En 1928, cinco años después de la fundación del Celta, el equipo celeste estrenaba el estadio de Balaídos. Construido en una zona rural a orillas del río Lagares, fue iniciativa de un grupo de empresarios vigueses y dio al fútbol una modernidad que, sin embargo, no pudo coronar el proyecto inicialmente soñado por el arquitecto Jenaro de la Fuente.
A finales del año 1924, se notifica al Celta de que debe abandonar el campo de Coia porque está afectado por el nuevo tendido del tranvía hacia el oeste de Vigo. Así que un grupo de industriales de la ciudad constituye la sociedad ‘Stadium de Balaídos S.A.”, integrada por el promotor del ferrocarril de Vigo a A Ramallosa, Julián Valverde Pérez, el presidente de Tranvías Eléctricos de Vigo, Victorio Puig, y los empresarios Ramón González y Joaquín Fontán Ozores. La sociedad desembolsó cincuenta mil pesetas para pagar los terrenos, unos solares en el val do Fragoso que eran utilizados para plantar maíz, frecuentados a veces por pescadores y cazadores de aves acuáticas en el río Lagares, y por una industria llamada ‘Tejera de Balaídos’, que fabricaba tejas del país.
Los terrenos eran excepcionalmente húmedos y se inundaban casi todos los inviernos por el desbordamiento del Lagares, por lo que los primeros trabajos de acondicionamiento consistieron en elevar los treinta mil metros cuadrados de terrenos aproximadamente medio metro sobre la cota anterior. Poco después, se encargó el proyecto al arquitecto Jenaro de la Fuente, mientras salían a la venta las acciones de ‘Stadium Balaídos, S.A.’, con las que se pretendía alcanzar un capital social de un millón de pesetas necesario para construir el estadio.
De la Fuente diseñó un ambicioso proyecto, un estadio de categoría europea pensado para 22.000 espectadores perfectamente sentados, con localidades numeradas y una visibilidad total desde todas las gradas. Habría también modernos vestuarios, cantinas, baños y dos pabellones dedicados uno a un bar de lujo con terraza hacia el campo, para ver el partido tomando un refrigerio, y el segundo para las oficinas e instalaciones del propio club. El campo, del que se construyó una atractiva maqueta, contaba también con pistas de atletismo.
Pero los planes financieros de ‘Stadium Balaídos S.A.’ no salieron como habían previsto sus fundadores y la suscripción de acciones fue lenta y no cubrió los objetivos, por lo que se fue rebajando el proyecto, pasando las gradas a ser de tierra, con el campo delimitado por una sencilla valla de madera y una tribuna cubierta con una visera de tejas. Un muro de cemento culminó el cierre del primer y modesto estadio, cuya inauguración hubo de retrasarse desde finales de 1926 hasta el 30 de diciembre de 1928, cuando se consiguió rematar las obras, también con el terreno de juego reducido en sus dimensiones de largo desde los 110 metros a los 106.
En cualquier caso, llegado el día del estreno, la afición respondió con orgullo. Desde las páginas de Faro de Vigo, el periodista Manuel de Castro ‘Handicap’ escribió: “Todo vigués, todo gallego, debe sentirse hoy orgulloso con la inauguración de su Estadio de Balaídos. El sueño dorado de todos ya se ha plasmado en la más bella de las realidades”.
“Soberbio, inmenso, imponderable es el field y la gradería de este moderno circo de luchas futbolísticas y atléticas”, destacaba en su editorial El Pueblo Gallego, con enorme emoción: “El Stadium es un gigantesco nido para acomodar un hormiguero: la muchedumbre, como en Antenas, como en Roma, las inmortales”.
En la inauguración del estadio, aquel domingo 30 de diciembre a las tres de la tarde, el capellán del club, el padre Faustino Ande, bendijo las instalaciones finalizando su discurso con un “¡Viva Galicia, Viva Vigo y Viva el Celta!”, que fueron coreados por los miles de espectadores. La hija del alcalde Adolfo Gregorio Espino, Carmen, hizo el saque de honor y, tras ello, comenzó el partido, en el que se recibía al Real Unión de Irún, en aquella época uno de los grandes clubes del país, que por entonces ya había ganado cuatro Copas de España.
El primer gol en Balaídos lo marcó Graciliano, en un festival tanteador en el que Polo hizo un doblete y también anotaron Chicha, Reigosa, Rogelio y Losada, para firmar un espectacular 7-0 final que entusiasmó al celtismo en el estreno de su estadio aquella tarde de 1928. Las gradas estuvieron abarrotadas, pese a los precios de cinco pesetas en palco y preferencia, cuatro en la grada lateral de Río, tres en gol con asiento y dos pesetas en graderío general.
El día 1 de enero de 1929, vuelve a jugar el Celta con el Irún, con victoria local en esta ocasión por tres goles a cero.
A partir de entonces, el Celta tuvo que alquilar su estadio a la sociedad ‘Stadium Balaídos S.A.’, que cobraba una parte de las cuotas de los socios además de un porcentaje de las entradas de cada partido. La compañía se encargaría del mantenimiento de la hierba del campo de juego, aunque este gasto se pagaría a medias con el club. También se reservaban la explotación de las cantinas y los espacios publicitarios que se pudiesen explotar en el recinto. Resulta evidente que era necesario amortizar la inversión realizada en el estadio, aunque las condiciones del contrato de arrendamiento supusieron una gran losa para las cuentas del Celta durante muchos años hasta que el Concello compró el campo en el año 1946, merced a una gestión cruzada entre el Ayuntamiento presidido por el alcalde Suárez Llanos, el Celta y la Caja de Ahorros Municipal de Vigo, que puso el dinero necesario a través de un préstamo en condiciones muy preferentes.
Hay que decir que el Celta no tuvo suerte con el estreno de su nuevo estadio. Su último partido oficial disputado en Coia se había saldado con una victoria, el 9 de diciembre de 1928, en los octavos de final de la Copa frente al Athletic de Bilbao. Sin embargo, no pudo estar en la temporada siguiente en Primera división, al no respetar la Federación sus derechos históricos. Le obligaron a disputar un llamado ‘torneo promocional en campo neutral en el que eliminó al Sporting de Gijón, pero cayó en semifinales por el Sevilla, lo que le obligó a militar en Segunda División, que además sería una campaña lamentable. El primer partido oficial en Balaídos fue en febrero de 1929, ante el Iberia, y el Celta cayó derrotado por 1-2. Para colmo, este estreno resultó premonitorio ya que, en un año desastroso, en el que la directiva entró en conflicto con cuatro importantes jugadores: Pasarín, Cabezo, Polo y Vega. El resultado final fue el descenso a Tercera División. Balaídos no se estrenaría en Primera División hasta el año 1939, al término de la Guerra Civil, una década más tarde de aquella gloriosa jornada en que se inauguró el emblemático estadio.
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