que la iglesia de Santa María había colapsado a principios del siglo XIX y durante 20 años se prolongaron los trabajos para construir la actual concatedral neoclásica. Así que los vigueses tomaron la Misericordia como su iglesia principal durante mucho tiempo.
Estos méritos no le sirvieron para eludir la piqueta. Tras pleitos y polémicas, finalmente en 1887 se presentó en la ciudad el ingeniero jefe de la provincia, acompañado del pagador José Domínguez, que trajo las 320.231 pesetas destinadas a expropiar las fincas a sus titulares. Era una pequeña fortuna, pero no alcanzaba a la totalidad de la obra, como señala una crónica periodística: “Esta cantidad, que es más de la mitad del importe de la expropiación, alcanza para 17 propietarios, y en ella están comprendidos los edificios más importantes que han de demolerse».
Todavía conocida como la Travesía, las obras comenzarían poco después. Junto a la iglesia de la Misericordia, desaparecieron las calles Antequera y Soledad, mientras que Sombrereiros fue recortada. Y dos vecinos aceleraron la demolición al provocar un incendio en el barrio en mayo de 1887 por el que fueron condenados a penas de 16 años de cárcel.
Finalmente, en 1890 se abría al tráfico la calle Travesía. Pero inmediatamente, tras una campaña popular, se le dio el nuevo nombre de Elduayen, en homenaje al diputado en cortes y senador vitalicio José Elduayen, gran valedor de Vigo, a quien se atribuía la llegada del ferrocarril en 1881 y obras como el primer gran hospital vigués, donde hoy se sitúa el Nicolás Peña.
La dictadura franquista quiso cambiarle el nombre tras la Guerra Civil, como hizo con las calles de media ciudad, por más que Elduayen no tuviese ninguna conexión republicana, ya que murió 32 años antes de la llegada de la II República y además siempre militó en el partido conservador. Pero el franquismo se asentó en la ignorancia, incluso con incongruencias de este calibre que desafiaban su propia y perversa lógica. Así que Elduayen pasó a llamarse Calvo Sotelo, hasta que, con el regreso de la democracia, recuperó su nombre original.
Hoy la pequeña calle Elduayen ha comenzado a vivir una nueva revolución. Que nos recuerda que, hace ahora 130 años, se convirtió en la ‘gran arteria’ de Vigo, en un proyecto tan polémico como útil para conectar la ciudad de punta a punta.
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