El 31 de marzo de 1916, un torpedo de un submarino alemán echaba a pique al vapor “Vigo” en aguas del golfo de Vizcaya. El carguero, matriculado en Vilagarcía y que transportaba hierro al Reino Unido, era una nueva víctima de la guerra submarina en Europa en la Primera Guerra Mundial, en la que las aguas y puertos gallegos fueron protagonistas.
El “Vigo”, botado en astilleros británicos en 1878, había sido abordado aquel día por el sumergible alemán U-28, comandado por el capitán Georg Schmidt, que patrullaba el norte de la península Ibérica acosando todo tráfico mercante. La tripulación fue obligada a abandonar el carguero y asistir desde las balsas salvavidas a la explosión de los dos torpedos que lo mandaron al fondo del mar. Los marineros fueron recogidos luego por un buque aliado, el británico “Polo”, que los trasladó hasta su propio puerto de destino en Gibraltar.
Sanos y salvos
Días más tarde, en el Diario de Cádiz encontramos una nota fechada el 6 de abril de la llegada, sanos y salvos, de la tripulación del “Vigo”. “En el tren correo de anoche llegaron a Cádiz los tripulantes del vapor español Vigo, torpedeado por un submarino alemán”, explica el periodista: “El capitán relató que se dirigía con un cargamento de madera hacia Inglaterra cuando fue detenido cerca del Canal de la Mancha por un submarino alemán. El comandante les dio diez minutos para abandonar el barco y una vez realizado le lanzó dos torpedos. En una balsa los tripulantes estuvieron varias horas hasta que fueron recogidos por un buque inglés”.
El caso del carguero “Vigo” es el paradigma de una batalla submarina que Galicia vivió en primera línea durante la Gran Guerra. En tres puertos gallegos operaban agentes secretos de uno y otro bando: Vigo, A Coruña y Vilagarcía. Su misión principal era señalar la entrada y salida de buques. Los aliados podían así planificar sus rutas.
Y los alemanes, fijar objetivos para sus U-boot. “Había gente que estaba dedicada casi en exclusiva a ver los barcos que entraban, el cargamento que llevaban y como se llamaban”, como explica el investigador José Antonio Tojo Ramallo en su obra “Lobos acosados”.
Espías en los consulados
Su información era muy valiosa. En cuatro años de contienda, casi 400 buques fueron hundidos en aguas gallegas. La actividad se articuló especialmente a través de los consulados.
El historiador Eduardo González Calleja, catedrático de la Universidad Carlos III, en su magnífica obra “Nidos de espías”, retrata estos servicios de inteligencia masivos y espontáneos: “De un día para otro, los cónsules y todo el personal de los consulados se convirtieron en agentes secretos. Ellos, sus ciudadanos residentes en estas ciudades, así como españoles que simpatizaban con alguna de las partes en conflicto y que ejercieron de espías, unos espías nada profesionales, pero muy efectivos”.
Buen ejemplo era el vicecónsul alemán en Vigo, Richard Kindling, quien era uno de los responsables de la red de espionaje. También, de coordinar las operaciones de abastecimiento de los submarinos U-boot en la costa gallega.
Corcubión se convirtió en un puerto clave de escala para los U-boot. Hasta el punto de que, en 1917, el agregado naval Von Krohn propuso que se concediera la Orden del Águila Roja al vicecónsul en este puerto coruñés, Manuel Miñones Barros, activo organizador del abastecimiento a submarinos.
En Vilagarcía, el espionaje se concentraba en torno al buque “Cap Arcona”, internado en su ría, que se convertía en centro de escala de U-boot, además de residencia de oficiales alemanes expulsados de Portugal tras la decisión lusa de entrar en la guerra. Los barcos alemanes internados eran el soporte fundamental del espionaje.
Submarino alemán
Y había veinte repartidos por los puertos gallegos, además de los submarinos UB-23 y UC-48. De todos ellos, el mayor protagonismo lo tuvieron los buques bloqueados en Vigo. El “Stephan”, con su estación radiotelegráfica, permitía a los espías hacer llegar sus mensajes cifrados a Alemania. Mientras que el “Goeben”, con doscientos hombres a bordo, era a base principal de los espías germanos en todo el Noroeste peninsular.
Vigo era un caso especial porque mantenía “retenidos ocho barcos mercantes alemanes, entre ellos el Goeben, que con sus 8.800 toneladas era a unidad más importante de la flota internada”, como recuerda González Calleja.
Base secreta en A Guarda
Desde la ciudad olívica, el siempre activo vicecónsul Kindling organizaba también una base secreta para submarinos en el puerto de A Guarda. Por su parte, los aliados se articulaban alrededor de las oficinas del Cable Inglés, en Vigo. Mientras que los franceses tenían agentes en seis puertos: A Coruña, Ferrol, Vilagarcía, Vigo, Corcubión y Viveiro, que ocasionaban un gasto de cien pesetas mensuales al servicio secreto gallo.
En ocasiones, los espías vivieron momentos de gran tensión, como cuando el embajador inglés Arthur Henry Hardinge denunció, en mayo de 1918, que el vapor “Niedenfelds”, bloqueado en Vigo, había hecho señales y había abastecido a un U-boot en medio de la ría. El servicio secreto francés puso en alerta a sus agentes para que vigilaran estas operaciones o la huida de soldados alemanes a través de los puertos gallegos.
Pocas semanas más tarde, una nueva denuncia aseguraba que el “Goeben”, también internado en la ría viguesa, enviaba radiotelegramas y había evacuado cinco marineros procedentes de un sumergible.
Dinero por hundir un submarino
Porque proteger los submarinos alemanes o luchar contra ellos se convirtió en la gran batalla del espionaje en Galicia. Los aliados llegaron a ofrecer fuertes sumas de dinero por información que permitiera hundir a los temibles U-boot. En el Mediterráneo español, los franceses pagaban 75.000 pesetas a quién permitiera interceptar a un sumergible en pleno avituallamiento, cifra que se elevaba a 200.000 si era hundido y 400.000 si era capturado. Ni que decir tiene que hablamos de toda una fortuna en aquella época.
Así que el hundimiento del carguero “Vigo” en 1916 fue un caso paradigmático de una guerra submarina que Galicia vivió como protagonista en la Primera Guerra Mundial.